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Incluso en el Mundial ha resurgido el viejo enfrentamiento entre el mundo islámico y Occidente

Marruecos contra Europa: el Mundial del choque de civilizaciones

Aficionados marroquíes celebran una victoria de su selección. Europa Press.

Pensamos que quedaría en suspenso mientras durara la Copa del Mundo. Sin embargo, incluso en el contexto de un gran acontecimiento deportivo patrocinado con miles de millones de petrodólares, ha resurgido el viejo enfrentamiento entre el mundo islámico y Occidente. Desde el principio de la competición, la firme negativa de las autoridades cataríes a permitir la más mínima manifestación pública de apoyo a la causa LGTB, así como la prohibición de consumir alcohol a los hinchas, enviaron un mensaje muy claro: «Esta es nuestra casa, aplicamos nuestras normas culturales, te guste o no». El presidente de la FIFA, Gianni Infantino, respondió con una autoinculpación histórica: «Por lo que hemos hecho los europeos en los últimos 3.000 años, deberíamos pedir perdón por los próximos 3.000 años antes de dar lecciones a Catar«. Entretanto, el emirato aprovecha el acontecimiento para su proselitismo islámico: distribuye el Corán, filma conversiones de seguidores extranjeros, hace venir predicadores sulfurosos para dar conferencias y patrocina el islam en las vallas publicitarias. No en vano, Catar es el país protector de los talibanes, de los «Hermanos Musulmanes» y de Yussef-Al-Qaradawi. Pero es sobre todo el rendimiento deportivo del equipo marroquí lo que revela y despierta el Choque de Civilizaciones.

La victoria de los Leones de Atlas contra Bélgica ya había dado lugar a escenas de enfrentamientos con la policía: en Países Bajos, en Francia y, sobre todo, en el enclave marroquí de Molenbeek, en los suburbios de Bruselas, donde la victoria se celebró disparando al aire con pistolas. El fiscal del rey de los belgas, Yassine Selika, fue incluso grabado en vídeo celebrando la derrota de Bélgica, lo que ilustra el fracaso de la integración de los marroquíes en Europa, incluso entre las élites. Prueba de la importancia de las cuestiones geopolíticas y religiosas, las imágenes mostraban a aficionados prendiendo fuego a una bandera israelí, mientras que los jugadores marroquíes han adoptado la costumbre de celebrar sus victorias ondeando la bandera palestina y arrodillándose o recitando oraciones islámicas.

Pero serán los partidos contra España y Portugal los que revelarán el verdadero espíritu de revancha que anima a Marruecos y a sus seguidores.

En las redes sociales en primer lugar, donde los partidarios de Marruecos publicaron numerosas imágenes en una perspectiva histórica de venganza contra España, considerada culpable de haberse atrevido a liberarse de siete siglos de ocupación islámica protagonizando su «Reconquista». En Internet, un montaje presenta la composición del equipo como los conquistadores árabes de España, otro muestra un mapa de Al Andalus con el comentario «It’s back».

El jugador Sofyan Amarabat compartió un fotomontaje de sí mismo con un conocido símbolo del islam: el sable Zulfikar, que se dice que Mahoma encontró en el botín de la batalla de Badr. El arma es el emblema de los corsarios de Salé (Marruecos) que capturaban esclavos a los europeos durante las famosas «incursiones».

«Esta victoria pertenece a todos los pueblos árabes, a todos los pueblos musulmanes«, comentó el jugador Sofiane Boufal.

Es difícil imaginar la magnitud del escándalo si un jugador de la selección nacional de Italia, Francia o España hubiera reivindicado su éxito en nombre de «todos los pueblos europeos, todos los pueblos cristianos«.

En la avenida de los Campos Elíseos, en París, los marroquíes celebraron su victoria con gritos de «Palestina vencerá» lanzando postes a los gendarmes móviles. Los de Amiens colocaron su bandera en la fachada del ayuntamiento, mientras que en Aviñón saquearon tiendas y un camión. Estos disturbios contrastan con las celebraciones sin incidentes de la comunidad portuguesa en Francia, que es tres veces mayor.

En la página web del mensual francófono marroquí «Le Courrier de l’Atlas», el periodista Abdellatif El Azizi analiza la victoria de Marruecos: «Por supuesto, no hemos liberado Palestina, no hemos recuperado nuestros territorios ocupados de Ceuta y Melilla, es cierto que Occidente sigue saqueando nuestras riquezas, pero había felicidad en ver a estos jóvenes jugadores llevar la alegría a poblaciones abatidas por la hegemonía deportiva de los antiguos colonos». «Un miedo sordo recorre el mundo occidental. Así pues, si el fútbol se ha convertido en la continuación de la guerra por otros medios, tanto mejor (…) como el rechazo de Occidente sigue siendo dominante, se comprende enseguida que la colonización israelí cristalice este rechazo (…) se puede añadir la herida de Andalucía, que nunca ha cicatrizado del todo (…)».

