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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Bruselas fractura Europa

Imagen del Parlamento de la UE

Francia, Italia y Alemania ilustran la deriva que está tomando la ciudadanía europea: posturas enfrentadas, rechazo a las políticas comunitarias y movimiento en las calles.


Este artículo bien podría titularse ‘Los 700 días que cambiaron Europa’, pero sería injusto restar méritos a las políticas aplicadas por Bruselas durante la última década antes del comienzo de la crisis de refugiados. La presión migratoria sobre el Viejo Continente se hizo insoportable hace más de dos años y la canciller alemana, Angela Merkel, decidió decretar la política de puertas abiertas. El resto es historia: colapso en los puertos griegos, miles de muertos en el Mediterráneo, incidentes en las principales ciudades y la infiltración de decenas de terroristas -un 30% según las estadísticas que maneja la UE- en el flujo de verdaderos refugiados de guerra.
Los atentados cometidos por islamistas -algunos criados en los barrios periféricos de las grandes capitales europeas y otros retornados de Siria e Irak que se aprovecharon de las lindezas del espacio Schengen- han sido la consecuencia más visible de estos dos años, pero no la única. Esta semana, las autoridades suecas -aquellas que presumían de su modelo multicultural ante Donald Trump- han suspendido la celebración de un festival de música por la incapacidad para hacer frente a la oleada de abusos sexuales que se avecinaba.
Noticias que no copan portadas, pero que han transformado la vida de los ciudadanos. Los europeos se han acostumbrado al terrorismo -las grandes movilizaciones son cosa del pasado- y lo van haciendo conforme a los cánones que impone la nueva Europa diseñada por Bruselas. No obstante, todo tiene un precio y los principales países del continente ya han comenzado a pagarlo.
En Francia, Italia o Alemania la fractura social es evidente y se empieza a palpar en la sociedad. En Reino Unido, antier socio preferente, se vive una situación similar y los problemas se han trasladado desde Londres hasta ciudades del norte del país, como Birmingham o Manchester.

El islam francés

La brecha respecto al islam se acrecienta aún más en Europa. El 60% de los franceses admite ya sin ambages que no cree que el islam sea compatible con los valores de la sociedad, mientras que el 65% apuesta por reducir la inmigración. Ambos asuntos se convirtieron en capitales durante la campaña de las pasadas elecciones presidenciales, pero la llegada de Emmanuel Macron al Elíseo no hace presagiar un cambio de sentido en este aspecto.
Una encuesta de Ipsos para Le Monde muestra un aumento del rechazo a la inmigración masiva entre los partidarios de todos los partidos, incluidos los socialistas. Según el 61% de los franceses, la mayor parte de los recién llegados no hace “esfuerzos” por integrarse en Francia.
Un 74% de los encuestados afirma que el islam quiere imponer “su modo de funcionamiento” a la sociedad francesa. Un sentimiento que es mayoritario entre los partidarios del Frente Nacional y Los Republicanos y que continúa al alza entre los socialistas y los votantes de Macron.
Según los datos de Ipsos, el 85% de los franceses otorga al fundamentalismo islámico un lugar preeminente en su lista de problemas. La histórica connivencia de las autoridades francesas con las corrientes más radicales del islam ha provocado la llegada de miles de islamistas organizados en células a los barrios periféricos de las principales ciudades.
Restricciones en la vestimenta, discriminación de la mujer y lugares sólo para hombres. Puede parecer que hablamos de alguna ciudad perdida al oeste de Mosul, pero es la realidad que se vive en muchos suburbios de París. Allí grupos de musulmanes radicales han tomado las calles y “recomiendan” a los vecinos que ciertas prácticas no son “nada aconsejables”. Todo ello con la connivencia de las autoridades galas, que han abandonado estas zonas a su suerte, al igual que ocurre en Reino Unido o Alemania.
En las calles y cafeterías de estos barrios hay un aspecto común que se repite: las mujeres desaparecen. Dos activistas de la llamada Brigada de las Madres denunciaron los hechos y mostraron la reacción de los musulmanes gracias a una grabación con cámara oculta. Cuando Madia y Aziza accedieron al establecimiento, los hombres se sorprendieron. Las mujeres tienen prohibido “de facto” entrar en estos negocios y su presencia incomoda a muchos musulmanes que admiten sin reparos que “no deberían estar aquí”.

