«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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en ferraz se ha dado un giro conservador, patriota y nacional

Dos semanas en Ferraz: el miedo ha cambiado de bando

Manifestación en Ferraz. LGI

Hace una década el profesor Monedero, uno de los fundadores de Podemos, dijo que el miedo había cambiado de bando. Su partido, creado por un puñado de profesores en el pasillo 35 de Ciencias Políticas de la Complutense, irrumpía con fuerza gracias al extraordinario sentido de la oportunidad para absorber la indignación que estalló un 15 de mayo en la Puerta del Sol. En poco tiempo Podemos se convirtió en movimiento y la violencia en un medio legítimo de hacer política.

España atravesaba años convulsos tras una crisis económica (2008) y otra política (2011) azuzada en las calles por el 15-M, que cuestionaba la propia legitimidad del sistema. El PP acabaría ganando las elecciones por mayoría absoluta apenas seis meses después, sin embargo, la grieta abierta entre los españoles y la clase política era gigantesca. Las aguas revueltas también se llevaron por delante a una de las patas del sistema, el mismísimo Juan Carlos I, que abdicó tres años más tarde.

La frase de Monedero (como la de Iglesias, emocionado, cuando un policía era pateado frente al Congreso) hizo fortuna entre los suyos porque reflejaba el miedo que entonces el poder le tenía a la calle. Las dudas del principio, cuando Rubalcaba dejó acampar durante un mes a los ‘indignados’ en el kilómetro cero de España creyendo que acabarían agotándose solos, acabaron cuando las urnas expulsaron al PSOE del poder. Entonces las manifestaciones —y la violencia— se multiplicaron. ‘Rodea el Congreso’, las ‘marchas de la dignidad’ y los escraches ante la casa de políticos -contribución esencial de Podemos a la política- se convirtieron en parte del paisaje.

Diez años después las cosas han cambiado: la sede del PSOE es rodeada a diario, Interior despliega a 1.600 antidisturbios para blindar el Congreso durante la investidura de Pedro Sánchez y un sindicato policial emite un comunicado contra VOX. La calle ya no es de la izquierda, que pisa moqueta aunque aún finge tener un pie en la barricada.

En ningún sitio como Ferraz se aprecia este cambio de paradigma. Una nueva generación se rebela ante la hegemonía cultural y política de la izquierda. Centenares de jóvenes, sin miedo a los porrazos de los antidisturbios, se abren paso frente a un sistema, un régimen, que entienden caduco en tanto que pone en peligro la pervivencia de la nación.

Todos echan mano de los símbolos nacionales pero de forma distinta, algunos recortan el escudo monárquico incorporado a la rojigualda setentayochista dejando la bandera con un agujero como en las revueltas anticomunistas de Hungría (1956) y Rumanía (1989). Luego están los cánticos «la Constitución destruye la nación» o pancartas que reivindican «la nación antes que el Estado».

Esa atmósfera genera una sensación que luego confiesan muchos de quienes acuden a Ferraz estos días: estamos ante el inicio de algo importante. ¿Es la puntilla al sistema del 78? Es pronto para saberlo, pero si todas las instituciones del Estado permiten que se consagre la desigualdad de los españoles ante la ley y la balcanización de España mientras se reprime a quienes la denuncian, entonces buena parte de la derecha dejará de defender tal sistema.

Entretanto, los grandes medios de comunicación contribuyen al hartazgo legitimando la amnistía y deslegitimando las protestas. La manipulación alcanza cotas de dictadura feroz: denuncian el lanzamiento de huevos contra un diputado socialista y ocultan el intento de asesinato (¡con un disparo!) contra Vidal-Quadras, fundador de VOX y expresidente del PP catalán. Así, las protestas ante Ferraz aparecen en el telediario como revueltas violentas organizadas por grupos neonazis, un dramatismo aderezado con los cascos que los periodistas llevan como si estuvieran cubriendo el desembarco de Normandía. Otros compañeros, para qué disimular, se fotografían con Sánchez recién investido presidente en el mismo hemiciclo. El cuarto poder, retratado.

Contra todo eso —no sólo contra la amnistía— se alzan los jóvenes que acuden a diario a Ferraz desde hace dos semanas. Se trata de la generación más reaccionaria que la de sus padres desde la segunda guerra mundial. Nadie vio venir que quienes vivirán peor que sus padres por primera vez en occidente desde los años 30 y 40 hayan protagonizado un giro conservador, patriota y nacional.

Es verdad que en España el movimiento ha tardado más tiempo en consolidarse que en otros países europeos, pero como ocurre fuera les une el desprecio a la hegemonía cultural y política de la izquierda que sus antepasados heredaron sin rechistar. De ese entusiasmo dan fe jóvenes como el que se escondió en un portal de Juan Álvarez de Mendizábal a hablar con su madre para jurarle que no estaba en la manifestación. El chaval no tendría más de 20 años: «Mamá, mamá, no estoy en la manifestación», le decía convencido mientras de fondo le delataba el estruendo de petardos y cánticos.

Claro que a Ferraz va gente de todas las edades. Al propio Abascal se le acercó una señora que le confesó que se había manifestado contra Franco en París en los años 70, pero que ahora estaba «donde había que estar».

A partir de las diez de la noche, sea o no pacífica la marcha, los antidisturbios comienzan a cargar. Incluso en esos momentos aparece el genio español, siempre preparado para el mejor humor. «¡Son las diez gaseadnos otra vez!» o «¡No me pegue usted, me llamo Mohamed!», gritan a los policías.

El pasado jueves al filo de la medianoche, minutos antes de que Marlaska y el delegado del Gobierno admirador de Bildu ordenaran la-carga-de-cada-día, la espesa humareda de las bengalas ante la valla de Ferraz se fundía con la niebla otoñal que caía sobre la noche cerrada. Quedaba poca gente, casi todos jóvenes. De pronto, se hizo el silencio, quebrado en apenas segundos por las estrofas de Primavera. No fue un gesto de nostalgia, más bien de belleza en mitad del caos.

La realidad es que no se levantaban trincheras en Argüelles desde 1936, cuando todo el barrio era frente de guerra. Hay fotos en los bares que aún lo atestiguan, como Casa Paco en Altamirano, una de esas calles que bajan desde Princesa hasta Pintor de Rosales, el paseo marítimo de Madrid si tuviera mar, y desde la que los milicianos disparaban hacia el parque del Oeste al que penetraron las tropas de Franco. En el 34 de Altamirano, por cierto, el falangista Luis Rosales escribió La Casa Encendida y antes, comenzada la contienda civil, refugió a Lorca en su finca granadina, aunque esa es otra historia.

Por Marqués de Urquijo, donde la UIP comienza las cargas cada noche, subió Bobby Deglané narrando la entrada de los nacionales en Madrid en marzo del 39. Hoy otro periodista, Tucker Carlson, ha protagonizado una de las imágenes del momento: el fenómeno Ferraz se ha internacionalizado. «Si alguien quiere saber cómo serán los próximos diez años en el resto de Occidente, que mire a España», dijo Carlson tras visitar las protestas contra la amnistía. En cierto modo su irrupción recuerda a los corresponsales gringos de la guerra civil como Hemingway o John Dos Passos. Claro que ellos, alojados en el Hotel Florida de la Gran Vía, escribían condicionados por la propaganda oficial que les ocultaba las atrocidades del Madrid Rojo que sí denunciaron diplomáticos como Félix Schlayer.

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