Las conservadoras están más buenas. Esto no estaba en mi libro de Introducción a la Sociología, cuyo autor era, qué cosas, Tezanos. Y los de derechas somos más felices. No es opinión. Los psicólogos sociales llevan décadas estudiando el fenómeno y, como ya se han cansado de discutirlo, ahora se limitan a tratar de demostrarlo con datos. No está claro si los conservadores son más felices o es sólo que los progresistas son muy infelices. Lo primero lo dicen casi todas las encuestas, pero lo segundo es un clamor estadístico. De todo esto habla Anne Hendershott en The American Spectator: «Los de izquierdas piensan que a los conservadores simplemente no les importan los demás, y por eso son más felices», sin embargo, un estudio de la Universidad de Tufts arroja otra conclusión: «Los progresistas son simplemente personas infelices, y no es porque se preocupen por los demás más que los conservadores».
Pero Hendershott, aunque analiza cientos de investigaciones sobre el asunto, no se deja abrumar por las conclusiones extravagantes. Prefiere volver a los básicos: «La realidad es que la verdadera felicidad y una vida verdaderamente satisfactoria provienen de cuidar a los demás: estar físicamente presente para ellos. Los conservadores saben que el matrimonio y la vida familiar te hacen feliz. Cuidar de los propios hijos y de los propios ancianos de la familia es lo que nos hace más felices y plenos. Los conservadores son significativamente menos propensos a utilizar al Estado u otras instituciones ajenas a la familia para realizar este tipo de cuidado. Saben que la verdadera felicidad proviene del desinterés: vivir para los demás. Y por eso son más felices». Bingo.
Tambien en The American Spectator Lewis M. Andrews razonaba que «el progresismo está agravando la crisis de salud mental en Estados Unidos». Respaldado en otro torrente de investigaciones, el autor halló que los encuestados más liberales «fueron los más propensos a experimentar dificultades psicológicas. En otras palabras, cuanto más a la izquierda esté la ideología política de un encuestado, mayores serán las probabilidades de que también esté deprimido, ansioso crónicamente, neuróticamente obsesivo o extremadamente solo».
Aunque ninguno de los autores explora esta vía, tengo para mí que si la gente de izquierdas es más infeliz que los conservadores es, sobre todo, por el núcleo de la ideología progresista posmoderna, que no es otro que la culpa. El sentimiento de culpa es inseparable de la visión zurda del mundo de hoy. La culpa, el privilegio, la mala conciencia, la incoherencia. A fin de cuentas quien piensa en mil y una discriminaciones sin padecerlas se convierte automáticamente —según su propia lógica— en el discriminador, de igual modo que el que gana mucho dinero —en la visión progre del mundo— podría estárselo quitando a quien es pobre. Bajo el yugo de la culpa, por más que sea una culpa irracional y fantasiosa, no es posible ser feliz.
En cierto modo, relacionado con todo lo anterior, están algunas de las tesis de Viereck que resume magistralmente Jeffery Tyler Syck en The American Conservative, recordando que las «instituciones intermediarias —familia, iglesia, sindicato, etc.— nos atan a un lugar y refrenan nuestras pasiones egoístas. Estas instituciones moderan nuestras inclinaciones individualistas, brindan un firme control sobre el poder del Estado y, quizás lo más importante, brindan a las personas el espacio que necesitan para prosperar verdaderamente».
En su pugna —no socialista— contra el capitalismo, Viereck detectó algunos fallos importantes, y llevó a cabo un diálogo enriquecedor con Buckley, que se oponía con vehemencia a sus ideas. En la disputa, «Buckley argumentó que el apoyo a un mercado libre alentaría la supervivencia de instituciones sociales libres como la familia y la iglesia. En resumen, el capitalismo sería una fuerza para la libertad y la cohesión social». No deja de resultar gracioso, visto hoy, que ambos tenían razón, al menos parcialmente, y que en realidad buscaban lo mismo por diferente camino. Si tales instituciones, como hemos visto, contribuyen a que seamos más felices, deberíamos encontrar la manera de protegerlas y preservarlas, sobre todo hoy, que están bajo la constante amenaza del ejército de los infelices.