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Quienes deciden qué es noticia tienen aún más poder del que deberían

Silencio informativo: no pasa nada con las menores tuteladas en Baleares ni con las procesiones en El Vendrell

El presidente de VOX, Santiago Abascal, en el Congreso de los Diputados.
El presidente de VOX, Santiago Abascal. Europa Press

Cinco magrebíes tratan de reventar una procesión de semana santa en El Vendrell (Tarragona) y aquí no pasa nada. O para ser más exactos: casi nadie se ha enterado porque los medios gastan sus horas en convencernos de que la islamización de Occidente no es un problema y sí «la posible llegada de la ultraderecha al corazón de Europa» o la más cercana en Valladolid. En ambos casos -lamentan- no ha funcionado el cordón sanitario, aunque Antena 3 no esconde sus deseos en el rótulo de la crónica de su corresponsal en París: «Frente común contra la extrema derecha». Desde luego, mucho más sutil es hacerse eco de lo que otros dicen para colar el mensaje propio, tarea para la que ha servido la portada del diario francés Liberation referida a que Le Pen pase a la segunda vuelta de las presidenciales: «Esta vez da miedo de verdad».

Les debe dar la risa, en cambio, el ataque a nuestras tradiciones perpetrado por un grupo de musulmanes el Domingo de Ramos. Por ello la magnitud del suceso no ha sido proporcional a la cobertura informativa, casi inexistente, que la mayoría de medios ha otorgado al asunto. Hace unos años las imágenes de unos inexpertos policías municipales reduciendo a varios fanáticos religiosos (término empleado hoy de forma unidireccional hacia quienes, por ejemplo, rezan frente a clínicas abortistas) habrían dado la vuelta a España. El milagro ahora es habernos enterado, pues de no existir teléfonos móviles con cámara ni redes sociales los medios de comunicación oficiales lo habrían ocultado, como de hecho hacen con el tipo de informaciones que llega reenviada a nuestro móvil a través de un grupo subversivo de WhatsApp.  

Claro que una vez difundidas las imágenes hay quien trata de entender (justificar) a los jóvenes musulmanes, que si atacaron fue porque ven una provocación que celebremos la Semana Santa durante el ramadán. Un argumento falaz en la medida en que el ayuno no influyó en otros ataques. Como el de Zouhair el Bouhdidi, que preparaba una masacre en la Semana Santa de Sevilla de 2019 inmolándose al paso de una procesión. Entonces no se celebraba el ramadán, y solo la intervención de la Policía Nacional evitó una tragedia gigantesca. Nadie se acuerda de ello porque los medios pasaron de puntillas al no producirse el atentado. De haberse consumado, por supuesto, se habrían difundido los paños calientes habituales: stop islamofobia, los terroristas no representan al islam verdadero, tenemos la culpa de que los musulmanes no se integren, todo el mundo mata en nombre de Dios, nos la están devolviendo por las cruzadas, etc.  

Los hechos, como vemos, no son lo fundamental del asunto cuando de lo que se trata es de imponer una verdad. Por mucho que se repita la frase «dato mata a relato», la realidad es justo la contraria. El poder de la narrativa oficial es tan enorme que es capaz de instaurar el mantra del peligro de la islamofobia incluso días después de un atentado yihadista. En marzo de 2016 el grupo Hogar Social Madrid desplegó una pancarta (“Hoy Bruselas ¿Mañana Madrid?”) y encendió unos botes de humo a decenas de metros de la mezquita de la M-30 en protesta por los atentados yihadistas perpetrados unos días antes en Bélgica en los que murieron más de 30 personas. Aquello le costó a la líder del grupo la imputación por incitación al odio mientras que la Fiscalía pedía tres años de cárcel por islamofobia. 

El episodio frente a la mezquita recuerda a lo que acontece estos días a propósito de las elecciones en Francia, el nuevo Gobierno de Castilla y León y la llegada a Baleares de una delegación del Parlamento Europeo para investigar los abusos a los menores tutelados por el Gobierno regional. A priori, tres hechos con relevancia informativa que, sin embargo, son tratados de forma desigual. 

El lunes, día en que una delegación del Parlamento Europeo llegó a Baleares para investigar los abusos sexuales a las menores tuteladas por el Gobierno regional, el informativo de las 9 de la noche de Antena 3 dedicó 10 minutos a agitar el espantajo ultraderechista fijando el rótulo «Europa, preocupada por el avance de la ultraderecha» acompañado de imágenes de distintos líderes europeos como Le Pen, Orban o Morawiecki. Naturalmente apenas dedicaron unos segundos al escándalo en Baleares, de modo que, tras una entrevista con el experto de rigor, el bloque internacional -alerta antifa francesa- dio paso de forma nada inocente a la llegada de VOX al Gobierno de Castilla y León. 

Si la hipotética llegada de Le Pen al Elíseo suscita preguntas (¿cómo es posible?) y eslóganes camuflados de titulares («Europa, preocupada por el avance de la ultraderecha»), a estas alturas cabe preguntarse cómo es posible que Francina Armengol siga como presidenta regional cuando bajo su responsabilidad varias menores tuteladas fueron prostituidas y acabaron en manos de redes dedicadas a la droga. Igual, pero peor, es lo de Mónica Oltra, cuyo exmarido está condenado por abusar de una menor tutelada en Valencia.

Si este escándalo no ha acabado aún con las carreras de Armengol y Oltra es, sobre todo, porque quienes deciden qué es noticia tienen aún más poder del que deberían. Por eso, es frecuente que la mayoría de los españoles ignore lo que realmente le afecta de cerca mientras se le somete a un bombardeo propagandístico formidable para convencerlo de que el mayor de sus problemas es el cambio climático, la «ultraderecha» o el racismo. Sólo en tal estado de intoxicación desinformativa es posible borrar de nuestra mente lo que antes de ayer nos quitaba el sueño. ¿Los camioneros, dice usted? ¿La tercera dosis? ¿Vacunas, qué vacunas?

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