«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Goldman Sachs predice la victoria del secesionismo

El idioma oficial en Israel es el hebreo. Allí la gente habla hebreo en su casa y con sus vecinos y es la lengua de la televisión, los periódicos, la radio; incluso hay israelíes -no muchos, pero los hay- que solo saben hebreo.

Lo curioso del caso es que el hebreo es un idioma que, ya en tiempos de Jesucristo, no hablaba nadie como lengua materna, y hasta hace poco más de un siglo, quienes podían hablarlo con alguna fluidez se contaban con los dedos de una mano. Pero, al crearse el Estado de Israel, formado por judíos que hablaban un montón de idiomas distintos, se decidió que aquella lengua muerta y ritual sería el idioma oficial, y el resultado son los casi nueve millones de israelíes que lo tienen por lengua materna.

Hace ya unos días, la presidente del Congreso, Ana Pastor, mostraba en la red social Twitter su estupefacción por los primeros pasos de desconexión emprendidos por el Parlament, y no pude evitar acordarme de aquella inmortal escena de la película Casablanca, cuando el inspector Renault finge escandalizarse de que haya juego ilegal en Rick’s, justo cuando le están entregando sus ganancias.

Los mismos métodos para salir de la crisis

No solo se nos invita a la sorpresa y el escándalo, lo que no deja de ser irritantemente divertido para quienes vivimos el principio de este sainete trágico, sino que, según lo que publica la prensa internacional sobre Luis de Guindos, el Gobierno pretende salir de la crisis exactamente por los mismos medios que nos abocaron a ella: cediendo y pagando.

Nadie podía imaginar que llegaríamos a esto, es la consigna. Pero, sí, había quienes no solo preveían que este sería el final lógico del camino autonómico, sino que se atrevieron a decirlo y escribirlo. Naturalmente, estas voces fueron acalladas como otras tantas Casandras, profetas de desastres, por el coro de la clase política y mediática mayoritaria. Que, al cabo, el tiempo les haya dado la razón no significa en absoluto que la opinión publicada esté dispuesta a concedérsela.

El Estado de las Autonomías consagrado en la Constitución pretendía, precisamente, embridar el entonces muy embrionario separatismo catalán encauzándolo en una fórmula de autogobierno bastante amplia, que no ha dejado de ampliarse todos estos años.

Imposible el entendimiento

Lo que ha envenenado definitivamente el panorama, lo que hace virtualmente imposible un entendimiento mínimo de las bases entre quienes quieren continuar en España y quienes desean a toda costa la secesión es que, como habrá comprobado quien haya intentado estos días el diálogo, el independentismo catalán se ha vuelto una cuestión de «sentimientos». Y los sentimientos, en principio, no se razonan.

La pregunta obvia es: ¿de dónde sale este sentimiento? Si se tratara de un resentimiento secular, de algo que Cataluña vive desde siempre como una espinita clavada en el corazón, no habría razones para que hace un par de generaciones fuera menor, al contrario: sería hoy, con una libertad y un grado de autogobierno como no ha tenido en siglos, cuando vería acallado ese ‘sentimiento’.

Pero es evidente para quien conozca Cataluña desde hace décadas que entonces ese sentimiento no era de lejos ni tan universal ni tan intenso como hoy. No tienen que creerme: ahí están las hemerotecas, rebosantes de declaraciones, las imágenes, los libros, los testimonios. Amar profundamente a Cataluña -incluso tener un moderado recelo hacia Madrid- se consideraba perfectamente compatible con amar España y ser español hace no tantos años.

La respuesta está en la combinación del fomento obsesivo del ‘sentimiento nacional’ por una parte y de la desaparición de la presencia estatal, por otra, en la educación, la cultura y los medios de comunicación públicos. Es decir, las mismas instancias que han permitido crear un forzado ‘consenso social’ para tantas medidas de ingeniería social que hubieran sonado disparatadas hace el mísmo número de años.

¿La culpa?

La culpa -la responsabilidad, si lo prefieren- del secesionismo catalán está bien repartida, es ‘transversal’, porque no ha habido gobierno en el régimen del 78 que no haya puesto su granito -o montaña- de arena en la cesión ante un nacionalismo crecientemente agresivo y en la desparición o el disimulo de la presencia del Estado en las comunidades más reivindicativas.

Igual que la izquierda, con la que comparte tantos planteamientos estratégicos, el nacionalismo comprendieron perfectamente en su día que no es el manejo del orden público o la economía lo que iba a dar la victoria a sus tesis, sino la construcción de un relato y su machacona repetición a través de todos los canales disponibles, algo que el Estado les ha permitido en lo que quizá sea la mayor dejación de funciones de nuestra democracia.

Por otra parte, el relato independentistas ha sabido explotar todas las asociaciones ya creadas por la narrativa ideológica global en vigor desde el Mayo Francés: simpatía por la revuelta, primacía del sentimiento, hostilidad hacia las fuerzas del orden…

Y así llegamos a esta situación, en la que los medios internacionales están dando una visión del conflicto que debería alarmar seriamente a nuestro gobierno. Este mismo jueves aparecía la noticia de que la firma financiera internacional Goldman Sachs predice en un extenso informe el triunfo de la independencia en Cataluña, The Guardian o el Washington Post ceden sus páginas a Puigdemont y The Independent publica una tribuna titulada ‘La magnitud de la represión en Cataluña está exponiendo la crisis del Estado español’.

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