«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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OBITUARIO DE UN INMODERADO QUE DEFENDIÓ LA VERDAD

Olavo era un gigante

Ha muerto el filósofo brasileño Olavo Luiz Pimentel de Carvalho (Campinas, São Paulo, 1947). Ha fallecido en Richmond, en el estado de Virginia, donde se había desplazado porque Brasil, el subcontinente, le daba claustrofobia. Claustrofobia intelectual, lo que nos da una idea de su desmesura y también de su inconformismo. 

A veces se le había comparado a sir Roger Scruton. En otra ocasión reconocíamos que había similitudes. Por ejemplo, Scruton escribió un libro titulado: Tontos, fraudes y agitadores. Los pensadores de la nueva izquierda, 2015; Olavo de Carvalho llamó al suyo dedicado al mismo gremio: El imbécil colectivo. Actualidades inculturales brasileñas, 1996. Con todo, las comparaciones son pantanosas y más entre un brasileño (pasional, sarcástico, atrabiliario) y un inglés (flemático, irónico, valerosamente prudente). También se le había comparado, en otro orden de cosas, como inspirador político, a Steve Bannon. Olavo, el Bannon de Bolsonaro.

Jair Bolsonaro no ha escondido su admiración por él. Con motivo de su muerte, ha escrito en Twitter: «Olavo foi um gigante na luta pela liberdade e um farol para milhões de brasileiros. Seu exemplo e seus ensinamentos nos marcarão para sempre». Lo dejo en portugués porque nuestras dos lenguas se entienden a la perfección. Si Bolsonaro le ha rendido este homenaje final, el homenaje inicial también fue enorme. En su primer directo por Facebook como presidente de la república, se mostró con la Constitución, una Biblia y un libro del profesor de Filosofía. La triada no puede ser más simbólica: el libro sagrado, el texto fundante de la soberanía y a Carvalho representando el pensamiento y la cultura. El influyente hijo del político Eduardo Bolsonaro declaró: «Sin Olavo, no habría un presidente Bolsonaro». 

A Olavo le acusaron de inventarse la importancia del Foro de São Paulo y del Grupo de Puebla que hoy no niega nadie

Ha muerto, por tanto, un pensador cuya influencia fue crucial y ha sido reconocida oficialmente.  Él era el primer convencido de la importancia de no dejar la cultura ni el arte en manos de las izquierdas. Llegó a proponer «un programa nacional de rescate de las inteligencias». Destaca su especial atención a la batalla gramsciana de las ideas y a los juegos postmodernos con el lenguaje: «Nadie, hoy en día se puede decir que es un ciudadano libre y responsable, capaz de votar y discutir como un adulto, si no está informado de las técnicas de manipulación del lenguaje y la conciencia, que ciertas fuerzas políticas utilizan para engañarlo, en un ataque mortal a la democracia y la libertad».

Partir de esta actitud combativa es la mejor manera para entender también sus sombras y a sus detractores. Se le ha acusado de escandaloso y de feroz, con razón. No pidió cuartel porque no lo dio. Para él, «la moderación en la defensa de la verdad es un servicio prestado a la mentira». Ya se ve que el consenso era la última de sus ambiciones, la penúltima posar de centrista, y la antepenúltima hacerse el moderado. Véase: «Los ofendiditos que me disculpen, pero tener razón es mi profesión» y «Callarse ante el atacante deshonesto es una actitud tan suicida como intentar rebatir sus acusaciones en términos “elevados”, confiriéndole una dignidad que no tiene». Había aprendido en su primera juventud comunista: «Lenin decía que cuando consigues arrancar del adversario la capacidad de luchar ya has vencido».

Le benefició llegar sin ningún prestigio impostado que salvaguardar. No tenía un solo título formal. Tampoco su trayectoria era diáfana: ejerció de astrólogo [sic, no de astrónomo], se vinculó a una secta sufí y estuvo afiliado al Partido Comunista. Por supuesto, había renunciado muy pronto a todo eso, pero le quedó la falta de engolamiento. Nada de lo que le dijeran ahora podía ser peor que los errores de sus inicios.

Olavo supo que la batalla cultural requiere, antes que la agitación imprescindible, unos sólidos cimientos en la verdad y en la historia,

No le importó nunca que le ridiculizaran como conspiranoico, y lo fue, pero también le acusaron de inventarse la importancia del Foro de São Paulo y del Grupo de Puebla que hoy no niega nadie. Ridiculizar la investigación de cualquier hecho con el título infamante de la conspiración puede encubrir muchas complicidades. También supo leer con prontitud la importancia de los medios y las redes sociales para la transmisión de ideas. Sus cuentas de Twitter y de Facebook han echado humo, que mostraba dónde estaba el fuego.

No se le puede negar un inmenso talento de epigramático: «Tampoco asombra que los socialistas, no entendiendo el capitalismo, traten de describirlo con la fisionomía hedionda del fascismo, que, por afinidad, entienden perfectamente». El azote también se vuelve contra la derecha más instalada: «los hombres de “la derecha” —digo “hombres” cum grano salis». Y sigue fustigando: «La izquierda brasileña —toda ella— es una banda de bribones ambiciosos, amorales, amorfos, maquiavélicos, mentirosos y absolutamente incapaces de responder de sus actos ante el tribunal de una conciencia que no tienen». Hasta fue capaz de emprenderla con el subcontinente de sus amores: «Brasil se puede decir dos más dos son cinco, siete o nueve y medio, sí, pero, si dice que son cuatro, se observa en los ojos que te rodean el fuego del resentimiento o el hielo del desprecio».

No buscó en la filosofía, que estudió con fervor y fe, reconocimientos académicos ni engolamientos pedantes. Supo que la batalla cultural requiere, antes que la agitación imprescindible, unos sólidos cimientos en la verdad y en la historia, en la cultura y en la creación. Su breve estudio sobre Maquiavelo es deslumbrante, mientras que el Jardín de las aflicciones (1995) demuestra su profundidad. Estudió a fondo a Ortega y Gasset, al que dedicó un ensayo (1983) premiado por la Embajada del Reino de España en Brasil. Su ingente obra tiene una antología muy perspicaz a cargo de Felipe Moura Brasil con un título esclarecedor: Lo mínimo que usted necesita saber para no ser un idiota (2013). 

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