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LA CONTRATACIÓN DE INDRA PARA LOS COMICIOS HACE SALTAR TODAS LAS ALARMAS

‘No hay socialismo sin fraude electoral y Colombia debería saberlo’

Gustavo Petro. REUTERS
Gustavo Petro. REUTERS

El Socialismo del siglo XXI en todas sus variantes tiene en el fraude electoral una de sus principales bazas para ejecutar su fase inicial de toma del poder. Si se entiende que el principal elemento que esta organización criminal deja establecido es su llegada al poder a través del voto para después no salir jamás, el control de lo electoral es básico, de arrancada. Sobre todo para satisfacer a la opinión pública internacional, esa que hoy prefiere creer en lo que le dicen y no en lo que logran demostrar.

He ahí lo distinto con el socialismo clásico, que ponía la vía violenta como fundamento para una llegada al poder. El proletariado, harto de la explotación del capitalismo, se dejaría dirigir por el Partido Comunista como su vanguardia. Tomarían el poder y así llegaría la tan ansiada Dictadura del Proletariado, donde todo sería mieles para el oprimido y horror a la oligarquía, desprecio al capital.

Por supuesto, el tiempo hizo lo suyo con las formas y el lenguaje. La palabra dictadura es difícil de tragar. Por eso, sucedáneos personajes se plantearon seriamente usar otros términos. Nacía la Democracia Popular como nombre alternativo. Las “Repúblicas Populares” como estratagema. Al final, ni democracias ni populares: dictadura, opresión, crimen y horror.

La Habana es La Meca

Cuando Fidel Castro vio que todo lo que le quedaba era su prestigio de “líder popular”, se puso a trabajar en lo único que se podía hacer en la Cuba de entonces: sobrevivir. Se iban en balsa los cubanos y Fidel se encargó de hacer una balsa para sí y su Revolución. La balsa fue el Foro de Sao Paulo.

De forma sucinta, Fidel plantea el modo de supervivencia que le quedaba. No era otro que la propaganda y la mimetización. Había que lograr que quienes le pedían que se moviera hacia tendencias democráticas, sintieran que en verdad estaba dispuesto a democratizarse. Todo para al final infiltrarles y lograr que terminaran de su lado. Cuando en la reunión del Foro de Sao Paulo se realiza en La Habana en 1993, Fidel le indica a los asistentes que la misión era convencer a toda la izquierda de la necesidad de unificarse en un frente “contra el neoliberalismo y no a favor del socialismo”. Decía en su discurso Fidel, que los que no estaban convencidos del socialismo como vía debían ser integrados a un frente común de acción que les permitiera, afiliados al Foro, llegar al poder. 

Ahí, se activarían los mecanismos que hemos visto todos estos años en cada una de las variantes de esta desgracia que padecemos los venezolanos, los peruanos, los bolivianos, los nicaragüenses, los españoles, los chilenos y, en breve, los colombianos. La toma del poder para no soltarlo jamás. Pero ciertas condiciones aplican.

Hay que ganar elecciones

Un agente de propaganda del régimen chavista, en una grabación que se hizo popular en Venezuela por ser una filtración en contra del régimen, exclamaba ante un agente de inteligencia cubano su decepción ante la pretensión del chavismo de seguir amarrados al “sistema electoral burgués” que requería de elecciones de forma regular para mantener el paripé de la democracia.

Era, ni más ni menos, la queja de un personaje que había sido víctima del sistema electoral chavista que no le permitió imponerse como gobernador de uno de las regiones más importantes de Venezuela.

Pero su queja era de alguna manera muestra lo global. El sistema socialista del siglo XXI está obligado a hacer elecciones para mostrar al mundo que ellos son más demócratas que los demás. El delincuente brasileño Luis Ignazio Da Silva, alias Lula, decía que en Venezuela había “mas democracia de lo normal” pues se hacían tantas elecciones que podía hablarse de un “exceso de democracia”. 

Tenía razón. La variante venezolana del modelo es entre otras cosas plebiscitaria, referendaria y electoralista. Es una especie de amalgama de poderes fácticos integrantes del sistema, que necesitan darle de comer al monstruo nacional que desde 1945 asume que la democracia solo existe si hay elecciones. Desde entonces, todos los actores políticos predominantes del país, han podido eliminar muchas cosas, pero las elecciones tienen que existir.

Y ahí es donde entra la necesidad del fraude electoral. Porque una cosa es que haya elecciones y otra cosa es que sean libres. Si lo sabrá el castrismo, que tiene 60 años haciendo elecciones con candidatos únicos, donde la única forma de rechazar el modelo es dejando el voto en blanco o arriesgándose al oprobio posterior que le corresponde a quien se abstiene de votar.

Entre 1999 y 2004, se realizó en Venezuela un referendo consultivo, una elección de integrantes de la Constituyente, un referendo aprobatorio de la nueva Constitución, una “megaelección” de presidente, parlamento, alcaldes y gobernadores, un referendo revocatorio del presidente y otra elección de alcaldes y gobernadores. Cuatro elecciones en cinco años y ese sería el ritmo en los años siguientes, con al menos una consulta popular cada dos años, por cualquier cosa.

