«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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SI DE ALGO SABE TRUMP ES DE PERSUADIR

¿Presidente Biden? No tan rápido

Hace dos semanas creí que todo estaba perdido. Tras varios días de recuento, Biden adelantaba a Trump en todos los Estados clave y parecía imposible que la situación se fuera a dar la vuelta. Y aún lo sigue pareciendo, a pesar de las numerosas denuncias de fraude electoral que proliferan por todas partes.

Sin embargo, el domingo pasado observé algo que me pareció extraño y que ya había intuido la noche electoral, cuando el candidato demócrata, con el republicano adelantándole por hasta 15 puntos al 80% del recuento en Pensilvania, salió a hacer una insólita declaración de victoria diciendo que aquello estaba prácticamente ganado. En ese momento, con todos los presentadores y analistas de la CNN, Fox News, MSNBC y La Sexta dando gritos en los platós, descompuestos por lo que parecía un cruel deja vu de la pesadilla que vivieron en 2016, me di cuenta de que Biden se había apresurado a salir a hablar para insuflar moral a sus tropas. Estaban demasiado apesadumbrados, había que cambiar el relato y había que hacerlo ya.

Los medios se apresuraron a coronar al líder demócrata como presidente incontestable de EEUU, un comandante en jefe verificado por los expertos.

Un día antes, con el recuento aún sin finalizar y con Trump negándose a conceder ante su rival, los medios de comunicación se apresuraron a coronar al líder demócrata, no ya como vencedor en las proyecciones del recuento, que también, sino como presidente incontestable de los EEUU, una especie de comandante en jefe verificado por los expertos. A partir de ahí, se dio inicio a una apresurada campaña de propaganda –casi un ejercicio de hipnosis colectiva– para que quedara muy claro que, desde ese momento, todas las quejas y sugerencias tenían que pasar por Joe Biden y Kamala Harris, y que Trump ya no pintaba nada.

Esta escenificación tan bien orquestada –desde la tardanza en proyectar cualquier victoria republicana hasta la creación de esa insólita “oficina del presidente electo”– nos muestra dos cosas: que los demócratas tienen sus dudas sobre el desenlace de este proceso y que están nerviosos. En otras palabras, tienen prisa por hipnotizar a la opinión pública para que asuma cuanto antes que la autocoronación de Biden no tienen vuelta atrás, pase lo que pase ahora con el proceso judicial y constitucional que se inicia.

Porque, si de verdad creen que la victoria ha sido tan limpia y segura para Biden y que el 20 de enero va a jurar su cargo pase lo que pase, ¿qué les impide esperar a que se resuelva el litigio, como hicieron Bush y Gore en el año 2000? Aunque sea para preservar las formas y las costumbres, a las que tanto se han agarrado para criticar a Trump durante estos años. O para dejar que éste hierva en su propio caldo hablando de conspiraciones y fraudes. Después de todo, si tan seguros están de que habrá un presidente Biden, no pierden nada por quedarse quietos e incluso apoyar recuentos y auditorías del voto. ¿De qué tienen miedo?

Yo tengo una teoría. Creo que los enemigos de Trump son conscientes de que queda una larga batalla por delante y, más importante aún, son conscientes de que pueden perderla, de ahí que se hayan lanzado a crear un relato de hechos consumados en el que Biden ya es el presidente de los EEUU, y que cualquier intento de cambiar eso pondrá en peligro la república. Y aquí es donde cobran especial importancia los brutales disturbios, saqueos e incluso asesinatos de Black Lives Matter y de las milicias Antifa de estos pasados meses, junto a las escenas de comerciantes americanos tapiando sus negocios en previsión de altercados si Trump ganaba las elecciones. El mensaje no puede ser más claro: si alguien se atreve a impugnar a Biden, que se prepare para un conflicto civil. Éstas son las formas del progreso.

Una cosa es que no haya habido fraude y otra que no se pueda sembrar una duda razonable al respecto. Y a eso es a lo que está apostando Trump.

Lo cierto es que Donald Trump aún tiene varias formas de acceder a la reelección y, a diferencia del nombramiento de su rival por aclamación mediática, éstas son legales. Y a estas alturas sobra decir que las va a explorar todas, si no lo ha hecho ya. La primera y de la que más se está hablando sería demostrar que realmente ha habido un fraude a gran escala. Personalmente, creo que esto es improbable y que, en todo caso, es insuficiente para darle la vuelta a la tortilla. No porque haya habido fraude o no, que seguro que lo ha habido, sino porque es muy difícil probarlo, y menos en el poco tiempo que queda hasta que se agote el plazo para jurar el cargo, previsto para el 20 de enero.

Pero una cosa es que no se pueda demostrar el fraude y otra que no se pueda sembrar una duda razonable al respecto. Y a eso es a lo que está apostando Trump, en mi opinión, y de momento lo está haciendo muy bien.

Muchos pensarán que es imposible que logre la reelección hablando de conspiraciones y pucherazos. Pero también muchos pensaron que no se podía firmar un acuerdo de paz con Corea del Norte y acabar con la mayor amenaza nuclear del planeta llamando “bajito y gordo” a su amado líder. Y ocurrió. Éstas son las formas de Trump, mucho más divertidas que las de sus enemigos, por cierto.

