La novela epistolar es un género narrativo bien interesante, en el que una historia se desarrolla mientras los personajes dialogan a través de cartas. Tiene la ventaja de incorporar el criterio y el perfil de cada personaje, incluso cuando los pensamientos de los protagonistas fueran antagónicos. Generalmente, los dialogantes conviven bajo una misma realidad, la misma época, lo que permite que se crucen sus argumentos y perspectivas diversas sobre la historia descrita. El viernes 12 de julio, el mundo fue testigo de una singular narración epistolar. Claro que en estos tiempos las cartas son digitales, los soportes no son una hoja de papel que viaja en una paloma, barco o carreta, sino que el mensaje suele ser un posteo en una red social o un conjunto caprichoso de emojis y palabras lanzados en una plataforma de mensajería. Tal vez haya perdido sofisticación, pero ha ganado velocidad, sin dudas, y sobre todo (si los protagonistas son famosos) también habrá ganado viralización.
En nuestra novela los protagonistas comparten una entrañable relación que, a poco de comenzar, se convierte en una guerra de acusaciones cruzadas y amenazas abiertas. Resulta que un personaje rocambolesco llamado Thierry Breton, que ostenta el título de Comisario Europeo de Mercado Interior, acusa a una red social llamada X de engañar a sus usuarios y la historia comienza con una fatal epístola de Breton hacia X: «Impondremos multas y exigiremos cambios». Yendo en apoyo del personaje de Breton, un personaje secundario de la narración, una NPC a la que llamaremos Margrethe Vestager, también funcionaria de la Comisión Europea, acusa a X de no ser transparente, e incluye en su mensaje un informe generado por ella y Breton. Un auténtico himno a la endogamia que, así como las epístolas anteriores, se publica enteramente en X. Sí, la red social que pretenden arbitrar y sancionar.
Los acontecimientos se tornan dramáticos, en el otro extremo de nuestra novela epistolar está el poderoso dueño de X, llamado Elon Musk, quién, a través del mismo canal, contesta a los comisarios acusándolos de sucias propuestas y turbios manejos: «La Comisión Europea ofreció 𝕏 un acuerdo secreto ilegal: si censuramos silenciosamente el discurso sin decírselo a nadie, no nos multarían. Las otras plataformas aceptaron ese trato. 𝕏 no lo hizo». Musk se despacha con una segunda carta en la que desafía a Breton: «Esperamos con interés una batalla muy pública en los tribunales, para que los pueblos de Europa puedan saber la verdad».
Breton, presa de la ira, devuelve el golpe, raudo, con una misiva diciendo: «Nunca ha habido, ni habrá, ningún ‘acuerdo secreto’. Con cualquiera». Luego, tal vez embriagado por la atención recibida agrega: «La DSA proporciona a X (y a cualquier plataforma grande) la posibilidad de ofrecer compromisos para resolver un caso». Suena confuso verdad? Pero hete aquí la riqueza psiquiátrica (sí, sí, psiquiátrica) de este febril personaje.
A estas alturas resulta necesario que un narrador omnisciente explique al lector que es la DSA. Se trata de la Ley de Servicios Digitales ( Digital Services Act) inventada y aprobada por las autoridades de la Unión Europea, destinada a controlar el contenido en línea de las grandes empresas tecnológicas. Como pasa regularmente en estos casos, ningún ciudadano europeo ha votado a favor de ella, ni responde a una demanda de la población. La DSA responde a las necesidades de la Comisión Europea de cercenar, cada día un poco más, la libertad de expresión. Hacia el año 2016, año en el que los más poderosos burócratas vieron cómo la libertad de circulación de la información chocaba con sus intereses (Trump o el Brexit son dos ejemplos claves) la agenda mundial posó sus deseos en la regulación de internet. Los medios masivos eran pan comido, pero la microcirculación de información y mensajes en línea era una frontera porosa y caótica que se les escapaba.
En 2017 Alemania adoptó la Ley de aplicación de redes (NetzDG), también conocida como ‘Ley Facebook’ cuyo «objetivo» era combatir las noticias falsas, el discurso de odio y la desinformación en línea. A partir de ahí, cada político codicioso adoptó la narrativa de las “fake news” para imponer los parámetros de verdad y controlar la disidencia. El instrumento es tan poderoso que esta ley inspiró a burócratas de todo el mundo, y así es como la UE en 2022 comienza a pergeñar la DSA, que entre otros delirios establece que las empresas tecnológicas más importantes, en tiempos de crisis como una amenaza a la salud o de seguridad pública, la Comisión Europea puede requerir que se limite la difusión de contenidos. Cualquiera que haya vivido el oscuro bienio covídico entenderá lo que significa otorgar este poder a gobiernos y, mucho peor, a organismos supranacionales.
Pero nuestra novela tiene varios capítulos en los que la trama se reitera debido a las prácticas de censura en países como Estados Unidos o Australia. Hace escasos meses, el señor Musk se enfrentó, también intercambiando misivas en X, contra el aparato socialista del presidente brasileño Lula da Silva. Los hechos precipitaron cuando Musk se negó a eliminar cuentas de usuarios opositores a Lula. En esa precuela Musk decía: «No sabemos los motivos por los que se han emitido estas órdenes de bloqueo. No sabemos qué publicaciones supuestamente violan la ley. Se nos prohíbe decir qué tribunal o juez emitió la orden, o por qué motivos. Se nos prohíbe decir qué cuentas se ven afectadas Nos amenazan con multas diarias si no cumplimos». Otro personaje secundario, esta vez de las huestes de Elon, llamado Michael Shellenberger, destapó (siempre en X) la censura ilegal de Brasil contra la oposición, totalmente al margen del estado de derecho.
