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la mayoría afirma que la líder de Agrupación Nacional es «competente»

El caos de Francia con Macron abre la puerta a una presidencia de Le Pen

Marine Le Pen. Reuters
Marine Le Pen. Reuters

Marine Le Pen sería la gran favorita de repetirse las elecciones presidenciales. No sólo sería la primera fuerza en la primera vuelta y con gran diferencia del resto (31%, Ifop), sino que también vencería a Macron en la segunda, evitando el llamado «efecto Le Pen». La candidata de Agrupación Nacional (RN) lograría el 55% de los votos frente al 45% del actual presidente de la República, según el último sondeo de Elabe (de abril). 

Y es que la etiqueta de «extrema derecha» ha dejado de dar miedo en una Francia sumida en la violencia causada por el odio racial de quienes no buscan integrarse en la cultura nacional. De hecho, el 58% de los franceses —dos puntos más que hace un año— opina que Marine Le Pen es «cercana a sus las preocupaciones». Esta afirmación no sorprende demasiado teniendo en cuenta que Agrupación Nacional es de las pocas formaciones políticas en Francia que no sigue los dictados de la Agenda 2030 y que denuncia la deriva de Francia y Europa. Sí sorprende, por el contrario, un dato que da al traste con la mejor baza que la izquierda y el globalismo tienen contra Le Pen: el 57% de los franceses cree que está «apegada a los valores democráticos», cuatro puntos más que hace un año. ¿A quién puede dar miedo Marine Le Pen si el 58% la ven como una representante de la democracia?

Destaca también su papel de líder en otros aspectos: el 52% —seis puntos más que hace un año— la ve como «competente» y el 51% —ocho puntos más— como «capaz de transformar el país». De hecho, el 47% considera que «tiene la talla de Presidente», cinco puntos más que en 2022. Estas últimas afirmaciones reflejadas en las encuestas de opinión destacan más al compararse con otras variables, como la ilusión de los franceses respecto a la política: la mayoría de los votantes dicen esperar poco o nada. Incluso sólo el 20% cree que Le Pen lo haría mejor que Macron. Quizás, precisamente esa desafección hacia la clase política es la que empuja a los franceses a probar nuevas soluciones a los problemas de siempre. Aun así, recordemos que más de la mitad de la población la ve «capaz de reformar el país». También el joven presidente de Agrupación Nacional, Jordan Bardella, está entre los favoritos de los votantes franceses. Y la reciente ola de violencia vista en Francia no hace sino darle la razón a Le Pen, aunque le pese a los tertulianos de los programas de televisión. Sin embargo, la candidata prefirió mantener un perfil bajo, consciente de que no es necesario actuar para cosechar, y se pronunció a favor del orden republicano y de la unidad de Francia. 

Una vez pasados los primeros días de violencia, Le Pen recriminó su parte de culpa al gobierno de Macron y al resto de fuerzas parlamentarias en la Asamblea Nacional: «Me gustaría dirigirles la misma pregunta que todos los franceses se hacen: ¿qué han hecho de Francia? Ustedes, que han desarrollado las mismas políticas que sus predecesores por 40 años, ¿qué han hecho dejando prosperar la ignorancia de nuestra cultura, la hostilidad hacia la autoridad legal del Estado, la ilegitimidad de nuestras leyes y el odio hacia nuestro pueblo? ¿Qué han hecho para transformar nuestro país, uno de los más correctos, elegantes y cordiales del mundo, en un infierno donde arde el patrimonio público?». 

«Este espectáculo aflige al mundo entero y nuestro país, que fue tan admirado por su brillantez intelectual y su poderío, suscita hoy lástima, cuando no ironía», se lamentó Le Pen, y recriminó: «No han aprendido ustedes ninguna lección de los disturbios de 2005, ni de los del Estadio de Francia —Saint-Denis— (…). Tampoco han querido escuchar ninguna advertencia. Lo que está ocurriendo ya lo habíamos previsto. Lo digo con tristeza y gravedad: desgraciadamente, teníamos razón». La candidata de Agrupación Nacional terminó exigiendo responsabilidad al gobierno: «Los llamo a la valentía de la autocrítica, a la humildad de admitir el dramático fracaso de sus políticas». Las palabras de Le Pen fueron abucheadas en el hemiciclo de la Asamblea Nacional, a pesar de que, según las últimas encuestas, la mayoría de los ciudadanos franceses respalda sus posturas.