No puede ser más claro: detrás de este partido entre España y Marruecos se escondía el viejo rencor histórico contra Occidente, porque el mundo árabe-islámico aún no se ha recuperado de lo que considera una humillación, y pretende lavar la afrenta en cuanto tenga ocasión.

Sólo los occidentales pueden no ver ―o fingir no ver― el deseo de revancha, en el mejor de los casos, y de venganza, en el peor, que mueve a los descendientes de los antiguos ocupantes de España.

Cabe entonces preguntarse: ¿no estaríamos faltando al principio de precaución si siguiéramos permitiendo que quienes nos odian vinieran a instalarse por millones en nuestro país? Para responder a esta pregunta, es interesante hacer un balance de la inmigración marroquí.

En Francia, la comunidad marroquí representa a más de dos millones de individuos a lo largo de tres generaciones, sin contar a los marroquíes ilegales que constituyen la mayoría de los MENAS ―menores extranjeros no acompañados―, ahora famosos por su generosa contribución estadística a la delincuencia de las grandes ciudades. Con una tasa de fecundidad de las inmigrantes marroquíes que duplica la de las francesas nativas, y un 34% de marroquíes que desean emigrar, la presión demográfica marroquí es intensa. Sobre todo, porque cada año se ofrecen 35.000 primeros visados a Marruecos y el 19% de las naturalizaciones francesas se conceden a marroquíes. Sin embargo, el 42,5% de los marroquíes que viven en Francia están desempleados o inactivos, y el 45% vive en HLM ―viviendas sociales para personas con bajos ingresos―: tasas tres veces superiores a las de los franceses.

En las cárceles, los marroquíes son también la segunda nacionalidad más representada ―después de los argelinos― e incluso la primera a nivel europeo, con cerca de 12.000 presos.

En los Países Bajos, la «Mocro Mafia» marroquí, que dirige el tráfico de drogas, está llevando el país hacia el terror. Un centenar de muertos en ajustes de cuentas, ataques con cohetes y coches contra periodistas demasiado curiosos; el asesinato de uno de ellos y la puesta bajo estrecha protección de la princesa y el primer ministro tras intentos de secuestro han sacudido la tranquilidad del país de los tulipanes.

Por último, en Bélgica, el país está en el umbral de un cambio demográfico: la proporción de inmigrantes ha pasado del 18% al 34% en 20 años y uno de cada 20 habitantes es marroquí; es incluso uno de cada dos en Molenbeek-Saint-Jean, epicentro de las celebraciones de la victoria marroquí y centro del yihadismo en Europa, donde Salah Abdeslam había encontrado refugio.

En cuanto al terrorismo islámico, la contribución de la inmigración marroquí también es motivo de preocupación. ¿El asesino de Thomas Montjoie, el policía belga degollado hace dos semanas en Schaerbeek, un suburbio de Bruselas?: Yassine Mahi, marroquí. ¿El terrorista islámico del Thalys, condenado esta semana a cadena perpetua?: Ayoub El Khazzani, marroquí. ¿Los terroristas islámicos del 13 de noviembre de 2015?: los hermanos Abdeslam, Bilal Hadfi y Abdelhamid Abbaoud, marroquíes. ¿Y los de los atentados de Bruselas y Zaventeen, de marzo de 2016 que están siendo juzgados este mes?: Mohammed Abrinni, Khalid y Brahim El Bakraoui y Najim Laachraoui, marroquíes. ¿Los policías degollados en Magnanville?: Larossi Abbala, marroquí. ¿Y el terrorista que mató al gendarme Arnaud Beltrame en Trèbes?: Radouane Lakdim, marroquí.

De Al-Andalus a Molenbeek Saint-Jean, de Tarik ibn Zyad a Salah Abdeslam, el fútbol nos recuerda que en 13 siglos nada ha cambiado realmente. Con una excepción: nuestra lucidez.

El partido de este miércoles entre Francia y Marruecos será, pues, el último episodio del choque deportivo de civilizaciones: el de la venganza contra el antiguo colonizador. Para esta misión, los jugadores marroquíes pueden contar con el apoyo de todos los países árabo-musulmanes, que sueñan tanto con ver a uno de los suyos en la final del Mundial como con humillar a los franceses. Victoria o derrota, todos sabemos que hay que temer lo peor para esa noche.

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