«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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crónicas del atlántico norte

Contra la libertad de pensamiento

El célebre genetista estadounidense Francis Collins ha analizado en una conferencia la respuesta que dio la ciencia a la crisis sanitaria del coronavirus, y Rich Lowry encuentra en National Review la ocasión para profundizar en los errores. «Los científicos durante la pandemia tuvieron que actuar con rapidez con poca información, pero no deberían haber participado en intimidación y propaganda moralistas», escribe, «mucha gente quería subcontratar su pensamiento a los expertos y luego, con un gran sentido de rectitud, confiar en argumentos de autoridad para demonizar a sus oponentes y cerrar todas las disputas políticas». «No es sólo que los científicos actuaron como científicos con anteojeras durante la pandemia; toleraron, o participaron una agitación que era contraria al espíritu científico y a las buenas políticas públicas», concluye.

En los días de la pandemia el totalitarismo se impuso en la mayoría de los gobiernos, y muchos gobernantes parecían guardar un dictador comunista en lo más profundo de su ser, que salió a pasear tan pronto como empezaron los problemas. Por eso resulta más importante que nunca reivindicar Archipiélago gulag de Aleksandr Solzhenitsyn, ahora que cumple 50 años. Antes de este libro, «los estadounidenses y europeos occidentales sólo habían estado expuestos a destellos de inhumanidad comunista, principalmente de los pocos supervivientes que habían escapado de sus distopías gracias a la fortaleza y la fortuna», escribe GW Thielman en The Federalist, «pero sus voces rara vez fueron escuchadas, ahogadas por una cacofonía de apologistas soviéticos que insistían en que la coerción socialista representaba la manera ideal de dar órdenes a otras personas». «Solzhenitsyn descorrió el telón de esta fachada», prosigue, «y obligó a la elite progresista a enfrentarse a la verdad desagradable: su próspera utopía socialista era una farsa cruel y bárbara».

Ese comunismo latente que asomó en la crisis sanitaria y que aparece a diario en las llamadas batallas culturales, ha quedado retratado en un estudio de la Proceedings of the National Academy of Sciences sobre «los niveles contemporáneos de censura en el mundo académico estadounidense». Las conclusiones, que recoge Willfred Reilly en National Review, son alarmantes: «La censura prevalece extraordinariamente en el mundo académico moderno».

«Los censores realmente quieren interferir con la difusión de ideas que consideran racistas o sexistas, en lugar de simplemente ejercer el poder. Sin embargo, los efectos en la práctica son los mismos: dado que los izquierdistas contemporáneos ven casi todo como racista y sexista, los efectos de las motivaciones teóricamente morales que dominan en las universidades de hoy son con frecuencia absurdos, por ejemplo, la renuncia del presidente de Harvard, Larry Summers, después de señalar que hombres y mujeres son diferentes».

Casi peor que esa censura resulta el nivel de aprobación de las prácticas de cancelación: «Es inquietante que la atmósfera inquisitorial del campus contemporáneo parezca estar respaldada por una minoría considerable de sus habitantes». Según el informe, «el 25% de los académicos y el 43% de los estudiantes apoyan campañas de despido de académicos controvertidos». Es más, muchos de ellos aseguran estar «dispuestos a comportarse de manera sesgada contra los derechistas y otros académicos controvertidos en el contexto de contrataciones, ascensos, subvenciones y publicaciones».

Tras subrayar el esperpento que significa rechazar investigaciones importantes sobre el cáncer y otras enfermedades, solo porque sus equipos no son lo bastante diversos, el autor se ve obligado a afirmar una vieja obviedad: «La solución real a cualquier cáncer es utilizar todas las herramientas disponibles para eliminarlo». «Las negaciones constantes y absurdas de la realidad que surgen del mundo académico actual», remata, «disminuyen la confianza social en la institución misma y, por lo tanto, retardan la adopción de esas curas médicas y otras cosas buenas que sí ofrecen».

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