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Tras una campaña de desinformación que justificó la censura de las 'Big Tech'

‘The New York Times’ admite, al fin, que los correos que prueban los oscuros negocios de Hunter Biden son auténticos

Joe Biden y su hijo, Hunter Biden
Joe Biden y su hijo, Hunter Biden

Si usted estuviese leyendo casi cualquier otro medio, todos los periódicos convencionales, por ejemplo, en lugar de estas inapreciables páginas, ya sabría sobradamente que toda la información sobre relaciones comprometedoras y negocios más que sucios del hijo del presidente, Hunter Biden, reveladas en su propio portátil es una «fake news», con toda probabilidad de factura rusa, como ha denunciado todo el mundo, empezando por la jefe de prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki.

Afortunadamente, usted ha elegido informarse con nosotros, lo que significa que desde el principio, hace meses, sabe que la información que desveló ‘The New York Post’ hace más de un año, antes de las presidenciales, es absolutamente cierta.

Pero esa no es la noticia; la noticia es que la principal fuente de la información ‘correcta’ en el mundo entero, el ‘The New York Times’, al fin lo admite. Lo que lo vuelve ‘oficialmente cierto’. Como es noticia que el dichoso portátil ha sido protagonista de una de las campañas de desinformación de mayor éxito (éxito electoral, entre otros) de la historia.

El 14 de octubre de 2020, menos de tres semanas antes de que los estadounidenses votaran, el periódico más antiguo del país, ‘The New York Post’, comenzó a publicar una serie de artículos sobre los oscuros negocios del candidato demócrata Joe Biden y su hijo, Hunter, en países en los que Biden, como vicepresidente, ejercía una influencia considerable (incluidos Ucrania y China), y que volvería a ejercer si alcanzara, como así fue, la Presidencia.

La reacción frente a estas informaciones en un diario respetable fue violenta, inmediata e implacable, llevando incluso al silencio sobre el particular por parte de los grandes medios y a la censura de la historia por parte de los principales monopolios tecnológicos. La campaña de desinformación la coordinó la portavoz oficiosa de la CIA, Natasha Bertrand (entonces de Político , ahora en CNN), cuyo artículo del 19 de octubre apareció bajo este titular: «La historia de Hunter Biden es desinformación rusa, afirman docenas de antiguos responsables de Inteligencia».

El problema es que los citados ‘antiguos responsables de Inteligencia’ que, en efecto, habían escrito una carta abierta sobre el asunto, no decían eso en absoluto. Más bien al contrario: insistían en que carecían de todo indicio que sugiriera que los correos electrónicos de Hunter hubieran sido falsificados o de que Rusia tuviera nada que ver en el asunto. Es solo que tenía que ser Rusia, y punto. «Queremos subrayar que ignoramos si los correos electrónicos proporcionados a ‘The New York Post’ por el abogado personal del presidente Trump, Rudy Giuliani, son genuinos o no, y que no tenemos evidencia de la participación rusa. Es solo que nuestra experiencia nos hace sospechar que el Gobierno ruso jugó un papel importante en este caso», escribieron.

Todo esto podría haber llevado a un interesante debate en torno a la opinión de los agentes, pero no era tiempo para arriesgar: había que garantizar por cualquier medio que Trump no resultara reelegido. Así que se difundió por todo lo ancho y largo del panorama periodístico el dogma innegable de que los correos eran falsos y que Rusia los había fabricado. Se despreció así una información que, de investigarse y llegar al ciudadano, hubiera cambiado el voto de miles con toda probabilidad.

Esta campaña de desinformación sirvió de excusa a las grandes tecnológicas para justificar una censura brutal de cualquier comentario o discusión sobre el asunto, el ejemplo más espectacular de censura preelectoral en la historia política estadounidense moderna. Twitter bloqueó la cuenta ‘The New York Post’ durante casi dos semanas debido a su negativa a obedecer las órdenes de Twitter de eliminar cualquier referencia a sus informes. La red social también bloqueó toda referencia a la noticia por parte de los usuarios corrientes, a los que incluso se prohibió enlazar la historia del Post en conversaciones privadas. Facebook, a través de su portavoz, Andy Stone (activista demócrata de toda la vida) anunció que suprimirían mediante el algoritmo todo debate al respecto para asegurarse de que no se difundiera, en espera de una «verificación de hechos […] por parte de los socios de verificación de hechos de terceros de Facebook» que, por supuesto, nunca llegó, precisamente porque el archivo era indiscutiblemente auténtico.

Un puñado de periodistas independientes dedicó muchas horas y dejó correr mucha tinta para demostrar, sin sombra alguna de duda, que los correos eran auténticos (y más que alarmantes para el futuro de Biden), pero de nada ha valido hasta que este jueves ‘The New York Times’ publicó un extenso artículo en el que se daban por buenas, al fin, las informaciones. Cuando ya no puede perjudicar las posibilidades electorales de Biden.

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