La mini cumbre a tres organizada por Macron en el Elíseo el pasado 8 de febrero no sentó bien en Roma. La presidente del Consejo de Ministros de Italia, Giorgia Meloni, lo demostró durante la cumbre de líderes de la Unión Europea en Bruselas.
Que Emmanuel Macron convocara, a las puertas de la reunión extraordinaria del Consejo Europeo, a Olaf Scholz y a Volodímir Zelenski en París fue, en palabras del vicepresidente del Consejo de Ministros, Matteo Salvini, «una prueba de egoísmo y miopía». Fiel a su estilo, el presidente de Lega se creció y señaló que «la arrogancia de Macron es incomprensible». Tajani lo expresó en términos más diplomáticos: «Fue un error de Francia (…), ya que existe el Tratado del Quirinal (acuerdo firmado en noviembre de 2021 para la cooperación bilateral)». Por su parte, Meloni, quien durante la cumbre en Bruselas no conversó con Macron en ningún momento, remarcó que la actitud del presidente galo pone de manifiesto la existencia de «una Europa de serie A y serie B», que unos países valen más que otros. Y eso es algo que ella no está dispuesta a aceptar.
Menos todavía tras los logros conseguidos en materia migratoria en la cumbre –aun sin el apoyo francés– gracias a un acercamiento entre Meloni y Mark Rutte, primer ministro de los Países Bajos; y del enorme espaldarazo que ha recibido en las elecciones regionales del Lacio y Lombardía, en las que su formación ha sido, con generosa diferencia, la fuerza más votada. Incluso en Lombardía, feudo tradicional de Lega. Que la mayoría de italianos está contenta con el rumbo trazado en sus primeros 100 días ha quedado demostrado, pese a los bramidos de la oposición, que aseguraba que el encontronazo con Macron iba a dejar a Italia «aislada».
«Es una lectura provinciana», afirmó ufana Meloni sobre la actitud de la oposición, que también trató de condenar la cercanía de la presidenta del partido ECR (Conservadores y Reformistas Europeos) con Mateusz Morawiecki y Petr Fiala, primeros ministros de Polonia y Chequia, respectivamente. Meloni cerró el tema con un simple «estamos en el mismo partido». En la reunión extraordinaria se mostró, en palabras de un burócrata de Bruselas «vigorosa, eficaz, respetuosa y respetada». Y es que la Italia de Meloni, a pesar del desplante de Macron, ha demostrado que es una nación que hay que tener en cuenta en Europa y que puede permitirse tener criterio propio –al menos, de momento– y no bailar al son de las palmas de otros. Así lo han confirmado varias fuentes del gabinete de la romana: Italia no pretende formar parte de ningún bloque europeo que la encorsete, sino que se mantendrá libre de ataduras y flexible para situarse en cada asunto según sus objetivos –y sus principios–.
Meloni tuvo la delicadeza, como «respetuosa y respetada», de no lanzar sus dardos hacia Zelenski, a quien mantuvo en todo momento apartado de la línea de tiro hacia el francés. El compromiso de Meloni con la causa de Ucrania no ha sido cuestionado en ningún momento durante este año de conflicto. Pero aun siendo Italia miembro fundador –exactamente igual que Francia– tuvo que aguantarse las ganas y compartir a Zelenski con otros cinco líderes europeos –Sánchez entre ellos–, pues los tiempos no permitieron la soñada reunión bilateral, aunque la conversación posterior, si bien breve y de pie, fue sustanciosa para ambos.
No fue tan delicada la romana con Macron, a quien –nunca lo ha escondido– tiene poco aprecio. Meloni puede entender que el presidente galo necesitaba una carta que mostrar para resarcirse tras varias semanas de desastrosa política interna, pero no puede aceptar su maniobra política, y cargó contra el galo por socavar la «unidad europea». Unidad que Tajani reivindicó poco después, al pedir «un coro» y no «protagonistas», «una Europa desequilibrada no puede actuar como debe».
