La Casa Blanca, más blanca. Una sorprendente noticia ha vuelto a cuestionar el buen nombre de la residencia presidencial de los Estados Unidos de América. En este palacete de estilo véneto, modesto si pensamos que alberga al hombre más poderoso del mundo, la chimenea del comedor de Estado tiene grabada una inscripción que dejó para la historia su segundo inquilino, John Adams. Dice así: «Rezo al Cielo para que otorgue las mejores bendiciones a esta casa, y a todos los que en adelante la habiten. Ojalá que solo hombres sabios y honestos gobiernen siempre bajo este techo». Ha pasado mucho tiempo desde la gloria fundacional, los adjetivos lo delatan cruelmente. Sabiduría y honestidad no parecen haber arraigado, como era el deseo de aquel bienintencionado presidente. Si bien, al observar algunas fotografías protocolarias con la chimenea y su epígrafe al fondo, uno teme que el tal Adams fuera un cachondo. En una aparece Nixon. Y en otra, Clinton. El marido de Hillary primaveras árabes despertará para siempre la calenturienta imaginación del personal, la mesa de despacho, el puro, las bocas succionando. Escándalos pretéritos, la actualidad saca a la luz que el mayordomo del algodón no engaña habría hallado cocaína en un lugar cercano al Ala Oeste. El asunto se está llevando con cierta discreción: de momento el FBI no ha aparecido por allí. Considerando al actual presidente, quizás sea recomendable hacer un segundo análisis de la sustancia, podría tratarse en realidad de ciripolen.
Puigdemont, en campaña. Esta semana, el Tribunal General de la Unión Europea ha confirmado la decisión del Parlamento Europeo de levantar la inmunidad a Carles Puigdemont, muy honorable President 130 de la Generalidad de Cataluña. El héroe nacional del maletero, compartimento de un coche destinado a guardar la rueda de repuesto, las maletas y sombrilla estivales, un cadáver o un presidente autonómico, ha sufrido así otro revés. Gracejo hispano, no han tardado en aparecer observaciones del género «seguirá hinchándose a comer mejillones con patatas fritas» (cumbre de la gastronomía belga) o imágenes como la de una marmota con su rostro, atrapada en un bucle vital de ocho segundos (duración de la república catalana). Raudo y dolido, ha declarado que Sánchez, a través de enviados secretos, le había ofrecido entregarse a la policía, pasar una temporada en una confortable prisión del Principado y, después, recibir el bonito indulto. Esta es una pataleta, tentativa de entrar en campaña y fastidiar un poco al gobierno de turno. Deberá vivir atrincherado en Bruselas, escuchando por las noches rock’n’roll y haciéndose acompañar al piano por Toni Comín (otro procesista ya sin inmunidad). Hay un tercer fugado al que también le han dado el palo. Nos referimos a Clara Ponsatí, señora que, llevada por la épica, dijo una vez que «morir por una causa no es una situación extraña en el curso de la historia».
El violín galleguista. Decir que España es una nación excéntrica y concéntrica no parece un gran hallazgo. Por mucho que sus súbditos intenten disgregarse, largarse dando un portazo, acaban siempre durmiendo bajo el mismo techo viejísimo, barroco. Y las gracias hispanas no conocen fin, eterna tragicomedia política. Esta semana hemos conocido el caso de una profesora de violín participante en el «concurso de méritos» en Galicia. El certamen permite acceder a una plaza de docente en la Escuela Municipal de Música de Ames (La Coruña) y la violinista había obtenido la máxima nota. Pero ha sido excluida por la inquisición lingüística al no superar el nivel C1 de gallego. La sensibilidad ideológica de los nacionalismos periféricos, perfectamente instalados en el sistema constitucional, es delicadísima, como el pan de oro. Y ahí están los comisarios que velan por su integridad. Oiga usted, toque el violín como los ángeles, pero hágalo en el idioma (a ratos) de Rosalía de Castro. Apunto que, siendo puristas, el camino directo y menos farragoso hacia la normalización patriótica musical, estas cosas desagradables de oír un instrumento sonando en español, sería prohibirlos todos menos la gaita.
Pam desencadenada. La imperiosa locuacidad que ha padecido siempre el podemismo y marcas derivadas es admirable, un canto sincero a tantas y tan hondas inquietudes políticas. Aunque algunas de sus muchachas hayan sido simples muñecas del ventrílocuo Iglesias, el jefe, dicha verborrea nos ha facilitado mucho comprender el proyecto, o, mejor, antiproyecto por lo que tiene de aniquilación y derribo. Resulta asimismo enternecedor escuchar a esta gente salida de no sabemos qué nave salvadora afirmando que, antes de ella, todo era un páramo. Nuestras vidas oscuras no conocían el fuego, la rueda ni tampoco los propios genitales. La todavía Secretaria de Estado de Igualdad, desde un cursito en El Escorial, ha dicho: «Nadie sabe que todos los campamentos de verano, las escuelitas de por la mañana, las actividades extraescolares de por la tarde y tantas otras actividades que permiten la conciliación de tantas familias, son una propuesta de este Gobierno a través del Ministerio de Igualdad para intentar cerrar la brecha de los cuidados». A la espera de saber qué diablos es el jabón y cómo se fríe un huevo, tendremos que averiguar algo sobre esos extraños «campamentos de verano» o las «actividades extraescolares». Veremos si, llegado agosto, conseguimos civilizarnos un poco.
Si me queréis, canceladme. Escribe (y propone) Hughes sobre las mieles de una improbable cancelación total. Utopía higiénica, radicalmente liberal, feliz reaganista. Abolir el Ministerio de Cultura es una necesidad demasiado postergada; liquidar el enorme tinglado culturalista que domina hoy el lenguaje y pervierte la igualdad en su nombre parece urgente. Que España es un pobre satélite de los Estados Unidos desde 1898 no es debatible, si acaso discutible arremangados y en la barra del bar. Hoy, su alegre sumisión a las chaladuras californianas respecto al sexo, al clima, a la carne y al alcohol, a los piropos y a la depilación, a las grasas saturadas; en suma, a la libertad, es legendaria. Unidad de destino en lo woke, la nación más antigua de Europa necesita un reseteo, en argot informático.