Sound of freedom es una película imposible e impensable para Estados Unidos hoy. Llevaba desde 2018 en un cajón, cubriéndose de polvo, y en su salida ha recibido las críticas más salvajes: conspiranoia ultraderechista, delirio de Qanon, sueño húmedo del supremacismo… De todo y más se ha dicho de ella, sin resultado: la película, que ilustra y denuncia el fantástico negocio del tráfico sexual de niños, ha batido en taquilla a Indiana Jones y, con un presupuesto relativamente modesto, se ha convertido en la más vista de las últimas semanas.
En su segundo fin de semana, la cinta de Angel Studios ha recaudado otros 24,7 millones de dólares, lo que representa un sorprendente aumento del 26% con respecto a su primer fin de semana. Lleva ya 83,2 millones, una película que Disney tenía en un cajón y no tenía la menor intención de llevarla a las salas.
Sí, Disney era originalmente dueño de Sound of Freedom, e intentó que no se estrenara jamás. No es que los estudios woke, últimamente en titulares por encadenar fracasos de taquilla, compraran Sound of Freeedom, sino que se encontraron con ella entre las manos cuando Disney adquirió 20th Century Fox en 2019. Y hoy es una de las películas independientes más rentables de todos los tiempos.
No podía caer en peores manos que Disney, una empresa que parece decidida a adoctrinar a los niños y atraerlos hacia su LGTBización desde pequeñitos, y es lógico que la firma némesis del gobernador Ron DeSantis considerase radioactiva la obra protagonizada por Jim Caviezel. De hecho, los productores tardaron cinco años en recuperarlo.
Para que la alegoría moral fuera perfecta, en el mismo momento en que Sound of freedom arrasa, su obra más esperada y promocionada, la nueva entrega de Indiana Jones (ver el magnífico comentario de Javier Bilbao), pinchaba en taquilla y les hará perder un par de cientos de millones de dólares con esa wokificación del héroe amado por varias generaciones de espectadores. Y, mientras, Sound of Freedom se ha convertido en una máquina de hacer dinero.
