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La sociedad está polarizada, humillada y amedrentada

Canadá: el parque temático ‘woke’ que debe servir de advertencia

Un parque temático es un conjunto de atracciones organizadas en torno a una línea argumental, se trata de una evolución del antiguo parque de atracciones o feria, cuyos orígenes se remontan a la Edad Media. Bajo el Gobierno de Justin Trudeau, Canadá se ha convertido en un parque temático woke, un pantallazo macabro de cómo sería el mundo si esta línea argumental finalmente se impone.

Justin Trudeau, el creador del parque woke, es una especie de ícono de la progresía mundial, superficial, falsario, cínico, soberbio y obsesionado con el postureo moralista, un príncipe encantado de la distopía bienpensante que encantó al mundo cuando en 2015 se convirtió en primer ministro canadiense. El culto a la personalidad que lo ha rodeado fue sembrado por él en las redes sociales, con la complacencia mediática mundial que vio en el efebo neosocialista un vehículo ideal para propagar su agenda. Asumió el cargo con sólo 43 años, siendo descendiente de una histórica familia política y se presentó como el primer mandatario «postnacional» de Canadá. Se desconoce si alguien entendió qué demonios significaba eso, pero nadie quiso romper el hechizo, el parque temático recién abría sus puertas y todo era una resplandeciente ensoñación.

Pero claro, para hacer un parque temático verdaderamente woke, se debe fabricar la propia narrativa victimista. ¡No hay wokismo sin opresión! Y las opresiones en las que se basa el wokismo son eternas, no importa si los hechos ocurrieron hace siglos y si ya no queda nadie a quién culpar ni víctimas de los acontecimientos. Esta ideología supone una especie de transmigración de la culpa hacia grupos seleccionados a los que endilgar responsabilidades por las que deben pagar sin haber cometido ningún delito. En este sentido, Trudeau anabolizó la narrativa indigenista para convertir a Canadá en culpable de un «genocidio». Se apoyó en el accionar de escuelas residenciales que Canadá creó tiempo atrás para integrar a los pueblos indígenas con métodos inaceptables para la sociedad actual, pero que ocurrieron hace décadas.

En 2021, Canadá se vio convulsionada por la noticia de que se habían descubierto 215 tumbas sin marcar de alumnos indígenas en los terrenos de una antigua escuela residencial en Kamloops, en Columbia Británica. La cobertura desencadenó violentas protestas, se incendiaron más de 30 iglesias y la condena sempiterna fue a caer en la maldita cultura occidental colonialista. En 2022, el Parlamento votó por unanimidad una moción que describía a las escuelas como genocidas y el mismísimo Papa se sumó a esa narrativa culpando a la Iglesia Católica que dirigió casi el 50% de estas instituciones. Sin esperar la evidencia se bajaron las banderas nacionales y se canceló la celebración del Día de Canadá. Justin Trudeau se arrodilló ante las cámaras con un peluche en la mano, un fetiche que contenía todo su postureo, ante toda la nación que entró, a su vez, en una autoflagelación colectiva viral.

Trudeau prometió millonarios fondos para que las comunidades indígenas buscaran e identificaran cadáveres de niños. Global News anunció el «Descubrimiento de restos humanos en los terrenos de la escuela residencial de Kamloops» y Toronto Star declaró: “Se han encontrado los restos de 215 niños”. “Reportan fosa común de niños indígenas” es como el New York Times tituló el primero de una serie de horripilantes «descubrimientos». Dos años después no se ha encontrado una sola tumba, cuerpo o conjunto de restos en Kamloops, ni en ninguna de las otras comunidades donde se realizaron estudios similares de radar de penetración terrestre. No había cuerpos ni restos humanos a la vista, sólo datos de radar que indican dislocaciones del suelo. Pero el Ministro de Justicia de Canadá, David Lametti, sostuvo que estaba dispuesto a castigar a quienes negaran la narrativa del genocidio. Comunicar datos certificados puede ser un delito penal en el parque temático de Justin.

