«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
LA GACETA DE LA SEMANA

Del adiós al coche a París en llamas

Protestas en Francia. Europa Press

Adiós al coche. El Foro Económico Mundial, gloria del Occidente en decadencia, se ha propuesto que el ciudadano de a pie lo sea categóricamente. Es decir, que su urbanidad la demuestre siempre andando, nada de comodidades motorizadas ni tentadoras bocinas. La sensualidad de un atasco («cariño, llego tarde porque había un tráfico…») o el libertario exceso de velocidad tienen los días contados. Según el citado organismo suprademocrático, el mundo —tradúzcase Europa arrodillada— se despedirá del coche hacia el año 2050. Para entonces, la madrileña Castellana podría convertirse en una pista de atletismo inclusiva y Barcelona en un enorme parque infantil con comisarios lingüísticos (en esto, como en tantas cosas, los catalanes vamos por delante). Ah, los semáforos serán substituidos, presumiblemente, por desfibriladores.

Adiós (también) a la pizza. Como las desgracias nunca vienen solas, los neoyorquinos reeditan la particular lucha contra la pizza horneada, esa cosa diabólica, cubierta de mozzarella, que tanto nos gusta pero perturba el clima planetario. La iniciativa no es nueva, hace algunos años a algún visionario de la Unión Europea se le ocurrió plantear la prohibición de los hornos a leña donde los transalpinos cocinan su plato más internacional. Por fortuna, en Italia se montó tan fabuloso revuelo que el proyecto duerme en algún oscuro cajón en Bruselas. Pero, no lo olvidemos, Lucifer nunca descansa.

¡Caballero! Escribe Esperanza Ruiz sobre un caballero que no quiere serlo. Defiende su honor de no-caballero porque una empleada de supermercado así le trató repetidas veces. No es asunto menor. Para casi todos los mortales, tal asunto se entendería como lo que es, una convención. Pero el sujeto de la controversia, nuestro héroe, ha saltado a las redes sociales para denunciar que él no es tal cosa, ni aunque entrara en los sitios con armadura y a lomos de un corcel. Yo he visto su fotografía (pueden ahorrarse la experiencia) y realmente no me parece un miembro de la mesa redonda o aquel de la mano en el pecho. Luce falda y clama porque se respete y reconozca su pertenencia al reservado club de las mujeres, ya saben, el sexo femenino.

Naturaleza feroz. La noticia la trae David Cerdá. Absténganse de seguir leyendo aquéllos a quienes los documentales de la segunda cadena les parecen género de terror. Resulta que en el zoológico de Leipzig un león se ha zampado a una cebra. Desalmados teutones, a saber qué cosas no pasarían antes de la caída del Muro. La crónica ofrece detalles del suceso: el equino habría vivido una vejez triste, como esos abuelos que ya tanto molestan y se les lleva a una residencia de cuarto estrecho y ventana a la muerte. O peor, porque a la pobre cebra, y tras no hallarle cobijo en otro zoo, se la sacrificó, sirviendo de plato al carnívoro rey de la sabana. Dicen las malas lenguas que Greta, aturdida, lloró el suceso.

Cataluña será árabe o no será. Mientras no llega el 25% de español a las escuelas públicas catalanas, hay un idioma que sí se implanta. Es extranjero y no se trata del inglés, precisamente. La sensibilidad cultural de las autoridades autonómicas es tan exquisita que potencia la implantación del árabe, lengua hermana, mientras censura la de Cervantes, de Peret y de más de la mitad de los gobernados. Todo pasa por el intento de cancelar cualquier vínculo con el resto de España. Y, para más gracia, arabizar la patria chica.

Arde París. A pesar del relato izquierdista, que hace aguas, el terrorismo callejero en la capital gala y otras grandes ciudades aflora una realidad incómoda. Y se refiere, en efecto, a un vacío legal. O democrático. Incluso, peor todavía, a la ausencia del Estado en áreas cada vez más extensas. Allí donde manda un islamismo sumido en oscuras luchas intestinas y no se lee a Victor Hugo. Como en la demencia demagógica del Black Lives Matter, la muerte de un delincuente es traducida en términos de racismo policial o del mismo sistema. El jacobinismo perece lenta e inexorablemente.

Nota concordante. Explica Miquel Giménez lo de Ripoll. La ascensión de un partido nacionalista y xenófobo. Dicen que contrario a la inmigración no regulada o no controlada. Al mismo tiempo, me cuenta un amigo badalonés que en esa ciudad muchos independentistas votaron a Albiol (Partido Popular) por la rampante inseguridad ciudadana.

El orgullo. Tanta inmodestia resulta sospechosa. Sobre todo porque declararse «orgulloso» de algo remite a ese algo. ¿Y qué sería tal conquista como para celebrarla? ¿Ganar la carrera de Le Mans? ¿O catorce veces Roland Garros? ¿Luchar contra los nazis en Creta? ¿Haberse infiltrado en ETA para evitar atentados? ¿Componer como Bach? ¿Haberle servido un dry martini helado a esa señorita que nos subyuga? ¿Ser un artista sin obra? Las preguntas, esas manías. Y una respuesta, del todo significativa: se celebra el orgullo por la propia sexualidad, una cosa particular y del todo intrascendente.

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