«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
¿SE PUEDE ESPERAR ALGO MEJOR PARA 2021?

Venezuela: un año perdido

Es más que obvio: al menos en las últimas dos décadas, Venezuela no ha tenido un solo año en el que rebosen los logros, los éxitos y las cosas que a final de cuentas llevan a un país a sentirse orgulloso de sí mismo. Pero 2020 definitivamente ha sido un año pésimo para los venezolanos. La depauperación económica que día a día cobra más y más vidas; una marea migratoria que no parece tener fin, expulsando hasta ahora –según las cifras más conservadoras– a 5 millones de almas de su Patria y un inmovilismo político que ha condenado las esperanzas inmediatas de ver aparecer a la deseada transición a la democracia. Todo, a la vez, forma parte del paisaje.

El año comenzó temprano, con la juramentación –para un segundo período consecutivo– de Juan Guaidó como Presidente de la Asamblea Nacional (AN), y por consiguiente también como Presidente Interino de la República. El trámite no estuvo desprovisto de dificultades. Ese 6 de enero de 2020, un grupo de parlamentarios que hasta entonces hacían oposición a Maduro, se coaligaron con él para montar una AN paralela con una junta directiva alterna, encabezada por Luis Parra. La Asamblea espuria de los “alacranes” (como fueron denominados los diputados que se transaron con Maduro y compañía en esta maniobra) nunca produjo ningún resultado de consideración (jamás lograron sesionar como es debido) y tampoco contó con reconocimiento internacional.  

Hacia mediados de marzo la pandemia hizo su aparición en Venezuela. El 13 de ese mes se registraron oficialmente los dos primeros contagiados de covid-19 en este lado del mundo, y ya el día 17 Nicolás Maduro decretaba el inicio del respectivo proceso de cuarentena general para toda la población.

Con la irrupción del virus se diluían las ya de por sí menguadas esperanzas de cambio político en el país. Al declive en la popularidad del liderazgo de Guaidó se sumaba ahora el control político que podía ejercer Maduro de la sociedad con el pretexto de estar cuidándola del coronavirus. La oposición quedaba sin la opción de convocar manifestaciones masivas de calle. La pandemia acá, como en otras partes, resultaba muy conveniente para una autocracia que buscaba desmovilizar por cualquier medio a sus oponentes.

En medio de la inercia de un año que no parecía deparar muchas sorpresas aparece en mayo un extraño operativo militar en la zona norte costera del país. Dos pequeños grupos de militares que pretendían entrar a Venezuela en lanchas de pescador son detenidos por las fuerzas leales a Maduro en las zonas de Macuto y Chuao, respectivamente. La operación, luego conocida como “Gedeón” deja además a 8 muertos del lado de los insurgentes.

En teoría se trataba de militares venezolanos adversos al chavismo que se coordinaron con un contratista de seguridad norteamericano llamado Jordan Goudreau, para provocar la caída del régimen. En medio del trance Guaidó termina diciendo que no tiene ninguna responsabilidad en el episodio y Maduro ratifica que ha logrado –una vez más– vencer a las fuerzas de la derecha que buscan deponerlo. Al día de hoy todavía no se sabe a ciencia cierta si estuvimos ante una iniciativa realmente comprometida con la liberación de Venezuela o si era más bien una maniobra infiltrada por el propio chavismo para pescar incautos. Es el problema de regímenes políticos como el venezolano: siempre llevan a dudar, de todo y de todos.

En el caso de Guaidó, al cabo de unos meses el conjunto de la ciudadanía confirmó en carne propia aquella vieja creencia de que en política, como en el amor y en las películas, las segundas partes nunca fueron buenas. El sostenimiento del mantra que prometía –por segundo año consecutivo– el cese de la usurpación de Maduro, para proceder a un gobierno de transición que convocase elecciones libres quedó en eso, en una aspiración frustrada.

¿Qué pasó? ¿Miopía en la estrategia trazada? ¿El régimen era más fuerte y despiadado de lo que se pensaba? ¿La comunidad internacional nunca estuvo realmente comprometida con el todo o nada en el caso venezolano? ¿Con la pandemia se exacerbaron las dificultades para movilizar a la gente en pos de la caída de Maduro? ¿Nunca hubo intención real de deponerlo? ¿Mero inmovilismo paralizador?

El caso es que el año siguió su curso sin alteraciones. El poder siguió estando depositado en el statu quo chavista. Se impuso lo que algunos han llamado la “paz de los bodegones”: cierta liberalización del sector importaciones por parte de Maduro, ha dado pie al establecimiento de innumerables tiendas de comestibles y artículos del hogar que se transan en dólares, creando una falsa sensación de que la economía venezolana se ha terminado “normalizado” cuando, en el fondo (como en Cuba), son muy pocos los que pueden pagar por esos bienes.

Las elecciones presidenciales de Estados Unidos, realizadas el 6 de noviembre, significaron un nuevo balde de agua fría para los demócratas venezolanos. Una estrategia que desde el día cero ha planteado que la comunidad internacional, y sobre todo Estados Unidos, son fundamentales en la presión que debe ejercerse sobre la cúpula chavista para que ésta abandone el Palacio de Miraflores, se ve severamente amenazada cuando se proyecta la eventual llegada de Joe Biden a la Casa Blanca. Con la salida de Trump del poder, cae también –desde el plano real, o al menos figurado– el enfoque de máxima presión desde Washington hacia Venezuela. 

Así llegamos a Diciembre. Un Maduro abrumado de sanciones económicas por aquí y por allá, pero que aún conserva la corona, se propuso la creación de una nueva farsa electoral, y efectivamente la llevó a cabo.

Mediante una falsa elección parlamentaria, realizada el 6 de este mes, se ha asegurado una Asamblea Nacional con el control directo de 253 Diputados de los 277 posibles, entendiendo que los 24 restantes pertenecen a un amago de oposición, creado por él mismo. La farsa ha sido desconocida –al menos en el papel– por la Unión Europea y Estados Unidos.

En contrapartida, Guaidó decidió rechazar la elección de Maduro promoviendo su propia elección: “La Consulta Popular”. Una iniciativa refrita consistente en preguntar a los venezolanos si rechazan a Maduro y si quieren que la oposición siga luchando contra el tirano. De la conclusión de dicha “consulta” ya han pasado casi 3 semanas, siendo sus efectos prácticos reales los que, más o menos, predijimos en este mismo espacio hace algunas lunas: ningunos.

En Venezuela la política nunca se va de vacaciones y, sobre el fin del año 2020, este aserto ha vuelto a emerger. Guaidó ha persuadido a la mayoría de los diputados opositores de la AN de reelegirle por tercer año consecutivo como Presidente del cuerpo legislativo, y por ende como Presidente Interino de la República. Para ello incluso se ha reformulado el estatuto que rige el proceso de transición que dice presidir el propio Guaidó, suscitándose con ello no pocas críticas sobre una estrategia a la que ya hasta el ojo menos entrenado le ve goteras.

Las preguntas seguirán allí: ¿será que a la tercera si va la vencida de Guaidó? ¿Qué hará la comunidad internacional con esa papa caliente en la que se ha convertido el caso venezolano? ¿Cómo coexistirán los poderes del mundo con una Asamblea fabricada por Maduro en este diciembre y otra que preside Guaidó? ¿Ha quedado Venezuela condenada a mirarse el ombligo mientras el tiempo pasa y el chavismo se convierte en el mejor aprendiz de un castrismo que ha gobernado a Cuba por más de 60 años?

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