«No soy el Papa Noel de la humanidad». Con esta humorística contundencia respondía el ‘candidato sorpresa’ de las próximas presidenciales francesas, Éric Zemmour, a una pregunta de los periodistas sobre cuántos refugiados debería acoger Francia en su suelo.
En un debate retransmitido por la emisora francesa BMF-TV, Zemmour, que ha hecho de su promesa de parar en seco la inmigración en Francia el eje de su campaña, añadió que se había lanzado a la palestra política «para salvar al pueblo francés y a Francia, no el mundo».
«Tengo un deber de humanidad con el pueblo francés, no tengo ningún deber de humanidad con el mundo entero», agregó Zemmour, advirtiendo que la inmigración masiva está «cambiando el rostro de Francia» y que los inmigrantes están «colonizando» el país.
El debate en cuestión enfrentaba a los dos candidatos de la derecha real francesa, Éric Zemmour y la eterna candidata y líder del mayor partido de Francia, Agrupación Nacional, antes Frente Nacional, Marine Le Pen, una ocasión que concita un especial interés porque Francia, con dos candidatos fuertes en la derecha antiinmigracionista, viene a ser el canario en la mina que avisa de la situación en la que pronto se encontrarán otros países de la Unión Europea, como España.
Porque Francia es cualquier cosa menos un país de derechas, o una nación políticamente poco sofisticada, y si Le Pen y Zemmour están en el centro de tantas miradas es porque la ‘invasión’ migratoria, especialmente de países islámicos, ha puesto ya al país en lo que fuentes del ejército y la policía han calificado como «cerca de la guerra civil». Quizá sea por eso que Zemmour pueda permitirse dar completamente de lado todo el lenguaje prudente y emocional que domina la vida política en Occidente.
Una de las medidas clave de Zemmour es que los refugiados soliciten la protección de Francia desde su propio país y que, de no hacerlo y arribar a Francia, serán inmediatamente arrestados y deportados. También quiere una aplicación más restrictiva de las causas de asilo, una figura que se creó, recuerda, ·para luchadores por la libertad como Victor Hugo, Solzhenitsyn, etc.», es decir, para casos raros y extremos. Su ideal es volver a las cotas normales en Francia en los años 50, es decir, unos 300 refugiados al año.
No le vale, por ejemplo, el caso sugerido por el presentador de las mujeres afganas perseguidas por los talibán. «Las mujeres afganas no son luchadoras por la libertad, no las acepto», respondió, y agregó: «No soy el Papá Noel de la humanidad». Y añadió que «los individuos pertenecen a los pueblos, tienen historias, culturas, no estoy aquí para dar lecciones morales a 7 mil millones de hombres, ni para acoger toda la miseria y todas las desgracias del mundo, cierro, se acabó».
El presentador recurrió al sentimentalismo, preguntándole por el caso de un ilegal que hubiera salvado la vida a un niño: ¿le enviaría de vuelta a Bamako? «Absolutamente», fue la respuesta inmediata de Zemmour. «Tengo un deber de humanidad con el pueblo francés, no tengo ningún deber de humanidad con el mundo entero», concluyó.