«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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EL ADIÓS AL PAPA ALEMÁN

El pontificado de Benedicto XVI, una humilde defensa de la Tradición

Cuando el cardenal Joseph Ratzinger se asomó al balcón de las bendiciones de la fachada de la Basílica de San Pedro el 19 de abril de 2005, tras ser elegido Papa, se autodefinió como «un simple y humilde trabajador de la viña del Señor». No seré yo quien dude de su humildad y simplicidad, creo que tenía ambas virtudes, pero también pienso que, precisamente por ello, fue un gigante.

Si bien es cierto que en su pontificado, como en todos los que ha habido y habrá, hubo errores, incluidos algunos nombramientos que hubo de realizar, el legado magisterial y espiritual, junto a la talla teológica y filosófica del pontífice alemán, que están fuera de toda duda, hacen de Benedicto XVI una de las figuras más relevantes, no sólo de la Iglesia, sino del pensamiento de todo el siglo XX.

En los próximos días, podrán leer sesudos análisis sobre su vida y obra, sobre su herencia intelectual, o biografías completísimas sobre su figura histórica; a mí, en el día de su muerte, me gustaría compartir con ustedes algunas pinceladas sobre su pontificado.

La dictadura del relativismo

Como decano del Colegio Cardenalicio, el 18 de abril de 2005, poco antes de empezar el Cónclave en el que había de ser elegido Sumo Pontífice, Ratzinger hizo una declaración de intenciones, una radiografía de la sociedad líquida y relativista de nuestros tiempos.

«A quien tiene una fe clara, según el Credo de la Iglesia, a menudo se le aplica la etiqueta de fundamentalismo», advirtió el futuro Papa. «Mientras que el relativismo, es decir, dejarse «llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina», parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos», dijo Ratzinger a los presentes.

El futuro Benedicto XVI alertó de esta forma de la enfermedad de la que adolece Occidente y que, desde entonces, no ha hecho sino agravarse los síntomas. A ello dedicó su magisterio, a enseñar, de forma sencilla y a la vez sabia, los pilares tradicionales del cristianismo, a recordar, tras unas décadas de confusión, de dónde venimos y a dónde debemos dirigirnos.

Deus Caritast Est

Una de las prioridades de su papado fue, en sus propias palabras, conducir a las almas a Dios. La labor principal de un Papa no es asistir a las JMJ, recibir a jefes de Estado o visitar países, es confirmar a los fieles en la fe, y custodiar esa fe para que se conserve en su integridad. A eso dedicó su vida Benedicto.

En una carta a los obispos del mundo en 2009, el propio Ratzinger confesaba sus intenciones como obispo de Roma. «Conducir a los hombres hacia Dios, hacia el Dios que habla en la Biblia: Ésta es la prioridad suprema y fundamental de la Iglesia y del Sucesor de Pedro en este tiempo», señaló el Pontífice bávaro.

«La primera prioridad para el Sucesor de Pedro fue fijada por el Señor en el Cenáculo de manera inequívoca: «Tú… confirma a tus hermanos» (Lc 22,32). El mismo Pedro formuló de modo nuevo esta prioridad en su primera Carta: «Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere» (1 Pe 3,15). En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios», escribió Benedicto; y ese fue su pontificado.

Su primer encíclica se llamó «Deus Caristas Est», una obra maestra con la que ofreció al mundo el rostro de Dios. En una época en la que, desgraciadamente, el clero se dedica, en no pocas ocasiones, a menesteres que poco tienen que ver con su cometido, Benedicto se alzaba como un faro señalando la esencia que parecía olvidada. Fue precisamente volver a esas verdades de fe más básicas, una de las características del pontificado de Benedicto XVI, algo que, a través de sus escritos, quedará para la posteridad.

El Concilio Vaticano II a la luz de la Tradición

Benedicto XVI fue un testigo directo de la crisis postconciliar ―y del Concilio, no en vano participó en él como experto―, de la contestación en las universidades y facultades de teología; en fin, del caos que siguió al Concilio Vaticano II. Tuvo que soportar el cuestionamiento de las verdades esenciales de la fe y de la experimentación salvaje en el ámbito litúrgico, algo que trataría de enmendar como Papa.