Desde que Elon Musk comprara Twitter (que luego se convirtió en X) han existido muchos capítulos similares. En todos, algún político o funcionario acostumbrado a la arbitrariedad y a la caza del poder sin restricciones, busca impedir que el multimillonario permita el libre flujo de datos y opiniones en su empresa. Por ejemplo, durante el último octubre, nuestro inefable Thierry Breton desafiaba al dueño de Twitter diciendo: «El pájaro volará según nuestras normas europeas».
Breton en un espléndido antihéroe de novela, un déspota sin disimulos, maligno de manual, llano en su procaz ambición. Se describe a sí mismo como «la voluntad del Estado y del pueblo» y tiene una obsesión contra Musk desde que el empresario se hiciera con la red social y despidiera a muchos de los empleados de X, principalmente los que estaban encargados de la censura. La UE comenzó a extrañar aquella censura y su corazón se estrujó cuando el magnate y su empresa X se retiraron del código de prácticas de la UE sobre desinformación. La adhesión era voluntaria entonces, pero la voluntariedad es relativa en manos de tiranos, y pronto el código se incorporó a las reglas de la DSA.
Nuestros protagonistas son prolíficos epistolares, a los ataques de Breton, Musk contestó pidiéndole que «enumerara las violaciones a las que alude en X, para que el público pueda verlas». Entonces Breton devolvió el golpe diciendo que Musk estaba al tanto de los informes sobre contenido falso y glorificación de la violencia y, dando vuelta la carga de la prueba, le señaló que dependía del magnate predicar con el ejemplo (lo que en el lenguaje de la calle significaba que Musk comenzara a censurar como si no hubiera una mañana).
Los personajes juegan fuerte, Thierry Breton acusa a Musk de que su política de «cuentas verificadas», designadas con el famoso tildecito azul, engaña a los usuarios y «no corresponde a los estándares de la industria». Pero lo delirante es que Thierry critica los cambios en el sistema del tildecito azul a la empresa que literalmente inventó el tildecito azul; porque según él no se corresponden con una «práctica de la industria» en materia de tildes azules…¡que sólo aplica X!. El absurdo es palpable.
Asimismo, Breton sostiene que Elon no permite la «supervisión y la investigación necesarias sobre los riesgos emergentes provocados por la distribución de publicidad en línea», y que infringe los artículos 25, 39 y 40(12) de la DSA. Bruselas, además, ha implementado una herramienta de denuncia anónima para contribuir a la acusación hecha a partir de su informe. El tercer hallazgo preliminar de la Comisión, que es el más polémico de todos, se centra en la «falta de acceso a los datos públicos de X para investigadores». Porque lo que Thierry Breton desea, y la DSA exige, es que las plataformas proporcionen acceso a sus datos de manera que los investigadores puedan llevar a cabo sus «informes».
La Ley de Servicios Digitales proporciona a la burocracia europea un nivel sin precedentes de supervisión pública sobre la empresa y la vida privada, pero sobre todo es una herramienta de control del discurso asombrosa, tanto por su alcance como por el efecto contagio que va a generar en otros gobiernos y organismos. La mayor parte del contenido eliminado de publicaciones de las redes que ya se sometieron a los perversos deseos del Comisario Thierry, como por ejemplo Facebook o YouTube, no son delitos sino expresiones legales, la norma avanza más allá de lo que penan los poderes legislativos de cada país. Frente a la perspectiva de perder un alto porcentaje de la facturación global, las empresas se ven ante una disyuntiva de fácil solución: es preferible pelearse con un grupo de usuarios, por más significativo que este sea, antes que recibir las multas previstas por la DSA. La censura se ha transformado en un fuerte incentivo.
El intercambio epistolar de aquel viernes se produjo justamente después de que el comisario Thierry publicara sus conclusiones, y de que Elon amenazara con llevarlo a los tribunales. Elon Musk debe ahora defenderse o bajar la cabeza ante la Comisión Europea, que podría imponerle una multa de hasta el 6% de su facturación anual en todo el mundo. Para poner en perspectiva el monto de las multas con las que quiere alzarse la Comisión Europea, las sanciones que se aplicarían sobre los ingresos globales serían, en algunos casos, superiores a los ingresos operativos. El comisario Breton podría embolsar una cantidad mayor a la que una empresa gana en la región. Se trata de control y se trata de dinero, como siempre.
Las democracias tiene mecanismos claros para determinar si existen delitos frente a lo que se publica. Y no son los políticos quienes están a cargo de vigilar que no se cometan abusos, justamente porque la sociedad no puede ni debe someter la libertad de expresión a los caprichos del poder político. Pero la libertad de expresión viene estando en declive a nivel mundial y ese declive se percibe cada vez más en las sociedades que hasta hace poco eran abiertas y democráticas. El fantástico canal de información que es internet es percibido por los burócratas como una amenaza y el comisario Thierry tiene por objetivo combatir la amenaza a como dé lugar. Como en casi todas las novelas, donde el suspenso se mantiene hasta el último momento, el panorama pinta tenebroso para el personaje de Elon Musk. Su rival es el verdugo que quiere entregar su cabeza en bandeja de plata y parece tener todas las de ganar. ¿Cómo sigue la historia? Es difícil saberlo, los últimos capítulos de nuestra novela epistolar todavía se están escribiendo.