Molenbeek, distrito islamista

Bruselas, capital de la Unión Europea, acoge las sedes de sus instituciones y a un gran número de trabajadores europeos. Pero antes de la llegada de estos funcionarios ya era una ciudad multicultural. Y es que entre los muchos inmigrantes que llegaron a la capital belga destaca la comunidad musulmana. Según las últimas estadísticas al menos una cuarta parte de la población pertenece a ella, así como más de la mitad de los recién nacidos, y dentro de 20 años podrían ser mayoría. Estas cifras han despertado críticas en algunos sectores políticos.
«A Bruselas se le conoce como la capital de Europa, pero creo que se está convirtiendo en la capital del islam. El Gobierno ha sido demasiado tolerante con la inmigración y esta ya es incontrolable. Ahora tenemos una especie de invasión islámica», afirmó el miembro del Parlamento de Flandes y militante del partido Interés Flamenco Filip Dewinter.
El ejemplo más evidente es Molenbeek, el barrio islámico por excelencia de Europa y lugar de reunión de gran parte de los terroristas que han atentado en el continente. Todo comenzó en la década de los sesenta. En aquellos años, los predicadores salafistas llegaron al país tras unos encuentros diplomáticos. El rey Balduino realizó una oferta a su homólogo saudí Faisal, que estaba de visita en Bruselas, para -a cambio de petróleo- permitir la construcción de una Gran Mezquita en el centro de la ciudad.
El esplendor económico que vivía Bélgica impulsaba entonces a muchos marroquíes y turcos a viajar al país. El acuerdo entre los dos reyes haría que la mezquita fuera el principal lugar de culto. Los saudíes lograron el alquiler del pabellón oriental de Bruselas por 99 años, a coste cero. Tan sólo un año después, el régimen de Riad abría la Gran Mezquita y el Centro Cultural Islámico de Bélgica, uno de sus primeros bastiones en el interior de Europa.
El Parlamento belga ha presentado varias mociones para aflojar los lazos con Arabia Saudí y, especialmente, reducir la presencia salafista en el país. Sin embargo, la mayor parte ha sido rechazada. El miedo a ser tachados de islamófobos en un país que ha sido golpeado duramente por los yihadistas sigue siendo muy elevado.

Debate en Italia

Los italianos comienzan a estar cansados de la inmigración. El país transalpino, por su cercanía con las costas del norte de África, ha sido tradicionalmente receptor de miles de recién llegados, pero en los últimos tiempos algo ha cambiado.
La crisis de refugiados y las irresponsables decisiones tomadas desde Bruselas podrían parecer el inicio de la situación, pero hay que remontarse tiempo atrás, al comienzo de las Primaveras Árabes, para entender el estado actual.
Estos procesos revolucionarios -alentados y financiados desde Occidente- que terminaron con algunos de los regímenes autoritarios vigentes en Libia, Egipto o Túnez no tuvieron las consecuencias esperadas y la democracia llegó, cuando lo hizo, en condiciones muy deficientes. El ejemplo más evidente es la Libia tras Gadafi, con dos parlamentos simultáneos que no cuentan con las competencias necesarias para gobernar un país que ha quedado en manos de las mafias y los señores de la guerra.
La ausencia de gobiernos estables hace imposible negociar un acuerdo migratorio y las hampas se aprovechan de ello. Los miembros de las bandas se valen de la laxitud de las autoridades libias y parten en pequeñas lanchas neumáticas hacia aguas internacionales con miles de indocumentados.
La controversia está ahora en las calles. Hace apenas seis años, el 71% de los ciudadanos era partidario de conceder la nacionalidad a los hijos de inmigrantes nacidos en Italia. Hoy ese porcentaje es completamente diferente: la mayoría, el 54%, se opone -según el último sondeo publicado por Ipsos-.
El debate en el Parlamento es intenso -se está intentando tramitar la ley para hacer frente a estos casos- y son muchos los que identifican este cambio de parecer con la ausencia de seguridad.
El propio presidente de Ipsos, Nando Pagnocelli, aseguró que “los riesgos de seguridad -no sólo por lo que se refiere a episodios de microcriminalidad (atracos a las personas, robos en los apartamentos, pequeños traficantes de droga, etc), sino también por la posible presencia de terroristas-“ generan rechazo entre los ciudadanos.
La ley ‘ius soli’, que prevé conceder la nacionalidad a todos los hijos de extranjeros que nazcan en Italia, parte de un texto que ya fue aprobado por la Cámara de los diputados en el año 2015 con el apoyo del centro-izquierda y la firme oposición de Forza Italia de Berlusconi, Liga Norte, Hermanos de Italia, y la abstención del Movimiento 5 Estrellas (M5E).
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