Frente al progresismo para el que la Iglesia comenzaba en el siglo XX, en el Concilio Vaticano II, para el que todo lo anterior a los años sesenta es considerado poco menos que basura; o para aquellos que, al revés, se quedaron congelados en dicha época, idealizando tiempos pretéritos y denostando cualquier cosa nueva, Ratzinger abrazaba toda la historia de la Iglesia, en su plenitud.

«No se puede congelar la autoridad magisterial de la Iglesia al año 1962, lo cual debe quedar bien claro a la Fraternidad», escribió en un documento en el que justificaba el levantamiento de la excomunión a cuatro obispos de la Fraternidad de San Pío X, fundada por Marcel Lefebvre. «Pero a algunos de los que se muestran como grandes defensores del Concilio se les debe recordar también que el Vaticano II lleva consigo toda la historia doctrinal de la Iglesia. Quien quiere ser obediente al Concilio, debe aceptar la fe profesada en el curso de los siglos y no puede cortar las raíces de las que el árbol vive», recordó Benedicto.

El Papa alemán, en una época de confusión, en la que todo lo anterior al Concilio Vaticano II parecía desechado o, cuánto menos, olvidado, abogaba por lo que se ha conocido como ‘hermenéutica de la continuidad’; es decir, el Concilio Vaticano II es un eslavón más en la cadena de los 21 concilios que ha tenido la Iglesia, y hay que verlo con la perspectiva de 2.000 años de historia y Tradición. Un paso más, con él ni empieza todo ni termina todo.

La belleza de la liturgia

Benedicto XVI tuvo una actitud parecida con la Liturgia, una parcela fundamental del catolicismo al que dio un impulso innegable, que hoy sigue viéndose en las misas y actos litúrgicos del Vaticano. Para Benedicto, como para cualquier católico, las vías para llegar a Dios son la Verdad, el Bien y la Belleza. La tercera de ellas había sido algo abandonada desde hacía décadas, y fue precisamente esa vía a la que dio un impulso el Pontífice alemán: la belleza de la liturgia.

Una de las medidas más sonadas de su papado fue la normalización y legitimación de la Misa Tradicional; esto es, el rito anterior a las reformas conciliares que había sido, digamos denostado. Benedicto afirmó que un rito que había sido sagrado durante siglos, y para cientos de santos, de ninguna manera podía ser proscrito. Esta decisión de Ratzinger hizo que mucha gente se interesara por la solemnidad en la liturgia y regresara a las misas en latín, como se conocen coloquialmente.

Es en este campo donde el Papa Francisco más ha discrepado con su predecesor. Sin esperar a su muerte, el Papa argentino publicó hace un año y medio un documento que contradecía frontalmente las directrices publicadas por Ratzinger sobre la Misa Tradicional, algo que sorprendió a propios y extraños. Sin embargo, el legado litúrgico de Benedicto ahí queda, y es innegable que su pontificado ha supuesto poner el foco en la Liturgia y redignificarla.

Jesucristo, la vuelta a los orígenes

Una de las obras de la que más orgulloso se sentía Ratzinger, que elaboró siendo Papa ―habiendo sido un prolífico escritor con decenas de obras notables―, fue su triología sobre Jesús de Nazaret. Otro signo más de este Papa que quiso volver a la esencia de la fe, y que mejor vuelta a la raíz que analizar la vida de Dios hecho hombre.

Su magisterio estuvo plagado de esa vuelta a las raíces: esto lo vemos, por ejemplo, con la serie de catequesis que dedicó a los primeros padres de la Iglesia, en las que, de una forma sencilla, pero rigurosa, expone las principales aportaciones de las primeras figuras cristianas, las que sentaron la base de la Tradición.

La lacra de los abusos sexuales

Otra de las cuestiones por las que su pontificado pasará a la historia es el de la lucha contras los abusos sexuales. Ya desde antes de ser elegido Papa, Ratzinger tuvo que asumir un papel difícil como prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe en la lucha contra los casos de abusos sexuales por parte de miembros del clero, que entonces empezaban a emerger en países como Irlanda o EE.UU.

Durante su Pontificado, Benedicto XVI se reunió con las víctimas de abusos a las que pidió perdón y también en mayo de 2011 envió, a través del Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal William Levada, una carta circular con el modo de actuar frente a estos casos a todas las Conferencias Episcopales del mundo, las cuales a su vez tuvieron que redactar sendas líneas guía de actuación.

