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LA GACETA DE LA SEMANA

De la nueva trama de corrupción sociata a las protestas del campo por toda España

Koldo García Izaguirre y José Luis Ábalos. Europa Press

Una tradición. Las recientes noticias que señalan una trama de corrupción sociata al más alto nivel jerárquico (ministerios varios) alimenta una larga tradición. No es novedoso, el PSOE, cuando detentó el poder con Felipe, se convirtió en sofisticado aparato hobbesiano, suerte de Estado dentro del Estado. Una criatura de tal magnitud que incluso dejó, gracias al sistema español descentralizado o autonómico, de depender de Madrid. El ejemplo más escandaloso, por su ejemplaridad sistémica, fue Andalucía, nuestra Sicilia de la rosa y el puño. Pero la vida se renueva, y el caso que todavía es llamado Koldo (por el portero de puticlub y más tarde consejero en Renfe) pasará pronto a denominarse Ábalos. Y con posibilidad de convertirse en monstruo de varias cabezas sumando las de Marlaska, Armengol o Illa.

Historia. El partido que más años ha gobernado en democracia presenta una nutrida nómina de excrecencias políticas. Veamos. Fue fundado por un oportunista demagogo, Pablo Iglesias. Luego tuvo en Largo Caballero, ministro republicano, a uno de los más ardorosos responsables de la guerra civil. Como es conocido, durante los cuarenta años de dictadura franquista el socialismo (que no los comunistas del PCE) se los pasó de vacaciones. Ya en 1982, la aplastante victoria de González, hombre de Europa en España, puso al Estado en las manos del partido. Filesa, Juan Guerra (hermanísimo), Roldán, GAL o ERE forman un sustancioso historial. La actual deriva secesionista de Sánchez entronca con el funesto y peligroso Largo, una manera de renovar la impronta socialista en nuestra nación.

El aspecto moral. Mientras los ciudadanos eran obligados a permanecer en casa, excepto para pasear al perro e ir un momento a comprar comida, algunos gerifaltes se pegaban la vida padre. Así lo indica la investigación de la Benemérita. Esto otorga una peculiaridad moral, cuando no irónica, al caso. Los españoles fueron aleccionados a diario, atemorizados y privados de libertad «por el bien de su salud» mientras quienes daban esas órdenes se dilataban en saraos y pingües negocios.

El peso sobre los hombros. Los españoles sufrimos dos Estados (aparte de los casados, que sufren tres): el Estado central y las Autonomías. Esto ha creado las consabidas duplicidades y un aparato público de considerable tamaño. Pesadilla de un ácrata, España padece, además, la permanente matraca propagandística, emitida sin cuartel desde Madrid hasta lo local. Y, si encima lo local tiene ínfulas historicistas, cosa que va extendiéndose por el entero país, la tabarra resulta insoportable, asfixiante.

Un recuerdo de la ignominia. Cada vez que escucho a algún político (o a un vocero de los cientos que pululan) soltar el argumento de la «reconciliación» catalana me tiembla el páncreas. Es sucia menzoña. Artilugio falsario de la realidad, instrumento vil para retener el poder. Al hilo, recuerdo una pequeña pero ilustrativa anécdota de hace unos años. Estaba yo tomando una copa con amigos en una terraza barcelonesa un día en que se manifestaban los procesistas, debía ser once de septiembre. Aparecieron tres personas, se sentaron en la mesa de al lado y uno de ellos clavó en un macetero de la citada terraza una enorme bandera estelada. Le reconvenimos, aquello era una falta de respeto, además de un signo palmario de mala educación. Hubo amenazas de hostias pero por fortuna unas señoras pusieron paz. Cuento este caso porque evidencia quiénes atentaron contra la convivencia, quiénes perturbaron la vida pública en Cataluña. Contra la mitad de la población, pisando sus derechos y amenazando sus elementales libertades. El discurso «reconciliador» bebe de las aguas fecales vascas, retórica batasuna, superar «el conflicto» tras casi mil asesinados. Por mi parte, pueden meterse su «reconciliación» catalana por donde amargan los pepinos, dicho vulgarmente.

¿Se muere el campo? Escribe Marín-Blázquez sobre el agro, que estos días se manifiesta en toda la geografía española, y el complejo trasfondo del asunto. «Es una muerte retransmitida a cámara lenta, astutamente pautada mediante ayudas millonarias para abandonar los cultivos y echar el cierre a las granjas. Eso sí: antes se ha procedido a culpar al hombre del campo de algunas de las peores plagas de nuestro tiempo». Si una verdad podemos contemplar desde la distancia, en cualquier caso, es la de la arraigada y secular poética mesetaria. Recorre siglos de historia literaria, aunque quizás haya tocado a su fin.

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