Dos meses de campaña, dos intentos de asesinato, dos millones de justificaciones, retórica exculpatoria, e intentos de convertir un brutal ataque contra la democracia más importante de Occidente en un par de casos aislados. Supongo que la prensa adicta al Partido Demócrata ha encontrado de nuevo espejos valleinclanescos en los que retorcer la realidad para ocultarla, contemplando el éxito de sus iguales en el Viejo Continente cuando quieren minimizar los crímenes derivados de la imprudente política migratoria. Casos aislados, locos, obsesivos varios, y fracasados sin nada que perder.
«Parece probable que el segundo intento de asesinato contra Trump se desvanezca rápidamente en comparación con el primero, supongo que nos hemos acostumbrado a que la gente intente matarlo. Además, los medios de comunicación realmente no quieren distraerse de su frenesí de la polémica de los come-gatos», observa Rich Lowry en National Review. «No tiene ningún sentido que alguien con un rifle haya podido acercarse a Trump después de lo que sucedió en Butler», concluye el editor de la revista en sintonía con el aluvión de críticas, una vez más, al servicio secreto que solo está logrando proteger al expresidente con la indispensable ayuda de los angelitos de la guarda.
Miranda Devine, en New York Post, no se traga la monserga de poner el acento en la supuesta cierta locura que exhibía Ryan Wesley Routh según sus vecinos, y lo pone en cambio en un lugar mucho más preciso, aunque más incómodo para los demócratas: «Es un hecho alarmante que pone de relieve la imprudencia de la retórica de odio dirigida constantemente contra Trump por sus oponentes políticos, incluso después de que le dispararan en un mitin en Pensilvania en julio».
Recuerda la autora que hace tan solo una semana, Kamala Harris «acusó falsamente a Trump de llamar a los nazis ‘buena gente’, prometer un ‘baño de sangre’ y ser responsable del ‘peor ataque a nuestra democracia desde la Guerra Civil'». Tras un repaso a algunos de los muchos ataques desproporcionados y mentiras que los demócratas han vertido sobre Trump en los últimos, Devine se pregunta: «¿Qué hará falta para que estos partisanos dementes bajen la temperatura?».
Jordan Boyd en The Federalist apunta en la misma dirección: «Un segundo intento de asesinato no es una sorpresa considerando el compromiso de los demócratas de avivar las llamas políticas». «Si los demócratas y los medios de comunicación hubieran dicho lo que dicen, habrían denunciado y corregido el comportamiento incendiario que plaga al partido. En cambio, continuaron su campaña para engañar a los estadounidenses y hacerles creer que no se debe permitir que Trump ocupe el cargo», y sus palabras tienen efectos, por supuesto.
Comenta Boyd que fue el propio Trump quien lo dejó claro hace algunos días: «Probablemente recibí una bala en la cabeza por las cosas que dicen sobre mí». Por desgracia, en España conocemos muy bien cómo funciona la maquinaria sangrienta: siempre están los que ponen la diana, y luego los que aprietan el gatillo; es un trabajo criminal en equipo y el segundo nunca actuaría si no existiera el primero. Y, no nos engañemos, en este momento, están tan lejos de retractarse y abandonar la peligrosa retórica de odio contra Trump como el presentador de MSNBC que dijo este domingo, horas después del intento de asesinato, que el expresidente debería «bajar el tono». Aunque parezca increíble que Estados Unidos no sea capaz de garantizar la seguridad del expresidente y candidato, todo apunta a que Harris insistirá mañana mismo en demonizar y deshumanizar a Donald Trump, y que los resortes asesinos volverán a activarse; una vez más, no será el último intento de asesinato al líder republicano. No hay espacio para una campaña electoral limpia y libre con este clima patrocinado por los demócratas.