¿Cuál es el camino? Lo primero es recordar que EEUU no es una democracia, sino una república. De hecho, la palabra democracia no aparece ni en su Declaración de Independencia ni en su Constitución, y no porque se les olvidara a los padres fundadores, sino porque, temerosos de experiencias de la antigüedad que habían devenido en tiranías de la mayoría y en anarquías, decidieron excluirla de ambos textos. Así, EEUU no se rige por lo que decida en cada momento la mayoría, sino sólo por las leyes, que efectivamente emanan del pueblo a través de las legislaturas estatales y del Congreso, pero que en ningún momento dicen que el presidente deba ser el candidato que más votos populares gana.

Si de algo sabe Trump es de persuadir y firmar acuerdos. Y sabemos que es un jugador nato que cuenta con una resistencia a prueba de bombas.

Ésta es la clave de todo: al presidente de EEUU no lo eligen los ciudadanos, lo eligen los Estados. Esto significa que, en caso de empate o duda, la decisión final se toma en el Congreso, en lo que se conoce como una elección de contingencia, recogida en la duodécima enmienda de la Constitución americana. Y aquí es donde a Trump le salen los números, ya que aparte de controlar el Senado, su partido tiene la mayoría de delegados estatales en la Cámara de Representantes. Llegados a una elección de contingencia, estos delegados podrían legalmente reelegir a Trump, tal y como se ha hecho en otras elecciones reñidas en el pasado, incluso con candidatos ganando el voto popular y el colegio electoral, es decir, la misma situación que ahora.

No es un camino ni mucho menos fácil y, para tener éxito, Trump deberá utilizar todas sus dotes negociadoras y persuasivas con el objetivo de que el número de votos electorales de Biden no llegue a los 270 necesarios para ganar el colegio electoral. Para ello debe lograr que ciertas legislaturas estatales clave en manos republicanas, como Pensilvania o Michigan, no certifiquen los resultados, contestando el resultado que envíe el gobernador. Si un Estado envía dos listas de electores distintas al Congreso, la última palabra sobre la validez de esas listas la tiene el presidente del Senado, que no es otro que el vicepresidente Mike Pence. Lo único que tiene que hacer éste es rechazar ambas listas y no contar ningún voto electoral de ese Estado, de modo que ningún candidato llegue a los 270 votos necesarios para ser presidente. En este caso, como hemos dicho, la elección final pasaría a manos de los delegados estatales en la cámara baja, y allí los republicanos tienen 26 delegados y los demócratas 22.

¿Suena difícil? Volvamos un momento a lo que hizo Trump en Corea del Norte. O en Oriente Medio. O a lo que hizo en su primera campaña a las presidenciales, donde nadie daba un duro por él. Porque si de algo sabe Trump es de persuadir y firmar acuerdos. Y sabemos que es un jugador nato que cuenta con una resistencia a prueba de bombas. Y que probablemente va a hacer esto por las risas, porque disfruta jugando y ganando, lo cual le ayuda a enfocarse y no cometer fallos.

Pero, ¿cómo convencer a los legisladores republicanos para que se pasen a su bando e ignoren los recuentos? La única vía es persuadiéndoles de que las elecciones no han sido limpias, de que esos resultados no son válidos por injustos. O más bien persuadiendo de ello a sus votantes, porque de lo que va a intentar persuadir a los legisladores es de que si aceptan unos resultados que sus votantes consideran ilegítimos por fraudulentos, ya pueden decir adiós a su reelección.

¿Por qué creo que puede tener éxito? Porque de momento ya ha convencido a toda su base de que ha habido un fraude a gran escala, y entre el 70%-80% de los votantes republicanos cree que las elecciones no han sido limpias, según un sondeo de Morning Poll. Ahora Trump ha anunciado que va a iniciar una gira de mítines por el país, que ha empezado con una gran marcha en Washington D.C., y que previsiblemente usará para seguir encendiendo los ánimos. Sin contar con que es más que probable que el Tribunal Supremo de EEUU anule la ley que permite recibir votos hasta tres días después de las elecciones en Pensilvania, lo cual seguramente no cambie el resultado pero refuerce el mensaje de Trump, sentencia en mano, de que todo ha sido injusto y poco limpio.

Es difícil, seguramente el reto más difícil al que ha tenido que enfrentarse este personaje increíble, pero es lo que se ha propuesto hacer y va a pelearlo hasta el final.

Alguien podrá argumentar que todo esto es retorcer la voluntad popular y entrar en terrenos desconocidos y que el fin no justifica los medios. Que lo mejor sería guiarse por las costumbres y entregar el poder al candidato que ha recibido más votos sin oponer ninguna resistencia. Y en efecto eso es lo que haría cualquier candidato republicano al uso. Porque es lo que hacen siempre las fuerzas conservadoras: rendirse en busca de la bendición de los progresistas. Yo creo que no debe ser así, y que si tiene opciones legales de ser reelegido debe usarlas sin pensarlo. Como harían los de enfrente, por cierto.

Los demócratas y su todopoderosa maquinaria de propaganda se agarrarán al argumento de que algo así no tiene precedentes en la historia de EEUU, pero nadie debería caer en esa trampa porque ni es verdad, (pasó en las elecciones de 1800, 1824 y 1836) y tampoco existen precedentes de meter a un expresidente en la cárcel o ampliar el Tribunal Supremo para llenarlo con jueces afines y todo el mundo sabe que eso es lo primero que van a intentar hacer los demócratas una vez culminen su proceso de usurpación del poder, para el que tampoco han dudado en cometer todo tipo de atropellos y abusos, incluida la violencia en las calles.

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