La Corte Suprema pudo echar abajo el pasado viernes la interpretación de la Constitución de los Estados Unidos que dio pie, desde 1973, a que se pudiera abortar al amparo de la ley federal. El hecho representa un parteaguas no sólo para ese país, sino para todo Occidente, y pone de ejemplo que este tipo de tendencias de la agenda progresista puede revertirse en favor de la cultura de la vida. Porque el aborto es en realidad un crimen, el asesinato de un ser humano en gestación, de mujeres u hombres encontrando la muerte en el vientre de sus propias madres.
La nueva disposición permite a los estados decidir si permiten o prohíben el aborto. Coloca la decisión ya no a nivel constitucional, federal, sino a nivel estatal. Los demócratas saben que con este golpe que les da indirectamente la Suprema Corte, perderán aún más votos para las elecciones intermedias de noviembre, porque no fueron capaces de mantener el aborto vigente bajo su Administración.
Las lágrimas de los progres y globalistas no se dejaron esperar y vimos a Joe Biden enojadísimo. Dio una improvisada y poco acostumbrada conferencia de prensa en la que amagó con mover la mayoría legislativa de su partido, cada día más «woke», para imponer una ley federal a favor del aborto, ya que con decretos presidenciales no es posible. A decir verdad, nunca se le ve más iracundo e indignado al presidente de Estados Unidos -quien parece poner pausa a sus habituales desbarres cognoscitivos por un momento- que cuando se trata de atacar a todos aquellos que osan estar a favor de la vida desde la concepción.
Por ejemplo, cuando se anunció la llamada “ley latido” para Texas, que consiste en que en cuanto pueda escucharse el latido del corazón del bebé en gestación se debe respetar su vida, dijo que buscaría impedir que esta ley operara. El 15 de octubre de 2021, a través del portavoz del Departamento de Justicia, Anthony Coley, señaló que pediría a la Corte Suprema bloquear esta ley antiaborto de Texas.
Pues esa misma Corte Suprema es la que el pasado viernes revocó el aborto en todo el país, ocasionando llantos, quejas e inconformidades, como las de Barack Obama y Nancy Pelosi, y no se diga las de la auto-clasificada socialista Alexandria Ocasio-Cortez.
La valentía de Trump
La verdad sea dicha, mucho se le debe al presidente 45 de Estados Unidos, Donald Trump, por haber nombrado a tres de los jueces que votaron a favor de esta revocación: Neil Gorsuch, Amy Coney Barrett y Brett Kavanaugh, quien por cierto, sufrió el 9 de junio pasado un intento de asesinato a manos de Nicholas John Roske, un tipo de 26 años, que iba con una pistola y un cuchillo táctico, según las autoridades.
Un mes antes, un grupo de cerca de 100 fundamentalistas proaborto marcharon de la casa del juez Kavanaugh a la del juez John Roberts. Así actúan los activistas de la revolución «woke», hostigando a todo el que piensa distinto en una muestra de la influencia de la revolución cultural china, en pleno Estados Unidos. Trump declaró a Fox News que Dios había tomado la decisión en la Corte. Suena razonable.
Más de 70 millones de abortos desde 1973
Según datos recabados por Pew Research, en 1973 en Estados Unidos se practicaron 744.000 abortos, yendo en pleno incremento la tendencia, hasta llegar a un pico en 1990, con 1,6 millones, y a partir de ahí, una tendencia a la baja, hasta llegar a 930.000 abortos, en 2020, acorde con el Guttmacher Institute.
El recuento de Centers for Disease Control and Prevention (CDC), es parecido, pero no idéntico. Refiere un inicio en 1973 con 615.000 abortos, subiendo hasta 1,4 millones en 1990, bajando a 1,2 millones en 1996, a 885.000 en 1997, y a 635.000 en 2019, último año con data disponible.
Según Guttmacher en 2020 el promedio de abortos fue de 14.4 por cada mil mujeres, entre los 15 y los 44 años. Entre los estados que se consideran más «restrictivos» para abortar, el Guttmacher Institute señala a Texas, Oklahoma, South Dakota, Missouri, Arkansas, Louisiana, Kentucky y Alabama. Y entre los que más protegen el aborto está Oregon en primer lugar, y luego seguirían California, Washington, Colorado, Nuevo México, Illinois, Nueva York, Maine, Vermont, y New Jersey.
El caso de Florida
En Florida, cuyo gobernador, Ron DeSantis, celebró la decisión -y es visto como posible candidato a la presidencia en ausencia de Trump, o a la vicepresidencia- el aborto está prohibido a las 24 semanas y después.
Además, las pacientes son obligadas a hacer dos viajes, uno para recibir asesoramiento en persona y otro al menos 24 horas después para el aborto; la cobertura estatal de Medicaid para la atención del aborto está prohibida excepto en circunstancias muy limitadas; se requiere el consentimiento o notificación de los padres para el aborto de una menor; sólo los médicos pueden realizar abortos y no otros profesionales de la salud calificados; y las regulaciones innecesarias están en vigor y están diseñadas para cerrar las clínicas de aborto sin base en los estándares médicos.
Júbilo en países de la Iberosfera
Cabe señalar que la anulación del aborto en Estados Unidos causó júbilo y amplia celebración en países de la Iberosfera, como en México, Argentina, Colombia, Ecuador y Chile, donde se han registrado recientemente avances de la agenda progresista que impulsa el aborto incluso hasta los seis meses de edad.
El escritor argentino Agustín Laje tuiteó: ¡Adiós Row vs Wade! Se terminó la farsa del aborto como “derecho” en los Estados Unidos. Enorme victoria para quienes defienden la vida humana. #RoeVsWade
Carlos Leal, exdiputado mexicano, junto con Sublevados, una plataforma de comunicación conservadora, organizaron un Espacio en Twitter para hablar del tema. El senador chileno Rojo Edwards tuiteó: «Así como la esclavitud terminó después de muchos años, la posibilidad de quitarle la vida a niños inocentes también lo hará. Después de décadas, la corte suprema de USA termina con el aborto federal. El aborto es la violación de DD.HH más extendida en nuestro planeta.
La resolución de la Corte Suprema de Estados Unidos dio esperanza en Hispanoamérica de poder revertir también decisiones recientes de las instituciones homólogas, que actúan mucho más como activistas del «trapo verde» que como defensores de la Justicia y de los derechos humanos auténticos.