No hay nada tan asombroso que no podamos acostumbrarnos a ello si se repite lo suficiente y, sobre todo, si se rodea de la atmósfera conveniente de normalidad y rutina.
El diario de la mañana es rutina, y si puede sacarnos de ella de golpe es con algo, más que anómalo, inesperado y puntual: el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York con dos aviones comerciales, digamos.
Cuando se trata de un proceso, en cambio, de algo que se mueve por días, es más fácil que aceptemos y asimilemos lo profundamente anómalo, lo surrealista, incluso. Porque si un ataque como el de Nueva York es sorprendente, no es del todo anómalo, en el sentido de que el terrorismo no lo es, desgraciadamente.
Lo que tiene de alucinógeno lo que ahora estamos viviendo es esa mezcla de disparate propio de un sueño con toda la formalidad institucional de que se rodea.
Leer en la primera del diario español de referencia ‘El Govern catalán se dispone a declarar la independencia’ participa bastante de lo onírico, pero lo que adormece nuestra consciencia ante semejante enormidad es la preparación previa.
Y hemos tenido mucha, mucha preparación, y no me refiero solo a este vertiginoso comienzo de curso. Visto desde arriba, a ojo de pájaro, no hay nada sorprendente, aunque sí dramático. Un choque entre dos trenes que van por la misma vía en direcciones contrarias se puede predecir con tranquilidad desde mucho antes de que suceda, si no se evita, por larga que sea la vía.
Lo sorprendente -y lo irritante- es, en realidad, la sorpresa de los responsables, real o fingida. Contemplar durante horas a un hombre armando pacientemente una bomba debería impedirnos el asombro cuando ésta estalla. Por eso, si algo merece el nombre de ‘proceso’, no es esta última fase de aceleración, sino lo que se ha estado gestando con amorosa solicitud y un solo objetivo evidente desde hace demasiadas décadas.
Para empeorar la culpa, quienes han alertado todos estos años de que todos los pasos que se estaban dando a la vista de todos solo podía tener una finalidad lógica no eran meramente debatidos, sino tachados de alarmistas y extremistas, cuando no simplemente ignorados.
En ABC, un primer plano de Puigdemont hablando por teléfono y tapándose a medias la boca, lo que últimamente se ha convertido en una actitud de rigor entre los grandes. Titular: ‘Puigdemont lanza a Cataluña al abismo’. No puedo expresar cuánto me desagradan las hipérboles alegóricas en un titular de prensa; son la negación del periodismo.
Entiendo lo que quieren decir, y me parece perfectamente defendible y aun probable. Pero no deja de ser opinión, no dato. Di lo que sucede, y no imagines que tu lector es tan tonto que no pueda deducir lo que supone eso que sucede. Aunque solo sea porque se me ocurren muchos modos de lanzar a un territorio ‘al abismo’ sin necesidad de DUI.
Vuelve a ganar en precisión periodística El Mundo en su titular de apertura: ‘Puigdemont da la espantada y prepara la independencia’. En pocas palabras ha transmitido dos informaciones: su plantó de última hora al Senado y lo que constituye el titular de El País.
Debajo, una fascinante derivada de todo este asunto, que es la descomposición acelerada de Podemos por un posicionamiento totalmente incomprensible, salvo por las pulsiones destructivas de su propia ideología. ‘Bescansa se enfrenta a Iglesias por hacer seguidismo del ‘procés’. No sé qué podrán haberle prometido los procesistas, pero no puede valer la pena. Un partido bisoño y destartalado, pero ducho en la demagogia ‘de bombardeo de alfombra’, ha perdido una ocasión de oro de lograr el sorpasso codiciado con solo abanderar la crítica al independentismo, un proceso que ni en la más retorcida argumentación se puede presentar como solidario, popular o ‘de clase obrera’.
La Razón telegrafía: ‘Plan Puigdemont: DUI y resitencia’. Solo falta el STOP, aunque es una referencia que no entendería nadie de menos de 50 años.