«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
CRÓNICAS DEL ATLÁNTICO NORTE

Donald Trump tampoco es el mismo

Donald Trump. Europa Press

Lo dijimos y lo mantengo: nada será igual tras el intento de atentado contra Donald Trump. En Estados Unidos, en la campaña, y probablemente, en el mundo occidental. Estamos asistiendo en primera fila al nacimiento de un mito, en la piel de alguien que ya era un símbolo de resistencia y de lucha. John Daniel Davidson identifica a la perfección este momento histórico en The Federalist, a la luz de la reaparición y discurso del expresidente: «En una noche de convención impregnada de un aire de divina providencia, Trump pronunció un discurso para los libros de historia».

«De hecho, toda la convención, que tuvo lugar menos de una semana después del intento de asesinato, tenía un aire de mito, de espíritu de providencia divina», añade, recordando que la convención «comenzó con una oración a San Miguel Arcángel, una oración católica tradicional para protección contra ‘la maldad y las trampas del diablo’. Más tarde, el reverendo Franklin Graham ofreció una oración por la nación y por Trump».

Apunta también el autor un detalle que no está pasando desapercibido: «Eso no quiere decir que la convención en su conjunto fuera explícitamente cristiana. De hecho, en algunos aspectos fue menos cristiana que las convenciones republicanas del pasado», escribe, en alusión al polémico viraje que parece estar dando el Partido Republicano con respecto al aborto, y que expone en modo crítico Jonathon Van Maren en First Things: «Hay señales preocupantes de que Donald Trump está llevando al partido en una dirección totalmente diferente y que pronto los votantes podrían tener que decidir entre un partido pro aborto y uno pro derecho a elegir». Pronto lo sabremos.

De vuelta a Davidson: «No obstante, en la convención se percibía un aire de algo más grande, como de hecho ha ocurrido la semana pasada en Estados Unidos», aludiendo a las palabras que pronunció Tucker Carlson en la cita. «Tucker tiene razón», señala en The Federalist, «se están produciendo acontecimientos que parecen ir más allá de la mera política. Algo se está moviendo en Estados Unidos y entre su gente, y no tenemos control sobre ello».

Indaga en terreno similar Paul Kengor en The American Spectator: «Al igual que Ronald Reagan, Trump cree que Dios lo salvó de la bala de un asesino. ¿Sucedió esto porque su país y el mundo lo necesitan?». «Al igual que le ocurrió a Ronald Reagan el 30 de marzo de 1981, si la bala disparada por este joven de veintitantos años —un solitario, un paria— hubiera alcanzado a Trump apenas unos centímetros más allá, habría muerto», escribe, «y, al igual que Reagan, Trump inmediatamente esa noche dio gracias a Dios, atribuyéndole a Él el mérito de su supervivencia. Al igual que Reagan, no dudó en decir precisamente eso a sus amigos, familiares y allegados».

Detecta el autor que «la experiencia parece haber afectado profundamente a Donald Trump. Se podía ver en su rostro la primera vez que pisó el suelo en Milwaukee el lunes pasado, increíblemente, sólo dos días después de que le dispararan en la oreja. Parecía un hombre muy diferente. Estaba pensativo, sereno, humilde». «Un roce literal con la muerte puede tener ese efecto», considera Kengor, «el discurso de Trump del jueves reveló que el hombre había cambiado, especialmente los apasionantes primeros 30 minutos. Sin duda, ese era un Donald Trump diferente».

La gran pregunta es, dando por supuesto que el nuevo Trump no espantará a ninguno de sus votantes, ¿logrará con su imagen renovada de superviviente, de héroe nacional, atraer a nuevos votantes?

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