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Han llegado hasta Bruselas

La revuelta del sector primario se intensifica en Francia, el mayor productor agrícola de toda la UE

Protesta de agricultores entre la frontera de Bélgica y Francia. Europa Press

Después de las tractoradas en los Países Bajos, así como en otros tantos países europeos (Austria, Alemania, Polonia, Rumanía, Bélgica, Irlanda…), la revuelta del mundo rural se ha intensificado en Francia, el mayor productor agrícola de toda la Unión Europea.

Precisamente la UE es la explicación de que estos movimientos de protesta se están dando casi simultáneamente por toda Europa. Los trabajadores del sector primario a lo largo de nuestro pequeño continente consideran que desde Bruselas se les ha abandonado, cuando no se ha legislado directamente para perjudicarles. Algunos manifestantes franceses han llevado la protesta hasta aquella ciudad, capital de la burocracia europea, para protestar contra sus regulaciones dañinas, la falta de apoyo económico y los bajos salarios.

Las exigencias del mundo rural son propuestas de justicia y sentido común que resultan ampliamente trasversales, por lo que resultan difíciles de clasificar en el viejo eje de izquierdas y derechas. Para referirse al fenómeno, los politólogos manejan un nuevo término: «agro-populismo». La palabra «populismo» nos suena de la última década, quizás la más comentada y la menos comprendida. Habitualmente se utiliza como un descalificativo, relacionado con gritar mucho, manipular a las masas, erosionar las instituciones de la democracia u ofrecer soluciones políticas simplistas. Nada más lejos de la realidad. «Populismo» es la teoría política que se centra en los conflictos entre el pueblo y las élites, añadiendo que el pueblo no es necio sino sabio, mientras que los «expertos» y «tecnócratas» no son ni tan listos ni tan neutrales. A este término se la ha colocado delante el prefijo «agro» para añadir otra línea de enfrentamiento: la de la periferia rural contra los grandes centros urbanos.

Para ponerlo en términos de politólogo: el choque horizontal «la izquierda contra la derecha» habría quedado sustituido por una combinación del choque vertical de «los de abajo contra los de arriba» y el choque centrípeto de «los de las afueras contra los del centro». No se trata en ningún caso de una lucha entre los trabajadores del campo y los trabajadores de las ciudades, que comparten los mismos intereses y buena parte de los problemas, sino de una lucha protagonizada por los trabajadores del campo (con el apoyo de muchos trabajadores de las ciudades) contra las élites urbanitas y cosmopolitas que habitan en las grandes capitales europeas, dictando leyes dañinas contra un sector que les es ajeno. El sociólogo Jan Willem Duyvendak señala que el doble eje de «pueblo rural» contra «élite cosmopolita» se solapa con el eje «patriotismo contra globalismo»: «El granjero encarna el verdadero ciudadano nacional cercano a la tierra» por oposición a una casta mundialista desarraigada.

Así, la perspectiva «agro» y la perspectiva «populista» encajan como anillo al dedo a la hora de explicar la situación y movilizar las protestas. De alguna forma, el «populismo» siempre ha sido «agro», desde sus inicios en los EEUU del ruralista People’s Party y en la Rusia de los narodnik pro-campesinos. Y es que el populismo surgió en el siglo XIX como respuesta a una modernización industrial que silenció a los ciudadanos entre el estruendo de las fábricas, pero que comenzó hiriendo de muerte al mundo rural. El expolio de los recursos vitales del campo en beneficio del hiper-urbanismo fue el primer paso para el expolio de los barrios pobres en beneficio de los barrios ricos, consagrando la brecha de desigualdad entre la gente del común y la nueva clase dominante. También en las sucesivas crisis del capitalismo (los años 30 del siglo pasado, los 60s y los 90s) tuvo un papel destacado la protesta «populista» en el «agro». De hecho, una de las más grandes movilizaciones de los últimos años fue claramente «populista» y «agro» a la vez: los «chalecos amarillos», manifestándose contra unos elevados precios de combustible que afectaban especialmente a los transportistas del mundo rural. Y ocurrió precisamente en Francia, país que también parió a uno de los primeros políticos populistas de los años 50, Pierre Poujade (en muchos sentidos, también un agro-populista).

Si el agro-populismo ha estado desaparecido como etiqueta política en las últimas décadas, es por el sesgo urbano-céntrico y euro-céntrico de nuestros medios y nuestra academia. La versión oficial era que el «Fin de la Historia» había llegado y los movimientos agro-populistas se habían disuelto para dejar paso a una globalización feliz. Sin embargo, el agro-populismo ha seguido siendo una fuerza política de primer orden fuera de Occidente: desde Sudamérica hasta Asia. Y el agro-populismo europeo no estaba extinto, sino que se había dispersado entre diferentes grupos políticos (desde el «populismo de izquierda» del Movimiento Cinco Estrellas en Italia hasta el «populismo de derechas» del Partido de los Finlandeses, pasando incluso por sectores del independentismo vasco y catalán). Es posible que estemos presenciando en Europa una recomposición del bloque «agro-populista» como reacción simétrica a la configuración de un poder «eco-elitista», es decir, una UE de bruselócratas hundiendo a los trabajadores del sector primario en nombre de la sostenibilidad, el cambio climático, la huella de carbono y la transición ecológica.

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