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EL CANDIDATO DEL PP, UN MAESTRO DEL INMOVILISMO

Don Tancredo Moreno Bonilla

El candidato del PP a la Presidencia de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno Bonilla (Joaquín Corchero / Europa Press)

Ese lance antiguo del toreo conocido como el don Tancredo se hizo popular a principios del siglo pasado cuando gente con poco que ganar y con cierta desesperación económica, se quedaba quieta en mitad del coso fiándose de la ceguera del toro para los objetos inmóviles. 

En el primer debate —poco debate, poca diversión, siempre nos quedará Olona— de los seis candidatos a la Presidencia de la Junta de Andalucía, el candidato que salía a buscar la confirmación, el popular (aunque a él no le guste) Juanma Moreno, antes conocido como Moreno Bonilla, se plantó en medio del albero de Televisión Española e inmóvil como un clic de famóbil (para los de la Logse: un muñeco con menos movimiento que un mojón de carretera) iba viendo pasar los toros sin pestañear y sin entrarle a ninguno. Pánico al error, que es pánico a ser empitonado en una plaza con una mala enfermería.

No es exageración. Es asombro. Incluso asombro admirado. Que el primer presidente andaluz no socialista desde siempre haya resumido la política de corrupción, despilfarro e ineficacia de la izquierda andaluza durante casi cuatro décadas llamándola «esa política del pasado», es una pérdida extraordinaria de rigor histórico. Será que va sobrado o que anda desesperado. Una de las dos cosas será. Las dos, a la vez, es imposible.

A vuelapluma y sin mucha preparación, un cualquiera, andaluz, asturiano o un inglés jubilado de Fuengirola, sabría decir al menos diez casos de corrupción que harían enrojecer a cualquier candidato socialista durante los próximos 37 años. No digamos ya si ese candidato es Juan Espadas, marido de una señora contratada en una empresa pública en más que aparente concurso fraudulento por la conocida «banda del guord perfe». Pero don Tancredo Moreno Bonilla decidió olvidarse de la corrupción porque «es el pasado».

También decidió mantenerse petrificado como una zarigüeya en peligro cuando Macarena Olona sacó el asunto de la inmigración ilegal consentida y que es uno de los más graves problemas que sufre —y sufrirá— Andalucía en los próximos años. Juanma no dijo ni una sola palabra sobre el asunto. Ni un rictus. Mirada al suelo, remover papeles, muchos papeles, incontables papeles, y aguantar. Como aguantó impertérrito las acusaciones de Olona de no remover las alfombras de esa administración paralela de gasto político inútil. Será cosa del pasado…

Es cierto que los elogios constantes de Moreno a la experiencia de gestión del candidato socialista se pueden interpretar de dos maneras, como aquel que se lanza a nadar y a guardar la ropa. Nada (a braza) porque hace responsable a Espadas del desastre histórico. Y guarda la ropa porque en un futuro poselectoral, siempre podrá recurrir (desde esa centralidad escorada a babor) al experimentado Espadas para ese sueño del feyjooísmo que es un pacto con el que ya amagaron durante la negociación de los últimos presupuestos andaluces.

Pero si han llegado hasta aquí, y si quieren conocer el único momento en el que Moreno movió una pierna y dejó el lance de dontancredismo, fue cuando emuló a Xabier Arzallus, que en paz eterna —insisto, eterna— descanse, y parafraseó aquellas legendarias palabras del nacionalista vasco que dijo eso de «que no nos vengan de Madrid a decirnos qué es lo que podemos y lo que no podemos hacer». Las palabras de Moreno, exactas, en un momento del debate, fueron: «A mí nadie de Madrid me va a decir lo que tengo que hacer». Con la plurinacionalidad electoralista del Partido Popular hemos dado, amigo Sancho.

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