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CRÓNICAS DEL ATLÁNTICO NORTE

Barbie: un experimento de manipulación masiva

Barbie. Estreno en Madrid. Europa Press

Cuando buscas «Barbie», «Ryan Gosling», o «Greta Gerwig» en Google, la pantalla se tiñe de rosa, el logotipo de se vuelve rosa, y comienzan a estallar estrellas rosas por encima de los resultados de tu búsqueda. Es el enésimo golpe de efecto de una de las campañas más invasivas de la historia. Es tal su intensidad y ubicuidad que ayer mismo creí ver un mundo color chicle de fresa al abrir la puerta de mi nevera, y eso solo tiene una explicación: Barbie no es una película, es una «acción», en los términos precisos en que los teóricos de la izquierda posmoderna entienden las acciones. 

Dicen mis críticos de confianza que el film es un tostón que haría llorar Joaquín Sánchez, pero conviene ir más allá, porque, insisto, no es una película, es otra campaña de manipulación masiva woke destinada a corromper las mentes de un sector muy específico: las niñas. Y es a la vez un experimento social, quizá el primero a gran escala realizado —no tengan dudas— con ayuda de la IA en todo el mundo al mismo tiempo. Nadie en la prensa conservadora americana se ha limitado a decir que la película es una mierda y es precisamente porque conviene entender lo que es. Además, todo aquel que tiene niños menores tendrá que verla o prepararse para la madre de todas las guerras, porque la publicidad, casi diría hipnosis comercial, se ha dirigido como un dardo envenenado al sector infantil.

No deja de asombrarme cómo el único criterio de tantos padres para decidir qué películas deben ver sus críos sigue siendo la estética o el primer impacto o referencia. Cualquier día llevarán a los niños a ver la versión porno de Blancanieves porque a fin de cuentas es un clásico infantil. Barbie es el enésimo ejemplo. 

Lo primero que debemos señalar es que la famosa muñeca es lo de menos. Podrían haber travestido a Dumbo, pintarlo rosa, y hacer el mismo disparate de film. Barbie es un icono y ha sido seleccionado específicamente para llevar a cabo una misión: expandir las ideas del feminismo más rencoroso, amargado, tedioso, deprimido, y egocéntrico. La directora parece haber llegado a este punto: mi mundo es una mierda, la culpa es de los hombres —no iba a ser suya, claro—, y no pararé hasta que al menos todas las mujeres se sientan tan asqueadas como yo; es una lógica de la expansión del mal que recuerda inevitablemente a Doctor Gang, el malo del Inspector Gadget.

Eddie Scary, en The Federalist entra en harina: «no hay nada que la industria del entretenimiento disfrute más que profanar la belleza, la feminidad y la inocencia». «El clímax es, literalmente, una conferencia sobre lo miserable e imposible que es ser una mujer feliz, impartida por el personaje de América Ferrera, una madre desesperada que trabaja en Mattel y que conduce a Barbie de su divertido mundo de fantasía a la vida real a través de su propia depresión». De las miles que he leído, quizá la crítica menos visceral es la Elle Purnell en The Federalist, pero pone el acento en un lugar inhóspito: “tiene sentido que las mujeres se sientan más en conflicto, desanimadas y confundidas que nunca por las expectativas de una sociedad que ni siquiera reconoce lo que es una mujer”. Vaya, eso no estaba en los planes de la directora.

El peligro de Barbie está en su sutileza, y en lo que da por sentado, una visión agria y asquerosa del mundo. Y lo más pernicioso es la insinuación de que, si las niñas no piensan como dice la película que deben pensar, es porque está abducidas por una suerte de inercia patriarcal. ¿Alguien sabe cómo caerá esto en crías de cinco a quince años que están llenando las salas de cine en todo el mundo? «Todas las demás mujeres no están paralizadas mental y emocionalmente como insiste Barbie«, responde Scary, “escrita y dirigida por la célebre feminista Greta Gerwig. No todo el mundo se odia a sí mismo y a su suerte en la vida como debe ocurrirle a Gerwig. Y eso incluye a las mujeres. Muchas de ellas son felices”, como “Barbie es y siempre ha sido. Es rica, hermosa, inteligente, talentosa, atractiva, popular y físicamente activa. O lo era, hasta que una amargada feminista de Hollywood le puso encima sus manos pegajosas y decidió que era hora de corromper a otra leyenda estadounidense”.

Madeline Fry Schultz, en Washington Examiner, recuerda que el film olvida a su audiencia lógica, niños y familias, y se dirige en cambio a «adultos nostálgicos» mientras «promueve historias de personajes LGTB»; sin embargo, la analista va más allá y pisa otro callo que nadie podrá discutirle sin insultos: «Barbie se hace eco de una visión superficial de la feminidad a menudo perpetuada por los ideólogos transgénero, que fetichizan las pruebas de la feminidad (períodos, silbidos, sexismo en general) mientras imaginan la belleza de la feminidad como nada más que un disfraz de muñeca para ponerse o quitarse».

Con cierto humor ofrece su punto de vista Rich Cromwell: «Sentarse a ver la película es como estar atrapado en una conversación con un ideólogo cabreado, pero cuyas ideas no son lo suficientemente locas como para ser entretenidas». «Greta Gerwing confunde los juguetes con mensajes sociales desagradables», dice Armond White en National Review, quien también señala que es una película «frenética, sin alegría y sin gracia, Barbie simboliza una cultura que devalúa la infancia y la bondad». Mientras que el mordaz crítico cinematográfico Critical Drinker lanza una sentencia de muerte al film: «Lo que ninguno de nosotros esperaba eran 114 minutos de rencor, amargura, mezquindad, bordeando el odio desquiciado hacia los hombres y todo lo que esté vagamente asociado con ellos».

A propósito. La directora ya está trabajando en estropear Blancanieves. Cada céntimo que ganen destrozando el icono inocente de Barbie lo invertirán en pervertir la historia de Blancanieves. Tú verás.

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