Son muchos los historiadores y politólogos que llevan dĆ©cadas advirtiendo de la importancia del conocimiento de la historia para que la nación permanezca. El historiador hispanoamericano Ricardo Krebs recordó que un pueblo, sin su pasado, no podĆa disponer ni de un presente ni, mucho menos, de futuro. En este mismo sentido se manifestaba el escritor e historiador ruso Solzhenitsyn cuando apuntó que cortando las raĆces de un pueblo se lograba destruirlo.
En efecto, cuando a un pueblo o nación se le arrebata su propia cultura, se le borra su pasado, se queda huĆ©rfana en su identidad. En esta misma lĆnea se expresó en varias ocasiones el historiador polaco Topolsky, para quien la historia era parte de la conciencia de una nación. Y esto es literalmente asĆ. EspaƱa se edifica en una historia milenaria, que es necesario estudiar y conocer para salvaguardar una conciencia nacional que comprenda su propia identidad. Si se conoce el pasado, se puede entender el presente y, con ello, se pueden afrontar con mĆ”s capacidad los retos del futuro. Sin pasado no puede haber presente ni, por supuesto, un futuro comĆŗn. La nación se concibe, asimismo, como la identidad cultural e histórica de un pueblo, pueblo que, ademĆ”s, se ha erigido en sujeto del poder.
El hombre es por naturaleza heredero, y, asĆ, la historia y la memoria de un pueblo son una herencia que le perfila y que, si transmite, continuarĆ” en su vigor
Frente a ello, el globalismo aspira a todo lo contrario. Ideológicamente, su principal misión es diluir las identidades y tradiciones, y descubre en ellas, en las estructuras del Estado-nación y, por supuesto, en el patriotismo, la soberanĆa nacional y en la religión católica, a sus mayores enemigos. Imperio, obra central de los posmarxistas Negri y Hardt, es buen ejemplo. Escrito hace mĆ”s de dos dĆ©cadas, describe un mundo en el que se superan las soberanĆas nacionales en favor de una especie de soberanĆa global, que, por tanto, es falsa, sin lĆmites geogrĆ”ficos y con identidades hĆbridas y lĆquidas. El camino hacia ese Imperio, con la instalación de un gobierno mundial, a muchos nos recuerda al plan descrito en la formidable novela El seƱor del mundo, de Benson.
En este sentido se encuadra el proyecto de Real Decreto que prepara el Ministerio de Educación y Formación Profesional, el cual, sin ceƱirse a un sencillo criterio cronológico, respetuoso con el exacto e inequĆvoco devenir de la historia, prefiere una lectura interpretativa de esta, restringida a la EspaƱa posterior a 1812 y en la que, por supuesto, no falte la perspectiva de gĆ©nero. Es objeto de este Decreto potenciar esa nueva ācultura de la cancelaciónā, o ācultura wokeā, con el fin de cancelar, pulverizar y hacer olvidar la tradición occidental forjada en los siglos anteriores a la Edad contemporĆ”nea.
Este Decreto, no nos engaƱemos, quiere revisar el pasado y eliminar del estudio y de la memoria pilares de nuestra historia e identidad. Su pretensión es, como antes hicieron otras normas educativas, ahondar en la desvinculación de las personas de su historia y tradición para manipularlas y adherirlas a su ideologĆa, porque los globalistas pretenden destruir la libertad de las naciones, como ha descrito magistralmente Jorge BuxadĆ© en su reciente libro SoberanĆa, asĆ como las razones de su existencia. Quieren que los pueblos desconozcan su pasado, para que pierdan la memoria y se difuminen las identidades. El Gobierno aspira, lo ha demostrado sobradamente y no lo disimula, a la construcción de una nueva sociedad, y ello, en su agenda globalista, requiere de una reconstrucción histórica selectiva para una construcción polĆtica, generando determinados olvidos, una amnesia selectiva que les permita gestionar a su antojo los comportamientos sociales en base a la memoria del pueblo espaƱol. No olvidemos la palmaria frase de Orwell, en su novela 1984, de que quien controla el pasado controlarĆ” el futuro, porque, como indicó Cicerón, la historia sirve, incluso, para enseƱar a vivir.
Nuestra historia común es, ante todo, el tesoro de lo que sucedió en la tierra que pisamos y, por supuesto, las vidas de nuestros ascendientes con sus glorias y desgracias, con sus aciertos y catÔstrofes, con sus héroes y con sus traidores
El hombre es por naturaleza heredero, y, asĆ, la historia y la memoria de un pueblo son una herencia que le perfila y que, si transmite, continuarĆ” en su vigor. La tradición es un elemento de la nación en el tiempo, y si se pierde se queda sin referencias, motivo por el que Donoso CortĆ©s afirmó aquello de que los pueblos sin tradiciones se hacen salvajes. EspaƱa es, como otras naciones, depósito de sus propias tradiciones, y como tal, para comprenderla, es necesario a su vez comprender su historia.
Tener conciencia de nación implica recordar la historia, porque, ademÔs, en nuestra identidad se halla la misma existencia de nuestra patria, que es lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos. Nuestra historia común es, ante todo, el tesoro de lo que sucedió en la tierra que pisamos y, por supuesto, las vidas de nuestros ascendientes con sus glorias y desgracias, con sus aciertos y catÔstrofes, con sus héroes y con sus traidores. Por ello, el pueblo español debe conocer y mantener en la memoria, como nos trasladaron nuestros mayores, que nuestra historia fue en un tiempo la propia historia del mundo, y a su vez, que España es Guadalete y Covadonga, sus buenos y malos reyes, nuestro paso por el Nuevo Mundo, las guerras en Flandes y la derrota en Trafalgar. Que la patria también son nuestros poetas, Lope, Garcilaso y Góngora, y nuestros santos, San Fernando, San Ignacio o Santa Teresa de Jesús, exploradores como Elcano, Núñez de Balboa y Orellana, y nuestros artistas también, Murillo, ZurbarÔn o VelÔzquez. En definitiva, que nuestra nación también es aquello que ahora, estos manipuladores, operadores de las agendas internacionalistas, pretenden que nuestros jóvenes repudien o, al menos, desconozcan u olviden.