«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
DECIR LA VERDAD ES VIOLENCIA POLÍTICA

Violencia política o cómo las palabras significan lo que yo quiero que signifiquen

La ministra de Igualdad, Irene Montero. Europa Press

Es fácil advertir quién manda: en la derecha encuentras a decenas que presumen de una juventud comunista o un abuelo republicano, mientras que en la izquierda -salvo Verstrynge- nadie se somete a semejante sonrojo. Si en un lado da réditos y en el otro te corren a gorrazos, convendremos sin mayores problemas en qué lado de la historia debemos estar para no complicarnos mucho la vida. Qué es, en definitiva, lo políticamente correcto que permite hacer y decir lo que nos plazca sin ser medidos por el mismo rasero.

La semana pasada el Congreso de los Diputados aprobó los Presupuestos Generales del Estado pactados con Bildu y ERC a cambio de expulsar a la Guardia Civil de Navarra y rebajar el delito de sedición. Indultados los golpistas y Puigdemont a punto de volver (fuera del maletero), el horizonte es inmejorable para quienes hasta hace muy poco estaban en prisión. Otegui, por si hubiera dudas, ha reivindicado la autoría del atentado mientras Irene Montero demuestra que las ideas tienen consecuencias: su ley desprotege a las víctimas y favorece a los violadores.

Hace apenas unos años este rosario de fechorías habría movilizado a millones de españoles. Hoy, salvo el fútbol, nada lo hace. Ni la gasolina a dos euros, ni la luz a precios históricos, ni la cesta de la compra disparada por la inflación han suscitado las protestas salvajes que desbordarían nuestras calles si la izquierda estuviera en la oposición. Ni lo material (la ruina económica) ni lo espiritual (la nación) espolean a las masas contra un Gobierno al que nada erosiona. Aparentemente, como luego veremos.

El foco mediático de esta semana se ha centrado en las palabras que la diputada de VOX, Carla Toscano, dedicó a Irene Montero, a propósito de sus reiterados insultos al poder judicial: “Hay que tenerla de cemento armado para insultar a profesionales que se han pasado años de su vida estudiando derecho y una oposición, cuando el único mérito que tiene usted es haber estudiado en profundidad a Pablo Iglesias”. Ningún periodista hubiera escrito “VOX ha traspasado todos los límites; episodio machista; ataque de VOX” (El Mundo) o “La violencia verbal de VOX desborda el Congreso; insultos de la extrema derecha” (El País), si los diputados de PSOE y Podemos no hubieran aporreado los escaños o el presidente del Gobierno dijera que “subir la violencia machista a la tribuna del Congreso es cruzar una línea intolerable”. Decir la verdad es violencia política, pero nadie refuta a Toscano. ¿Acaso se atrevería el más furibundo de los numerosos periodistas progubernamentales a calificar de decisión política y no personal que Tania Sánchez acabara detrás de la columna?

Llamar, por tanto, delito de odio o violencia política a decir la verdad explica el pavor que muchos padecen cuando se ponen delante de un micrófono o un teclado. También sucede en el hemiciclo, donde el ruido mediático generado -que traga con el golpismo y a veces aplaude a Bildu- condiciona al PP, que callaba y algunos de sus diputados, encogidos en sus escaños, echaban en cara a los de VOX que “hubieran resucitado a Irene Montero”. Tal es su debilidad, su complejo de inferioridad, que la batalla no es una opción cuando se tiene interiorizada la derrota. Así, la izquierda lleva 30 años avanzando sin oposición.

Sin embargo, la derechita don Tancredo temerosa de que el debate sea todos contra VOX, se encontró con una sorpresa en la manifestación morada del viernes: una parte del feminismo pidió la dimisión de Montero.

A partir de aquí, conviene recordar algunos casos reales de violencia política silenciados por la prensa, como la pedrada que hirió a la diputada de VOX Rocío de Meer en Sestao, a la que Echenique acusó de haberse echado kétchup en la ceja. O el acoso de la extrema izquierda a Begoña Villacís, 48 horas antes de dar a luz, el día de San Isidro de 2019. O el que sufrió Cristina Cifuentes, rodeada por una jauría, cuando caminaba cerca de su casa en 2012.

Una semana antes del episodio de Toscano una diputada de Podemos en la Asamblea de Madrid acusaba a un diputado de VOX de “no saber ni follar”. Un episodio chabacano, sí, pero no violencia política. De haber sido al revés -como comprobamos con Carla- el diputado estaría a estas horas pidiendo perdón.

Nunca se ha tratado de qué se dice sino de quién lo dice. El que manda elige cuándo se monta el escándalo. Eso nos recuerda al diálogo entre Alicia y Humpty Dumpty en “Alicia en el País de las Maravillas”.

-Cuando yo uso una palabra quiere decir lo que yo quiero que diga…, ni más ni menos.

Alicia responde:

-La cuestión es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.

Sentencia Humpty:

-La cuestión es saber quién es el que manda, eso es todo.

No podemos negar el poder propagandístico de la izquierda, capaz de llamar kétchup a la sangre y violencia a la verdad. Pero ante un rival que emplea la mentira como herramienta para hacer política sólo hay dos opciones: callar y acrecentar el síndrome de Estocolmo o dar la batalla para cambiar las cosas. La primera es fruto del estado mental que padece, desmoralizado, el eterno sparring. La segunda, tratar de cambiar las cosas.

Ahora no lo apreciamos porque nos hacen creer que van ganando, pero el miedo está cambiando de bando. Esa reacción tan sobreactuada es la misma de Iglesias cuando Rocío Monasterio le invitó a marcharse del debate en la SER. Algunos creyeron que eso movilizaría a la izquierda, pero el episodio fue tan falso e impostado como los sobres con balas y las navajas ensangrentadas.

TEMAS |
+ en
.
Fondo newsletter