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LIBERALES, CENTRISTAS, CONSERVADORES...

Radiografía electoral de las dos Españas (II): la derecha que bosteza

Cuca Gamarra, Alberto Núñez Feijoo y Esteban González Pons. Europa Press

Ya hay un español que quiere vivir y a vivir empieza, entre una España que muere y otra España que bosteza. Así describió Antonio Machado a las dos Españas, la de los rojos y los fachas. Ha pasado casi un siglo y el eje izquierda-derecha no termina de morir, pero la demoscopia francesa considera que los españoles han pasado a reagruparse en casi una veintena de tribus políticas. Unas cuantas de ellas se podrían englobar en aquella machadiana «España que bosteza»: la del aburrido bipartidismo, la de la vieja política y las ideas del siglo XIX, la del eterno retorno de lo mismo, los muertos que deberían estar enterrados, pero que aún gozan de buena salud. La España que bosteza se tapa la boca con la mano izquierda: la mano tibiamente social-demócrata, simbólicamente progresista, ridículamente multicultural. Pero también se cubre usando los cinco dedos de su mano derecha.

-Los liberales. Tanto en Francia como en España tienen estudios superiores y unos muy buenos ingresos. Por eso el principal interés político de este grupo es pagar menos impuestos y poder invertir en lo que les de la gana y mover su dinero como les plazca. También hay sectores liberales un poco más humildes (los «pro-business» o «aziendalisti» italianos) que padecen una cierta «disforia de clase»: creen que pensando como ricos quizás algún día lleguen a serlo. Los liberales aseguran tener una filosofía más allá de la cartera: muchas veces se creen incluso revolucionarios, por su lucha heroica contra los inspectores de trabajo. Sin embargo, son completamente hostiles a cualquier discurso que cuestione realmente a las élites. Viven en la dicotomía de que no les gusta especialmente el poder de un millonario como George Soros, pero creen con todo su corazón que merece estar donde está, gracias a su emprendimiento y a la meritocracia.

Para ellos lo crucial es quitar no-se-qué tasa a no-se-qué mecanismo financiero, lo demás importa menos: si los niños tienen pene o vulva, si el país habla en siete idiomas o mejor sólo en inglés, si se legalizan o no las drogas o si el aborto es una conquista o una desgracia. Esas son materias de conciencia de cada uno, dicen, y en la visión liberal la conciencia va por detrás el bolsillo.

En Francia son un poco más conservadores: muchos son cristianos practicantes, seguramente porque la educación laica no proporciona un conocimiento religioso suficiente como para llegar al episodio de Cristo fustigando a los mercaderes. En España e Italia se acercan más al grupo de los progresistas: están entre los más favorables al cambio de sexo y la mitad de ellos cree en la necesidad de incrementar la inmigración. Los liberales de la Europa latina se sienten, en general, «ciudadanos de Europa y del mundo» en proporciones comparables a las de la izquierda cosmopolita. En Italia son el grupo más favorable a ceder más poderes a la Unión Europea (¡hasta el 70%!).

Son, a la par con la izquierda multicultural, el grupo más politizado, que más habla de la política y que más participa. Algo verdaderamente digno de una obsesión freudiana, visto su desdén por la cosa pública. La ultra-actividad de este nicho acaba repercutiendo en estar sobrerrepresentados en medios de comunicación, especialmente los privados. Territorialmente, están sobrerrepresentados en Madrid, donde componen las huestes de Ayuso, un auténtico ejército de votantes dispuesto a no tener nada y ser feliz mientras los bares sigan abiertos.

Electoralmente, el 75% se ubica en posiciones de centro y de derecha. En Francia han virado hacia el centro, votando a Macron y causando, en buena medida, la crisis del partido de derecha republicana. En España es distinto: el 2018 un tercio de ellos votó al PP, casi otro tercio a Ciudadanos y el resto se repartió entre PSOE y Vox. A día de hoy, dice la demoscopia francesa, este grupo está enteramente comprometido con el PP en intención de voto.

-Los centristas. En Francia son el grupo que declara un mayor nivel de renta, junto con los liberales. De hecho, están a la par en casi todo con los liberales. También quieren menos impuestos, menos funcionarios y menos ayudas. También tienen una sensibilidad cultural progresista de diversidad sexual, europeísmo en vena y libre inmigración. Aventajan a los liberales en ser el grupo con más nivel de optimismo, junto con la izquierda progresista.

