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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Valls y la muerte del consenso socialdemócrata

«El ciclo histórico está llegando a su fin», confiesa en las páginas de El País el ex primer ministro francés y ahora diputado del grupo de Emmanuel Macron, Manuel Valls. «La socialdemocracia se está muriendo», sentencia.

Albricias, un político europeo de primera fila que se ha dado cuenta de lo que La Gaceta lleva años anunciando, el fin de un sistema político de falsa alternancia que ha dominado el panorama occidental desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, el consenso socialdemócrata.
En suma, el consenso es un sistema que postula un único modo de gobernar, que consiste básicamente en keynesianismo en lo económico y progresismo en lo social, y en el que de hecho gobiernan en alternancia dos grandes partidos que aplican la misma política con leves matices, pero que se presentan ante los electores como feroces rivales: el Partido Socialista francés y los gaullistas de la UMP en Francia; laboristas y conservadores en Gran Bretaña, o el PSOE y el PP en España.
El conjunto, por lo demás, está dominado por una cultura -subvencionada- que solo sabe moverse hacia la izquierda.
Por eso, aunque Valls, hijo de ese sistema, reconozca que está agonizando, hace referencia más bien al mecanismo falsamente bipartidista, no al contenido ideológico, y así apostilla que «no se está acabando el progresismo, ni los valores que han abanderado los socialistas y los socialdemócratas desde hace más de un siglo».
Y, desde luego, a juzgar por lo que vemos a nuestro alrededor, no solo no se están acabando sino que gozan de un predominio apabullante y de una salud de hierro. Que en España, por ejemplo, gobierne un partido supuestamente conservador que ha aprobado leyes por las que es obligatorio reconocer el sexo que cada persona declare suyo es un indicio bastante evidente de que el «progresismo» no solo no ha muerto, sino que está alcanzando extremos difícilmente imaginables para los progresistas de ayer.
El consenso socialdemócrata muere, sí, pero de éxito. No agoniza realmente porque encuentre una fuerte oposición ideológica o una fuerte contestación social, sino porque se aproxima a toda velocidad a su extremo lógico, a sus contradicciones internas, a su reducción al absurdo.
Las recetas progresistas se llevan aplicando desde hace medio siglo, y el resultado es, sencillamente, una civilización inviable. Es una sociedad que ha dejado de reproducirse -es decir, que se dirige a la extinción física, la más sencilla de visualizar-, que ha dejado de creer en sí misma y en los valores que la formaron como es, que fomenta un individualismo que desemboca en la atomización social, que ha alimentado un Estado del Bienestar cada vez más elefantiásico imposible de financiar y mantener a largo plazo y que ha infantilizado al ciudadano y que ha caído, en fin, en la locura senil de pensar que millones de jóvenes llegados de culturas remotas en todos los sentidos, con otros valores, tradiciones, creencias y lealtades van a sustituir a la población original sin grandes conflictos ni cambios radicales en el sistema.
Lo que el político francés llama «auge de los populismos» no es en absoluto una causa de esta agonía del sistema, apenas una reacción, quizá desesperada y fútil, ante su evidente agotamiento. Valls los cita, no sabemos bien si como indicio o como causa, entre otros fenómenos: «Me preocupa la situación de Europa», dice. «El Brexit, el auge de los populismos, de izquierda y de derecha; vemos egoísmo en los Gobiernos —pienso en Polonia, Hungría—; hay tensiones, con Rusia, con Turquía, y por supuesto la amenaza terrorista sigue ahí».
Y la solución que propone es, naturalmente, más Europa. Es decir, más consenso socialdemócrata, pero ahora con menos control democrático y menos capacidad del ciudadano para cambiar la situación. «¿Por qué necesitamos una UE fuerte, no solo a nivel económico sino también político, diplomático, de defensa?», se pregunta Valls. Y se responde: «Porque hay una gran incertidumbre sobre lo que pasa en EE UU; porque en todo el mundo hay modelos enfrentados».
Europa, la Unión Europea, no como la conocemos hoy sino como quieren que sea Valls y el resto de los promotores del llamado «proyecto europeo» equivale a dar dos tazas al que ha probado que le sienta mal el arroz, aumentar la dosis de un modelo que ya se ha demostrado fracasado pero en el seno de un megaestado donde crecerá exponencialmente la distancia entre gobernante y gobernado. Lo que propone Valls es, en fin, blindar ese consenso socialdemócrata que dice ver agonizando.
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