Profesionales y técnicos venezolanos tratan de subsistir con la preparación de dulces, la fabricación de juguetes o las ventas de productos de limpieza, en la medida que la cuarentena que busca contener el brote del coronavirus ha debilitado más una economía que lleva seis años de recesión.
Frente a una inflación anual superior al 3.000 por ciento y el cierre de muchas empresas e instituciones estatales, varios profesionales han apartado sus títulos universitarios y se han reinventado como emprendedores que venden productos en bolívares y en divisas llegar a fin de mes en una economía en la que las transacciones con dólares son cada vez mayores.
Uno de ellos es José Ibarra, un profesor universitario con un salario que no supera los 4 dólares al mes. Aunque durante parte de la cuarentena dio clases online, buscó aumentar sus ingresos con la venta de artículos de limpieza.
Sus primeros clientes fueron colegas, profesores universitarios, y luego «con el boca a boca» consiguió más compradores en zonas del oeste y sur de Caracas. La distribución la hace con ayuda de su sobrino, y cuando él no puede, Ibarra utiliza el transporte público.
«Con varios clientes incluso ahora tengo cronogramas de venta, pues varios compran los días que les llega el agua», dijo el educador, acostumbrado como muchos habitantes de la ciudad y otras zonas del país a enfrentar racionamientos semanales de servicios básicos.
Millones de iberoamericanos de clase media están siendo arrastrados a la pobreza porque el COVID-19 ha puesto al descubierto la fragilidad de las sistemas de seguridad social de la región.
La crisis sanitaria luce como una estocada contra la clase media. «Venezuela llegó a ser el hogar de la más grande sólida y próspera clase media de la región, de la cual hoy no queda casi nada«, señaló la firma local Anova Policy Research, al calcular que en la última década la crisis convirtió en pobres a 9 de cada 10 familias clase media.
Alonso Toro es un biólogo y músico, que por años se dedicó a componer piezas para comerciales de TV. Hasta el confinamiento trabajaba en la industria publicitaria, pero los contratos se paralizaron y él siente que su negocio simplemente se extinguió.
«Sin trabajo no tenía dinero para juguetes y mis hijos me los pedían. Por eso me propuse hacerles un juguete extraordinario que los hiciera felices», dijo Toro, quien fabricó unas máscaras de Indominus Rex para sus dos pequeños varones con cartón, papel, un engrudo de almidón y pintura.
Divulgó fotos de las máscaras en Twitter y tras la publicación, recibió unos 100 pedidos, por lo que ahora las hace por encargo. «Toda mi vida quise hacer juguetes, pero no tenía tiempo. Creo que la hora del emprendimiento llegó», dijo el artista que se mudó del estudio de música a un taller en casa.
CAMBIOS FORZADOS
La Encuesta Nacional de Condiciones de Vida, realizada por el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello, reveló en julio que por los efectos del COVID-19 en la economía, un 43% de los hogares venezolanos reportaron pérdida de ingresos.
En la crisis «algunas personas sin dejar su trabajo habitual buscaron otras fuentes de ingresos, pese a que deben sortear obstáculos como la falta de gasolina, las limitaciones del transporte o conseguir billetes en efectivo», dijo la socióloga y profesora, Lissette González. «Si bien muchos se han reinventado, otros no han podido y los hace más vulnerables».
Con tantos meses de cierre en los juzgados del país, Rubén Benítez, un abogado de 13 años de carrera, optó por preparar tortas que vende en un pequeño comercio.
La administradora Lisbeth López cerró un pequeño local de ventas de dulces en un centro comercial de Ciudad Guayana, una zona al sur de Venezuela, por la pandemia. Pero resolvió preparar y vender a domicilio carpaccios de lau lau, un pescado que habita en el enorme río Orinoco.
«Cuando tenemos familia, no podemos darnos el lujo de deprimirnos (…) No te puedes sentar a llorar, tienes que reinventarte y estar activa«, dijo López, quien con los ingresos por las ventas de carpaccio pudo completar las cuotas de inscripción del colegio de sus dos hijos.
Julia Vizcaya también recurrió a la cocina para subsistir en el confinamiento. Desde hace unos cuatro meses elabora y vende helados caseros. Aún es empleada de un hotel al que no va por la pandemia y recibe un salario mínimo mensual que equivale a 2 dólares, por lo que subsiste con las entregas de helados de frutas y yogurt que comercializa en redes sociales.
«Los ingresos gracias a los helados han sido un desahogo», contó Vizcaya que en ocasiones despacha los productos a pie cuando falla el suministro de gasolina en la ciudad
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Reportaje de Mayela Armas y Corina Pons en Caracas y María Ramírez en Puerto Ordaz