Lo que les diferencia más especialmente de los liberales es que ponen por delante de todo la moderación: pensar y decir solamente lo que sea aceptable por la mayoría. Si las ideas liberales (sus ideas de preferencia) dejasen de parecer unas ideas de consenso, se pasarían del liberalismo a la social-democracia, del unionismo al foralismo, de bajar impuestos a subirlos, o lo que hiciese falta. Son de centro: de centro psiquiátrico. Hemos visto muestras de esta esquizofrenia entre los sectores «centristas» de PP y Cs. Y es que el centro, en cada momento y lugar, puede ser una cosa distinta. En la muy católica Italia, por ejemplo, los centristas no proponen retirar la educación católica de la escuela, mientras que hay un laicismo radical en el centrismo francés (y, por extensión, el centrismo afrancesado de los españoles).

Los liberales pueden cuestionar el eje izquierda-derecha, planteando un eje de libertad individual contra intervención estatal, pero los centristas son el grupo más apegado al viejo marco binario. Al fin y al cabo, si no hubiese izquierda ni derecha, ellos serían el centro… ¿de qué? Por lo tanto, se da la curiosa situación de que casi nunca se definen como de izquierdas ni tampoco como de derechas, pero aún menos se definen con la categoría «ni de izquierdas ni de derechas». Eso les suena muy radical. Suena a algo que diría Ramiro Ledesma o Yolanda Díaz.

También superan a los liberales en su desconfianza hacia los referendos. Los centristas quieren repetir lo que piense la gente, pero preferirían conocer lo que piensa la gente a través de encuestas, medios de comunicación y reuniones con las élites representantes. Eso de preguntarle directamente al pueblo es populismo, también les suena muy radical.

En Francia son el grueso de los votantes de Macron. En Italia están más dispersos. En España han desaparecido, junto con la extinción del partido Ciudadanos. Hasta el punto de que esta encuesta francesa ni siquiera los recoge ya como una de las tribus constituyentes de la política española. Como politólogo me resulta una pérdida de categorías que empobrece el pluralismo político, como hombre de bien me parece una ganancia para el país.

Los conservadores. En realidad, liberal-conservadores. Hay que añadir lo de «liberal». Aunque este grupo le da importancia a las cuestiones culturales y morales (al menos, más importancia que los liberales puros), la realidad es que carecen de una verdadera firmeza respecto a ellas. Como consecuencia, acaban encontrando sus únicos consensos en (o dando sus votos a) propuestas políticas centradas en la economía liberal.

Sobre la falta de firmeza en los valores conservadores: algunos conservadores (por ejemplo, en Italia) están fuertemente movilizados contra la inmigración, mientras que otros (por ejemplo, en España) sostienen posturas pro-inmigración (como Aznar en su día). Les parece normal que un país retenga su soberanía, sí, pero creen que la Unión Europea o la OTAN son «hechos consumados» y «debates superados». Pueden estar en contra de la «segunda generación» de derechos LGTB (el cambio de sexo a menores) pero están a favor de la «primera generación» (la adopción por parte de homosexuales). O en contra del aborto a partir del primer trimestre, pero a favor del aborto libre en el primero. En definitiva, reflejan la crítica que les hacía Chesterton: «conservan» solamente los logros del progresismo. Los grupos políticos que tienen una mayor firmeza conservadora son clasificados bajo otros nombres por la demoscopia francesa («tradicionalistas», «identitarios» y otros que veremos en siguientes entregas).

En cuestiones económicas, los conservadores tienen una cierta pulsión hacia las ideas de justicia social, pero al final los liberales se los acaban llevando a su terreno. Cosa terrible, porque no es un grupo que se beneficie de recortes y privatizaciones: son de clase media-baja y de entorno peri-urbano o directamente rural (aunque suelen tener buenos resultados vitales, debido a su capacidad de esfuerzo y ahorro). Están a favor de los servicios públicos, pero las quejas liberales les hacen dudar sobre la fiscalidad progresiva. Están a favor de los derechos laborales, pero hace mella en ellos el discurso contra «las paguitas». Por el bien de España, habría que apartar al grupo conservador del grupo liberal, aprovechando al primero y desechando al segundo, al igual que en la anterior entrega se sugiere apartar al grupo social-demócrata del grupo de la progresía.

El elemento conservador podría ser, aunque suene contradictorio, un factor central del cambio político. Pruebas de ello: un (nada despreciable) tercio de ellos se considera más allá del viejo eje de izquierda y derecha. Uno de cada dos conservadores franceses colocó un chaleco amarillo en su parabrisas para mostrar su apoyo a la revuelta. Aunque suelen votar al centro-derecha, tienen una gran capacidad de cambiar su sentido de voto rompiendo esquemas, hasta el punto de que un tercio de los conservadores franceses pasó en 2012 de preferir al derechista Sarkozy a preferir al izquierdista Hollande. Y buena parte de los conservadores italianos votaron en 2018 por una fuerza nacional-populista como el Movimiento Cinco Estrellas. En la España de 2019, el 45% votó al PP, el 20% a Vox y el 12% al PSOE (el famoso «PSOE bueno»). Hay que despertar de un susto a la derecha que bosteza.

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