Un lector me envía una información complementaria que me siento obligado a recoger después de todo lo que dije reiteradamente sobre el obispo de Mallorca, Don Javier Salinas.
Así dice:
«D. Javier llamó personalmente al párroco de Sencelles (Mallorca) para pedirle que la parroquia no tuviese nada que ver con esa visita. A partir de esa llamada toda la organización del «evento» corrió a cargo de un grupo de seglares y se realizó en el pabellón deportivo municipal que facilitó en Ayuntamiento. Ni se permitió llevar sillas de propiedad parroquial al lugar de la conferencia.
Desconozco lo ocurrido en la otra parroquia».
Bien está lo que hizo el obispo. Pero… En días en lo que todo es público, como lo era la presencia de Forcades en dos parroquias de Mallorca, los obispos deberían perder el miedo a la publicidad. Y más cuando ella le dejaría en muy buen lugar.
Una simple nota del obispado que dijera que los rectores de ambas parroquias habían recibido instrucciones para que la presencia de la monja no tuviera lugar en ningún local de la parroquia y que ésta, o éstas, en el caso de que la intervención del obispo hubiera tenido lugar con ambas, no deberían colaborar con nada en la charla de la monja y nos habríamos ahorrado todos el escándalo de la noticia y el obispo más de un disgusto.
Y más cuando era público, creo recordar, que el obispo había hablado con la monja diciéndole que no le parecía oportuna su venida pero que no se la prohibía. Con lo que era fácil entender que lo que no prohibía era su presencia en las parroquias ya que él no es nadie para prohibir que cualquiera llegue a la isla si le apetece visitarla. Al final resultó que sí prohibió pero por lo bajini.
Pues así como criticamos lo que parecía una desdichada dejación de sus obligaciones rectificamos ahora ese extremo. En lo que llovía sobre mojado tras las escandalosas declaraciones de su recién nombrado vicario general tan en línea con el pensamiento de la monja Forcades. Cierto que rectificasa de algún modo y no muy convincentemente no sabemos si por imposición del obispo o por haberse dado cuenta el vicario general de las barbaridades que había soltado.
El obispo sigue, sin embargo, teniendo problemas. El de unos párrocos encantados con la presencia de esa monja trabucaire a la que ofrecen sus parroquias para que despotrique de la Iglesia. Algunos incluso pensarán, tal vez equivocadamente, que es sospechosa sin la animación o la colaboración del párroco, la actuación de esos seglares tan activos que en horas veinticuatro consiguen un local y una asistencia cuando se encuentran que la parroquia se les cierra. Con lo que se le aññade al obispo un problema más. El de unos laicos felices con su párroco y con la Forcades y desobedientes cuando el párroco niega la parroquia y la colaboración. Salvo que esta última no la haya negado tanto.
Por último puedo entender perfectamente que el obispo de Mallorca me tenga notable antipatía. He hecho para ello sobrados méritos. Y no es el único. Pero me parece una pésima regla de conducta episcopal la de que no vaya a parecer que hace caso de lo que dice esta pobre cigüeña. El obispo tiene que hacer lo que debe coincida o no con Agamenón o con su porquero. Yo sería en ese caso evidentemente el porquero. Pero en lo que tenga razón, si la tengo en algo, la tendré. Le guste o no al obispo de Mallorca.
Aunque