Las últimas horas de actualidad en Estados Unidos han estado marcadas por las operaciones de Israel para acabar con los terroristas de Hezbolá. Una vez más, son dos las batallas que están en juego en Occidente: la real y la mediática. En circunstancias normales me inclinaría a pensar que la real es la más importante, o incluso la única importante, pero en el presente clima de tensión política occidental, y más precisamente en el actual momento electoral en Estados Unidos, por triste que pueda parecerle a un amante de la verdad, lo que la prensa cuenta es casi más importante que lo que está ocurriendo.
«La muerte de Nasrallah expone la flagrante omisión que existe en la mayor parte de la cobertura mediática del conflicto», escribe Daniel Ben Ami en Spiked, «pocos medios parecen dispuestos a reconocer el hecho de que Israel se enfrenta a una amenaza aniquiladora por parte del grupo terrorista respaldado por Irán y sus aliados islamistas». «Los medios de comunicación presentan a Israel como un actor maligno e irracional que asesina deliberadamente a civiles inocentes», prosigue. Sin embargo, casi nadie parece dispuesto a contar que «Hezbolá ha burlado flagrantemente una resolución de la ONU que le ordena permanecer al menos a 12 millas de la frontera de Israel. Pero rara vez se toman en serio las motivaciones más profundas de Israel para su conflicto con Hezbolá y los grupos islamistas aliados». «Israel está rodeado de enemigos decididos a destruirlo», concluye el autor, «aunque gran parte de los medios de comunicación minimizan o se niegan a reconocer sus intenciones aniquiladoras, Israel no puede permitirse el lujo de mostrarse tan complaciente. En este trágico conflicto, la amenaza a Israel es existencial».
Matthew Continetti hace un llamamiento a Biden y Blinken en National Review para que apoyen de una vez a Israel sin fisuras y terminen con sus «juegos diplomáticos». Y comienza por centrar el asunto con meridiana claridad (aunque de un modo que no encontrarás en ninguno de los grandes medios internacionales): «Israel no está combatiendo al Líbano. Israel no quiere tener nada que ver con el Líbano. Las Fuerzas de Defensa de Israel se fueron de allí hace 24 años. Israel está intentando restablecer la disuasión contra Hezbolá, la milicia chií que funciona como un Estado dentro de otro Estado dentro de su país anfitrión, el Líbano».
«Tras las atrocidades del 7 de octubre de 2023, Hezbolá ha utilizado su puerto seguro para lanzar cohetes al norte de Israel. Los bombardeos han obligado a unos 60.000 israelíes a abandonar sus hogares», relata. E insistamos en el incumplimiento y la pasividad de la ONU, tan ocupada ahora en salvar el planeta promoviendo carne artificial y bicicletas que, por lo visto, no tiene tiempo de hacer cumplir sus propias resoluciones: «En 2006, Israel, Líbano y Hezbolá aceptaron la Resolución 1701 de la ONU, que establecía que Hezbolá trasladaría sus fuerzas al norte del río Litani, creando una zona de amortiguación entre el representante de Irán y el norte de Israel. Hezbolá nunca cumplió, y la fuerza multinacional de la ONU que opera en el sur del Líbano nunca se molestó en hacer cumplir el acuerdo».
La claridad con que expone el caso Continetti está respaldada por el sentido común, un sentido absolutamente ausente incluso en los medios que tímidamente respaldan el derecho de Israel a defenderse: «La situación es intolerable. Ninguna nación la toleraría. Ninguna democracia la toleraría», «la diplomacia no ha funcionado. La declaración conjunta de Biden da la impresión de que no se han intentado negociaciones. Al contrario: el enviado especial de Estados Unidos, Amos Hochstein, lleva meses recorriendo la región y ha sido tan ineficaz como el secretario de Estado, Antony Blinken, en la búsqueda de una tregua en Gaza. No es Israel el que ha hecho que Hochstein y Blinken parezcan tontos, sino los psicópatas terroristas a los que tratan como interlocutores de buena fe». Da igual que el promotor sea el malvado Zapatero o el errante Blinken: nunca es buena idea conceder a los terroristas interlocución de igual a igual con sus víctimas. Y nunca es justo. Y, lo peor, nunca es eficaz.
Los editores de National Review matizan y complementan el punto de vista de su columnista. Centrándose en la posibilidad de evitar el combate cuerpo a cuerpo, creen que si «Israel puede degradar las capacidades de Hezbolá hasta el punto de que ambas partes estén abiertas a un cese negociado de las hostilidades, su campaña puede haber sido un éxito tal que impida o incluso excluya la perspectiva de una operación terrestre».
En cuanto al éxito de las operaciones israelíes de las últimas semanas, consideran en National Review que «son buenas noticias para Occidente», al tiempo que critican que «la administración Biden y sus aliados europeos no están actuando como si lo fueran». Y, volviendo a donde empecé, como el relato mediático sigue siendo lo que más preocupa a los políticos occidentales, la única solución para Israel es darse prisa: «los israelíes están actuando rápido porque saben que sus partidarios en Occidente, que tienen tanto que ganar con la aniquilación de Hezbolá como Israel, no tienen el estómago para una operación antiterrorista prolongada». «Los golpes devastadores que Israel ha asestado a una organización enemiga de Occidente con sangre estadounidense en sus manos son asombrosos y deberían celebrarse», concluyen.
Celébrense.