«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Lecturas LVI: El Credo de nuestra Fe

Raúl Berzosa Martínez: El Credo de nuestra Fe.A la luz del Catecismo de la Iglesia Católica y de la doctrina del Papa Benedicto XVI. Editorial Verbo Divino, Estella, 2011, 167 pgs.

El obispo de Ciudad Rodrigo, Don Raúl Berzosa, es posiblemente el prelado español de más producción literaria. De alguna de sus obras ya me he hecho eco en estas Lecturas. Cuando redacto esta breve nota sobre otro de sus libros acaba de hacerse puúblico su nombramiento por el Papa Francisco como miembro del Pontificio Consejo para la Cultura. Me alegra comprobar que lo que yo valoro notablemente lo hace también el Vaticano.Don Raúl tiene una pluma ágil y el don de poner al alcance de todos cuestiones que no pocas veces son complejas. En el libro que ahora comentamos lo consigue una vez más desglosando el Credo de nuestra Fe al mismo tiempo que toca otros puntos tangenciales pero de notable actualidad. 

Ratzinger y Benedicto XVI, así como el Catecismo de la Iglesia Católica son el hilo conductor del libro pero también otros autores comparecen a pie de página. El libro, como otros de Berzosa es sin duda divulgador de la fe católica pero me parece también un libro de oración, campo en el que también ha incursiones de aprovechamiento espiritual para los lectores. Y recomiendo al lector que quiera adentrarse en el clero que lo haga también oracionalmente. No en una lectura seguida, que ya digo que se puede hacer fácilmente, sino recreándose en cada uno de los artículos de nuestra fe. Y diciéndole a Dios Nuestro Padre que creemos en ellos. En cada uno de ellos. 

Tras unas páginas introductorias, cuarenta y tres, muy útiles para adentrarnos luego en el cuerpo fundamental del libro, con los textos del Símbolo Apostólico, del Niceno-Constantinopolitano, ambos tan conocidos de todos los fieles, y del hermoso Credo del Pueblo de Dios de Pablo VI, magnífica glosa de los dos anteriores, Berzosa concluye la introducción con estas tres conclusiones de Benedicto XVI:

La Fe cristiana está anclada y remite a Jesucristo y a los santos. Creer es participar en el mismo misterio de Jesús, fiarnos de Él

La Fe tiene que hacerse realidad en la vida.

La fe comporta, finalmente, un nosotros eclesial.

Desde esas premisas pasa a glosar, verdaderamente a aproximarnos a cada uno de los artículos del Credo. Con extensión desigual. Los dedicados al Padre, al Hijo y a la Iglesia son mucho más amplios que los restantes. Recomendaría saborearlos cada uno en varios días. Comenzando todos ellos por la lectura repetida del objeto de nuestra creencia en sus tres versiones. Después leyendo unas páginas explicativas y dedicando unos minutos a meditar sobre las mismas. Seguro estoy de que quien pruebe a hacerlo así agradecerá mi recomendación. Porque el Credo no es un conjunto de saberes, que lo es, que debemos conocer como los ríos de España o la lista del los reyes godos, sino la manifestación que Nuestro Padre Dios ha querido hacernos de su esencia como Padre, Hijo y Espíritu Santo para que un día podamos ir a glorificarle eternamente en el cielo. Sus artículos no son unos mandamientos como los del Decálogo, también manifestación de la voluntad de Dios. En el Credo es Dios mismo quien está. Y quien se nos da. Trinitariamente. Diría, seguramente es una barbaridad, que es una cuasi Eucaristía. Ahí tambien está Dios presente. Aunque de distinto modo que en el Pan y el Vino consagrados.

El obispo de Ciudad Rodrigo nos acerca muy bien a todo ello y a otras cuestiones conexas. Le felicito y se lo agradezco. Tras su lectura me ocurre siempre lo mismo. Lamentar no disponer de más tiempo para poder leer todo lo que ha escrito. Nada, hasta el momento me ha decepcionado. Todo lo contrario.   

Y una levísima puntualización a un epígrafe del capítulo V (pg.78). Don Raúl es doctor en Teología y da de ello sobrada acreditación en el libro. Quien escribe esta nota tiene poco más que su catecismo infantil. El epígrafe mencionado se titula «La persona humana y divina de Jesucristo»y mi catecismo decía que en Cristo había una sola persona, la divina. Aunque fuera verdadero Dios y verdadero hombre. Nada hay en el texto (pgs. 78-79), salvo el epígrafe, que pueda sostener la doble personalidad, es totalmente ortodoxo. Por lo que pienso que los epígrafes pudieran ser ajenos a la pluma del obispo de Ciudad Rodrigo o, si se deben a él, fueron una introducción final y apresurada en la que queriendo subrayar la evidente humanidad de Cristo se le escapó el lapsus. Y de ello no hay el menor rastro en el texto. No se me tome pues lo que digo como la menor crítica a una lectura muy recomendable.

 

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