En este documento, se apuntaba a los obispos la necesidad de «cooperar» con las autoridades civiles y de «remitir a las autoridades los delitos» de abusos sexuales cometidos por clérigos, personal religioso o laico. Asimismo, indicaba que deben estar «dispuestos a escuchar a las víctimas y a sus familiares» y que el obispo tiene la obligación de remitir el caso a la Congregación vaticana.

Un ejemplo notable de su compromiso con este tema fue su carta a los católicos de irlanda, que fueron golpeados especialmente por este asunto. Una carta en la que resumía la actitud que debía tener la Iglesia en estos asuntos, respondiendo ante la justicia, y en el que se dirigía a las víctimas con palabras de consuelo y esperanza.

También escribió a los abusadores, a los que acusaba de haber traicionado «la confianza depositada en vosotros por jóvenes inocentes y por sus padres». «Debéis responder de ello ante Dios todopoderoso y ante los tribunales debidamente constituidos», escribió Ratzinger. «Os exhorto a examinar vuestra conciencia, a asumir la responsabilidad de los pecados que habéis cometido y a expresar con humildad vuestro pesar», añadió.

A costa de levantar la desagradable alfombra de los abusos sexuales, Benedicto XVI probablemente sabía que estaba salpicando su pontificado, pero lo que le importaba, parece ser, era el esclarecimiento de la verdad, el resarcimiento de las vívtimas; la justicia, al fin y al cabo.

De Joseph Ratzinger a Benedicto XVI

Benedicto XVI nació en Marktl am Inn, Baviera, el 16 de abril de 1927. A los 14 años, como era preceptivo para los alemanes de la época, hubo de ingresar en las Juventudes Hitlerianas y, a los 16, fue llamado a filas,​ y se le destinó a la protección de la fábrica de BMW en Traunstein, ciudad que fue bombardeada masivamente. Prestó servicio entre abril de 1943 y septiembre de 1944.

En este tiempo asistió al instituto de segunda enseñanza Maximiliansgymnasium. A las preguntas de un superior, contestó que quería ser sacerdote. Tras la instrucción básica fue destinado a Austria. En 1944 comenzó su entrenamiento básico en Hungría, tomó parte en el Reichsarbeitsdienst que era un servicio de defensa alemán, donde se construían sistemas para cerrar el paso a diferentes tanques de guerra.

Ratzinger desertó en los últimos días de la guerra, pero fue hecho prisionero por soldados aliados en un campo cerca de Ulm en 1945. Después de ser puesto en libertad, en cuanto alumno del seminario menor, entonces situado en Traunstein, hizo su examen de bachillerato en el Chiemgau-Gymnasium en Traunstein.

Desde 1946 hasta 1951 estudió teología católica y filosofía en la Academia Filosófica y Teológica Freising, así como en el Ducal Georgianum de la Universidad de Múnich.

El 29 de junio de 1951 recibió, junto con su hermano Georg, fallecido en 2020, el sacramento del orden sacerdotal en la catedral de Freising de manos del que fuera entonces arzobispo de Múnich y Frisinga, el cardenal Michael von Faulhaber. Se doctoró en teología dos años más tarde y en 1957 obtuvo la licencia de profesor de teología dogmática.

Con poco más de 30 años, Ratzinger fue designado perito en el Concilio Vaticano II, uno de los acontecimientos más importantes en la historia reciente de la Iglesia, que tuvo lugar entre 1962 y 1965.  Enseñó en Freising, Bonn, Münster, Tubinga y, por último, Ratisbona.

El 24 de marzo de 1977 Ratzinger fue consagrado arzobispo de Múnich y Frisinga y, pocos meses después, el 27 de junio, a los 50 años, Pablo VI le nombró cardenal.

El 25 de noviembre de 1981, Juan Pablo II nombró a Ratzinger prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, una de las congregaciones con más peso de la Santa Sede.

En 1998 fue elegido vicedecano del Colegio Cardenalicio y, finalmente, en 2002, decano. Tras la muerte de Juan Pablo II, el 19 de abril de 2005, tres días después de cumplir 78 años, el cardenal Ratzinger fue elegido sucesor del pontífice polaco, adoptando el nombre de Benedicto XVI.

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