¿Por qué se atrevía el chavismo a tanto arbitrio de las urnas electorales? ¿Por qué se arriesgaban a ser detenidos en sus pretensiones por la voluntad popular? Por una sola razón: porque controlaban con mano de hierro el sistema electoral. 

Pero no podían hacerlo solos. Y es ahí donde quiero llegar como punto de interés y de importancia.

El fraude con marca España

En 1998 se pensaba en toda Venezuela que las elecciones eran fraudulentas. Y lo eran. El sistema electoral estaba en manos de los partidos, que se repartían a los miembros de mesa según el método D’Hondt y solo ese detalle era garantía de que se birlaran los votos según su conveniencia en cada mesa. Era común la norma no escrita del “acta mata voto” según lo cual no importaba cuantos votos hubiese en las urnas electorales, porque el resultado que se aceptaba al final era el que se plasmaba en el acta que los miembros de mesa (que eran agentes de los partidos) decidían plasmar. 

No había democracia ni siquiera dentro de los partidos, donde los fraudes electorales eran la norma. Por esa razón, cuando se planteó la “automatización del voto” como salvación, el país se embarca en un camino que no supimos nunca dónde nos llevaría. 

Fue el gobierno de Rafael Caldera, reo de un Parlamento donde era minoría, el que reformó las normas existentes para dotar de autonomía y “transparencia” al sistema electoral. Se eliminaron las interferencias de los partidos en las mesas electorales, que a partir de ahora estarían conformadas por ciudadanos escogidos de forma aleatoria. Los partidos solo designarían testigos del proceso, pero no lo controlarían.

Pero lo más importante es que no se votaría como siempre. Desde 1945, en Venezuela se votaba por tarjetas de colores. Así, un partido tenía un color y una tarjeta. Una tarjeta grande escogía al presidente, al gobernador o al alcalde. Una tarjeta pequeña escogía al Congreso, al Consistorio o al Parlamento regional. El elector recibía todas las tarjetas y decidía cual depositaría en la urna electora, dentro de un sobre. Luego se simplificó el proceso, colocando todas las tarjetas en un “tarjetón” electoral donde cada elector tendría que sellar las dos tarjetas (la grande y la pequeña) de su preferencia. 

La novedad de 1998 era que recibiría un tarjetón, donde tendría que rellenar el óvalo al lado de la tarjeta del partido de su preferencia. Y cada tarjetón debía ser introducido en una máquina que leería su elección y emitiría, al final del proceso, un acta con los resultados. Sin intervención humana. Sin acta mata voto. Sin fraude.

¿Qué empresa fue contratada? La empresa española INDRA. Desde 1998 hasta 2004, las elecciones en Venezuela se realizaron gracias a la tecnología de una empresa que le dio los mejores resultados posibles al chavismo. Por supuesto, hablamos de gente muy voraz. Por esa razón, en 2004 se prescindió de INDRA y se contrató a una anodina y desconocida pero chavista Smarmatic. Lo que vino después es motivo de otra crónica.

Pero el punto aquí es que no solamente el chavismo se sirvió de “expertos” españoles para la confección de sus programas de gobierno. Es que también se valió de la tecnología española para garantizar que todas sus elecciones fuesen controladas. Cuando ya las nuevas fases de la ejecución del proyecto ameritaban otras acciones, prescindieron de INDRA.

Hoy, INDRA ha logrado, entre gallos y medianoche y en plena navidad, hacerse con el contrato para controlar las elecciones en Colombia. Ya eso es motivo de alarma suficiente, sabiendo que en ese país se librará la batalla del Socialismo del Siglo XXI para capturar esa nación y tener la primera pinza necesaria con la cual garantizar el control de Suramérica. La siguiente meta es, obviamente, Brasil.

Petro ha sido abiertamente denunciado como factor del chavismo. No es necesario prestar atención a lo que dice, todo está claro en él hace mucho rato. Pero cuando el expresidente colombiano Andrés Pastrana denuncia que en su periplo por España el candidato chavista Petro se reunirá con representantes de la empresa INDRA, uno no puede hacer menos que pensar lo peor.

Porque pensar lo peor es la mejor alternativa a la hora de evaluar al chavismo. Y si pensamos mal, INDRA podría estar colaborando con el chavismo a hacer con Petro en Colombia lo mismo que hicieron con Chávez en Venezuela: garantizarle un sistema electoral con el cual mantener en sus manos el poder. Con eso, podían hacer una, dos, diez y cien elecciones que el mundo se tragaría como muestra de democracia, cuando en el trasfondo, en la trastienda de las salas de totalización, la realidad es distinta.

Todas estas cosas deberían saberlas los colombianos. Sobre todo aquellos que nos dicen que Colombia no es Venezuela, con la misma prepotencia que los venezolanos le decíamos a los cubanos que Venezuela no era Cuba.

Aún hay tiempo. Aunque no sepamos cuánto.

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