Hay testimonios que solo pronuncian los insensatos. Uno de ellos ha sido el expresado el pasado 16 de junio en Alemania por el mandatario colombiano, Gustavo Petro, quien se lamentó por la caída del muro de Berlín: «El derribo del muro de Berlín trajo una oleada neoconservadora, una destrucción del movimiento obrero a escala mundial, un debilitamiento formidable y una pérdida entonces de valor de la izquierda»
Atreverse a decir semejante exabrupto en la propia Alemania desató controversias dentro y fuera, ya que, la caída del Muro de Berlín fue un momento de regocijo que marcó el comienzo de un proceso de reunificación nacional. El exministro de Hacienda José Manuel Restrepo, calificó como una «vergüenza» lo dicho por Petro: «Lamentar la caída del muro de Berlín no es solo un desconocimiento histórico profundo, sino una vergüenza de cara al avance de la humanidad frente a la opresión, el abuso y la tiranía. ¡Qué pena, en serio!» y es que, de no haber caído el muro, seguiría existiendo una dictadura totalitaria y expansionista como lo fue la soviética.
En medio de la misma gira a Alemania, transcendió en Colombia que Petro estaba solicitando la creación de un fondo internacional de «cooperación» para financiar al grupo narcoterrorista Ejército de Liberación Nacional, ELN, a fin de que sus miembros dejaran de delinquir, lo cual fue calificado por el Fiscal General de Colombia, Francisco Barbosa, como una propuesta «alucinante». Por su parte, Miguel Uribe Turbay, senador del Centro Democrático, expresó su indignación por tal propuesta al afirmar que: «Los colombianos merecemos un gobierno que premie a buenos ciudadanos y castigue a criminales. No al revés».
El principal escándalo que protagonizó el presidente colombiano –el cual pone en entredicho su propia permanencia en el poder– fue causado por él mismo, al dejar plantado a uno de sus principales aliados, Armando Benedetti. Éste, enfurecido por el desaire, amenazó con revelar de dónde salieron los 15 mil millones de pesos de financiamiento ilegal para la campaña Petro. Solo un demente se atrevería a provocar la ira de quien podría derrumbarlo con solo abrir la boca.
Son estos apenas tres episodios de una serie de locuras que no tienen explicación, como lo son también, por ejemplo, promover la legalización mundial de las drogas en la Asamblea General de las Naciones Unidas; o viajar a Estados Unidos para reunirse en el presidente Biden y, en lugar de solicitar inversiones para Colombia, pedir el levantamiento de sanciones al narco-dictador Nicolás Maduro; o declarar que el carbón es más peligroso para la humanidad que la cocaína.
Quizás tantos años militando en la guerrilla, cometiendo todo tipo de crímenes, trastocaron la capacidad de raciocinio del ahora presidente, así como creer en disparates como la histeria climática y la ideología de género.
Pero Petro no es el único presidente izquierdista que actúa irracionalmente. La invitación de Lula da Silva a Maduro para ser recibido con honores en Brasilia le valió todo tipo de críticas y de desaveniencias. Tan es así, que uno de sus propios aliados dentro del Foro de Sao Paulo, el presidente chileno Gabriel Boric, condenó públicamente el intento de Lula de blanquear al dictador venezolano.
«Expreso, respetuosamente, que tengo una discrepancia con lo dicho por el presidente Lula, en el sentido de que la situación de los derechos humanos en Venezuela fue una construcción narrativa. No es una construcción narrativa, es una realidad, es grave y yo tuve la oportunidad de ver, vi el horror de los venezolanos. Esta cuestión exige una posición firme» recalcó el mandatario chileno.
Quienes votan por delincuentes, golpistas, guerrilleros y corruptos, como una forma de «castigar» al sistema deben entender que estos individuos no cambian su forma de ser –o su mente deconstruida luego de vivir en el delito durante tantos años– por usar una banda presidencial. Por el contrario, el poder exacerba sus cuestionables conductas, hasta convertirse en causa de destrucción para sus propias naciones.