«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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La profanación del hombre

Nunca olvidaremos que en el año de la pandemia y siguientes, por estas fechas, los gobiernos trataron de aterrorizar a la población y evitar las celebraciones familiares de Navidad. En España Sánchez siguió una lógica aplastante: el 8-M no contagia, y Nochebuena es terrorismo vírico. Este año son menos las voces que tratan de asustarnos de cara a las fiestas, quizá por el fracaso de la última campaña navideña asustaviejas, la del 2022.

Los Centros para el Control de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos han probado suerte sembrando en vísperas de las fiestas la sombra de la duda. «Se acerca otra temporada navideña y ya sabes lo que eso significa: alarmismo sobre el COVID de los Centros para el Control de Enfermedades», escriben los editorialistas de New York Post, «No hay sorpresa allí. Es un virus respiratorio, siempre más generalizado y grave en climas fríos; los datos sugieren que se propaga mejor en interiores, donde todos pasamos mucho más tiempo». «Los CDC pasaron años insistiendo estridentemente en que el virus nos iba a matar a todos», prosigue. «Que los niños pequeños deberían usar máscaras y las escuelas deberían estar cerradas». «El resultado es que nunca se aplicó ningún freno significativo contra la epidemia, mientras que se causó un daño incalculable a toda una generación de niños», concluyen, «¿y ahora? Ya nadie hace caso, y con razón. El covid se ha convertido en una enfermedad estacional como cualquier otra».

Si algo aprendimos en 2020 es que, bajo los efectos televisivos de la pandemia, la opinión pública se vuelve mucho más vulnerable a las locuras de los políticos. Por eso conviene abordar —y prevenir— los errores ahora. Días atrás el senador republicano Eric Schmitt escribió en The Federalist un interesante artículo sobre una ley «para poner fin a la tiranía de Covid», algo que «garantizaría que los únicos que decidan qué es lo mejor y más seguro para las familias estadounidenses sean ellos mismos». «La pandemia puso un poder sin precedentes en manos de personas que nunca deberían haberlo tenido», reflexiona, «y no perdieron el tiempo en intentar ejercer el control». «Si crees que este tipo de tiranía no puede volver a ocurrir, estás completamente equivocado».

«El manual ya está escrito», recuerda Schmitt: «declarar una emergencia y avivar el miedo entre los estadounidenses, luego implementar mandatos que infringen los derechos individuales de los ciudadanos con el pretexto de que los protegerá». «La Ley para poner fin a la tiranía de Covid prohibiría los mandatos de uso de mascarillas para los programas Head Start, limitaría el alcance de las autoridades de salud pública estrictamente al control de enfermedades, evitaría que el estado de la vacuna influya en la elegibilidad para trasplantes de órganos y requeriría la aprobación del Congreso para emergencias de salud pública que duren más de 90 días», detalla el senador.

Es cierto que, ante circunstancias excepcionales, nos sería útil disponer de leyes que limiten la capacidad del Gobierno de convertirse en un monstruo totalitario, pero también hay algo más que los ciudadanos pueden considerar para comprender la dimensión de su libertad, y su raíz. Si no comprendemos la importancia de nuestra realidad espiritual, de nuestra libertad, nos convertimos fácilmente en peones en manos de cualquier poder corrupto. Carl R. Trueman firma un ensayo en First Things con motivo del aniversario de las conferencias que dieron lugar a La abolición del hombre de C. S. Lewis, recordando lo esencial, todavía de plena actualidad: que «el mundo estaba perdiendo el sentido de lo que significaba ser humano».

«La vida del pueblo ha sido reemplazada por el anonimato de la ciudad», escribe Trueman, ya sobre nuestra era, «las personas son valoradas, no por sí mismas, sino por su potencial de ingresos o su consumo. Y el desencanto se ha abierto camino en todos los rincones de la vida: mientras que antes el amor era una fuerza fortuita que culminaba en un vínculo de por vida entre dos personas, ahora deslizamos el dedo hacia la izquierda o hacia la derecha en nuestras aplicaciones para ver la siguiente conexión. Estos cambios traen consigo una sensación de pérdida. La modernidad ha dejado al margen la religión y lo sobrenatural, a costa de despojar al mundo de su misterio».

En su análisis sobre el desencanto y la liquidez de Zygmunt Bauman, el autor también señala el papel pernicioso de las élites, «las clases jurídica, educativa, tecnológica, artística, administrativa y política. En el pasado, esas élites se consideraban encargadas de la continuidad, de la transmisión de valores de generación en generación y del cuidadoso cultivo de las instituciones y prácticas sociales necesarias para esta tarea. Hoy, el impulso dominante de nuestras élites es hacia la disrupción, la destrucción y la discontinuidad».

Al fin, en el extenso ensayo que merece leerse con detenimiento, Trueman nos deja el concepto clave de nuestro tiempo: la profanación del hombre. «Divorciado de la imagen de Dios y de la personalidad, el cuerpo es, en el mejor de los casos, plastilina animada», dejando campo abierto a «la profanación», incluyendo la manipulación, y la suspensión de libertades básicas.

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