La idea de llamar genocidio a cualquier narrativa victimista es una de las claves de la cultura woke, no sólo banaliza los verdaderos genocidios sino que sirve para llevar al paroxismo cualquier ansia de venganza y para colectivizar reclamos y demandas de privilegios. Pero también sirve para echar mano de herramientas de control del discurso. Ya en 2015 la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Canadá informó que durante más de un siglo, el objetivo del gobierno había sido «hacer que los pueblos aborígenes dejen de existir… lo que se puede describir mejor como ‘ genocidio cultural ‘”. Pero esto no era suficente para el parque temático de Trudeau y durante su mandato el calificativo «cultural» desapareció. Ahora se considera herético desafiar la afirmación de que en Canadá ocurrió un genocidio en el sentido del Holocausto o el Holodomor y el activismo woke afirma que incluso debatir la aplicabilidad de la palabra «genocidio» es, en sí mismo, una «herramienta de genocidio».

Pero un parque temático woke no sería nada si no fuera profundamente malthusiano. Actualmente en Canadá las autoridades médicas ofrecen suicidio asistido a personas discapacitadas, deprimidas o vulnerables. El número anual de muertes por eutanasia está aumentando velozmente y se estima que 13.500 personas eligieron el suicidio asistido por el Estado el año pasado. Los grupos defensores de DDHH afirman que la permisiva ley de Canadá carece de salvaguardias esenciales para los pacientes sin otras afecciones médicas además de su discapacidad. Tim Stainton, director del Instituto Canadiense para la Inclusión y la Ciudadanía de la Universidad de Columbia Británica, sostiene que la reforma de Trudeau es «probablemente la mayor amenaza existencial para las personas discapacitadas desde el programa nazi en Alemania en la década de 1930«. Particularmente terroríficas han sido las noticias sobre personas en situación de calle a las que se les ha ofrecido la eutanasia como solución a sus problemas de pobreza.

No hay ítem de la agenda bioética wokista que el intenso Trudeau no milite como si no hubiera un mañana. Y, claro está, en cuestiones de ideología de género, el parque temático ofrece miles de atracciones. Toda la parafernalia de la autopercepción y su consecuente imposición social encuentra en Canadá su paraíso. Los casos son hilarantes, salvo para las pobres personas que tienen que padecer este loquero a cielo abierto. Desde hombres autopercibidos mujeres que demandan a los ginecólogos porque no les realizan exámenes médicos para órganos femeninos hasta padres condenados a seis meses de prisión por oponerse a la hormonación de sus hijos.

Los ejemplos se amontonan, la sexualización de los niños es casi un dogma y la simbología relativa a las preferencias sexuales se impone por sobre los símbolos propios del país, como por ejemplo la bandera. Las regulaciones son francamente opresivas, divisorias y destinadas a la delación y al enfrentamiento cívico,la nueva ley en Canadá considera punibles a las personas hasta por llamar “hijo” a un hijo varón que haya cambiado su género. Claro que grupos religiosos o étnicos se han opuesto a las leyes de género de Trudeau, musulmanes o hindúes han protestado abiertamente contra esta ideología lo que puso al joven mandatario en un brete porque se le cruzan dos áreas sensibles de su parque: género vs. multiculturalidad. Pero nada es imposible en el parque woke, con su infinito ingenio perturbado, Trudeau culpó a la derecha americana de que los musulmanes en Canadá se opongan al plan de estudios LGBTI y huyó hacia adelante redoblado la apuesta y amenazando con quitar la custodia a los padres que se opongan a la agenda LGTBI. En Canadá se puede considerar “abuso de menores” que los padres cuestionen la identidad de género de los niños.

El reconocido psicólogo canadiense Jordan Peterson, tal vez uno de los académicos más famosos del mundo, ha sido perseguido recurrentemente por oponerse a que su país se convierta en un parque temático woke. Para con él, Trudeau no ha tenido misericordia «Si crees que tienes derecho a la libertad de expresión en Canadá, estás delirando» ha dicho luego de que fuera obligado a tomar “la capacitación”, una especie de reeducación forzada al estilo maoísta, debido a los comentarios que realizó en sus redes. Peterson sostiene que el Gobierno de Canadá está llenando a las instituciones de censores woke: «Los jueces son progresistas designados por Justin Trudeau y todos los profesionales en Canadá están tan aterrorizados por sus organismos reguladores ‘profesionales’ que guardan silencio. E incluso aquellos que no se sienten intimidados de esa manera, no pueden permitirse la lucha extremadamente costosa e interminable«, agregó.