Que Italia quiere ser jugador principal en Europa y en la OTAN se ha dicho abiertamente y a todos los niveles, pero algunas palabras del encargado de Exteriores han quedado diluidas en una primera plana copada por otras noticias. El pasado viernes, apenas un día después del encontronazo entre Meloni y Macron, Tajani aseguró que África constituía «una prioridad de nuestro gobierno». El ministro de Exteriores recordó que el continente vecino es esencial en la cuestión energética –ahora más que nunca debido a los vetos a Rusia–. No es novedad para quien siga las noticias del sector: en 2022, Argelia exportó un 10% más de gas a Italia que el año anterior. 25.000 millones de metros cúbicos, que representan 59.800 millones de dólares, frente a los 35.000 millones de dólares en 2021 –un aumento, por tanto, del 70%–. Argelia se convirtió en el principal proveedor de gas natural de Italia tras el acuerdo logrado durante el Gobierno de Mario Draghi. El gigante petrolero italiano ENI prevé que el país podrá eliminar por completo sus importaciones de gas de Rusia en el invierno de 2024 a 2025.
En un nuevo contexto de necesidades energéticas y reordenación de flujos, Italia ha sabido ver la oportunidad y aprovechar su privilegiada situación en el centro del Mediterráneo para convertirse en un «puente energético» entre el productor y el cliente. Posición, por otra parte, compartida por España –país que tenía más papeletas que Italia en convertirse en el peaje de este nuevo flujo– pero que, tras una serie de decisiones y debido a sus drásticas consecuencias ya será imposible explotar. Pero África no es importante solo por su potencial energético, sino también por su riqueza en materias primas, hoy esenciales e insustituibles en la industria europea. Lo dijo el propio Tajani: «Somos el segundo mayor fabricante de Europa».
Sin embargo, en esta cuestión Italia vuelve a desmarcarse de Francia. «Necesitamos estrechar las relaciones con los países (africanos), no con ojos de colonizador, sino sentados de igual a igual». Los dardos de Tajani son quizás más sutiles que los lanzados por Meloni, pero igual de certeros. Italia quiere que sus empresas, avaladas por su «saber hacer extraordinario» y su seriedad, sean «protagonistas» en África, pero «con mano de obra africana» y de la mano de la creación de «empresas mixtas». Y es que Meloni ya lo dijo: la solución para África y para Europa es cambiar el modelo de relación. Nuevo choque con el francés, cuya estrategia expoliadora ya denunció en enero de 2019 la italiana: «Esto se llama franco CFA (Comunidad Financiera Africana). Es la moneda colonial que Francia imprime para 14 naciones africanas (…) en virtud de la cual explota los recursos de estas naciones. Este es un niño que trabaja en una mina de oro en Burkina Faso, una de las naciones más pobres del mundo. Pero en Burkina Faso, que tiene oro, Francia imprime moneda colonial y exige a cambio que los cofres del tesoro francés reciban el 50% de todo lo que Burkina Faso exporta. El oro que este niño (…) extrae termina mayormente en los cofres del Estado francés. Así que la solución no es traer a los africanos a Europa: ¡la solución es liberar África de ciertos europeos que la explotan y dejar que estas personas vivan de lo que tienen!».
Son palabras, de momento, tan solo pronunciadas, pero apuntaladas en 2023 por su ministro de Exteriores. A pesar de no ser exactas, pues ya sabemos que no es cierto que los países de la Comunidad Financiera Africana –eufemismo de excolonias francesas– deban pagar el 50% de sus exportaciones al Estado francés, sino que solo tienen la obligación de depositar el 50% de sus reservas de divisas en el Tesoro Público de Francia. Pero para Meloni, África no puede ser la esclava de Europa, y Europa no puede ser la tabla de salvación de los africanos. Su estrategia es clara: terminar con las relaciones asimétricas, las actitudes de «colonizador» en el continente y fomentar su crecimiento con inversiones. «Pero las italianas no son suficientes», dijo Tajani. «Necesitamos una estrategia europea». Y así es como en Italia se cierra el círculo: Europa unida, no de serie A y serie B.