La luna de miel de la nueva derecha europea

La nueva derecha —los llamados partidos conservadores o patrióticos, calificados como «extrema derecha» por las terminales de los poderes establecidos— vive una pequeña luna de miel en Europa: ya no sólo gobierna en Polonia y Hungría, donde obtienen amplios respaldos de sus ciudadanos, sino que lideran el Gobierno de la occidentalísima Italia y de la República Checa, participan en los de Finlandia y Letonia y dan su apoyo externo al de Suecia. Es decir, de liderar en Estados tildados de «iliberales» por quienes adjudican etiquetas, estos partidos nacionales han irrumpido de manera explosiva en los gobiernos de algunos de los principales países occidentales —no olvidemos que Italia forma parte del G-7— y de los espejos morales que para algunos partidos suponen los países escandinavos. 

Con las elecciones europeas a la vuelta de la esquina, los partidos de la derecha —la tradicional bipartidista y la nueva patriótica— se mueven. Matteo Salvini, líder de la Lega italiana, reafirmó de nuevo su alianza con Le Pen y con AfD —formación que, tras hacerse con su primer administrador de distrito, obtuvo esta semana su primer alcalde y se encuentra en empate técnico con la CDU-CSU a nivel nacional—. Antonio Tajani, ministro de Asuntos Exteriores de Italia y previsible heredero de Berlusconi al frente de Forza Italia, recriminó a Salvini sus alianzas europeas «porque son antieuropeos». La delegación europea de Lega replicó al popular si «¿de verdad prefiere seguir gobernando con los socialistas y Macron?» y, tras poner en valor el trabajo de Lega para «dar vida finalmente a un proyecto unido de centroderecha», aseguró que «no es momento de dictados ni de decidir a quién excluir del proyecto, sobre todo si viene de quienes hasta ahora han ido del brazo de los socialistas en la Unión Europea».

Giorgia Meloni secundó esta línea y aseguró que el acuerdo al que populares y socialistas llegaron a nivel europeo es «antinatural e inadecuado». Carlo Fidanza, jefe de la delegación de Fratelli d’Italia en el Parlamento Europeo, reiteró que «el pacto entre el Partido Popular Europeo y los socialistas ya no se sostiene» y reivindicó que «el ECR cuenta con tres primeros ministros que representan un cuarto de la población europea». No en vano el líder del Partido Popular Europeo, Manfred Weber, sigue desplegando sus intentos de camelarse —a pesar de las enormes críticas que su aproximación recibe en el seno de su formación— a la derecha conservadora del ECR presidida por Giorgia Meloni, en vista de que, tras las elecciones europeas y el previsible auge de este bloque, el PPE necesite un socio más natural y, sobre todo, más fiable para mantener a salvo sus sillones. 

La cuestión reside en el cambio sociológico de la población europea y en la imposición forzosa de la realidad sobre el relato que algunos partidos tradicionales sostienen de manera artificial. Como en otros países, parece que, en Francia, los partidos de siempre han perdido la batalla cultural: los temas en los que la Agrupación Nacional de Le Pen encuentra su mayor fuerza coinciden con los que más preocupan a los ciudadanos franceses: orden, seguridad, empleo e inmigración. 

De hecho, el 42% de los franceses reconoce que ha votado a Agrupación Nacional en el pasado al menos una vez. En 2017, ese porcentaje no superaba el 30%, por lo que es indudable que los tiempos están cambiando en Europa, que las etiquetas ya a nadie dan miedo y que la derecha conservadora tiene mucho que ganar.

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