En el parque temático de Trudeau, Justin es el amo y señor de la vida, la opinión y la propiedad de las personas que allí habitan, después de todo, el neocomunismo no deja de ser comunismo al fin. Cuando se convocaron las protestas “Freedom Convoy” de los camioneros contra las restricciones e imposiciones pandémicas, las reacciones dictatoriales del mandatario no conocieron límites. Invocó la Ley de Emergencias que tuvo su origen durante las guerras mundiales y que otorga al gobierno amplios poderes sobre el orden público en momentos de crisis genuina. Cientos de camioneros fueron arrestados y procesados, desprovistos de sus cuentas bancarias y perseguidos ellos, sus familiares, amigos y empleadores. También se confiscó el dinero que recibieron en donaciones. Recientemente, Trudeau pretendió reescribir la historia y negar las atrocidades y abusos cometidos durante el bienio covídico, tratando a los canadienses como verdaderos imbéciles.

Por supuesto que la calentología no podría faltar en el parque woke, Trudeau es un fanático de la narrativa del Net Zero, pero como todos los de su estirpe, impone sacrificios que él no está dispuesto a hacer y reluce hipocresía a cada paso. Sólo en 2023, bajo su mandato, Canadá sufrió los peores incendios forestales de la historia: alrededor del 4% de todos los bosques del país se quemaron. Tal fue el desastre que el humo tóxico provocó nubes en lugares tan lejanos como Europa. Naturalmente, Trudeau culpó al cambio climático, pero se supo rápidamente que los incendios fueron provocados por su negligencia, ya que ignoró las advertencias sobre una mala gestión forestal y se negó a asignar los recursos necesarios. Trudeau es un defensor del impuesto al carbono y ha anunciado planes para hundir la industria del petróleo y el gas. También impone restricciones obligatorias y severas a los fertilizantes, ataca a la agricultura moderna como cualquier pastor de la agendita multicolor y obstaculiza brutalmente la industria forestal. Los billones de dólares gastados en las llamadas “energías alternativas» han tenido un impacto insignificante en la provisión de energía e incluso ha empeorado la vida de sus gobernados.

Existen muchas más atracciones en el parque temático woke, por ejemplo una sonora subvención financiada por los contribuyentes para la lucha contra el racismo cuyo principal promotor era un fanático antisemita. El dinero fluía a Community Media Advocacy Center (CMAC), para luchar contra el racismo en la radiodifusión canadiense hasta que la ciudadanía descubrió la militancia antisemita expresada por el consultor jefe del grupo, Laith Marouf, un activista palestino-sirio al que el gobierno federal le concedió cientos de miles de dólares para apoyar su labor.

Claro que Trudeau quiere seguir en el poder, los totalitarios no saben irse. Pero Canadá está llevando mal todos los índices. Hay una profunda crisis inmobiliaria, el costo de vida en aumento y una inseguridad inusual para el país. Como si fuera un político kirchnerista, responsabiliza de la inflación a los empresarios, reparte culpas en la sociedad sin asumir las propias y, al descontento y los escándalos, se suma una complicada ruptura matrimonial que corroe las bases de su autodiseñada imagen. Las encuestas no son favorables pero de los últimos escándalos hay uno bien incómodo: las dudas crecientes sobre la interferencia electoral china.

Recientemente se descubrió que una organización benéfica de Quebec, que recibió más de 4,45 millones de dólares del gobierno canadiense, albergaba dos «comisarías secretas chinas». Según la Gaceta de Montreal, el Servicio de la Familia Chinoise del Gran Montréal (SFCGM), que aparentaba prestar apoyo a la comunidad china, era en realidad utilizado por Pekín para vigilar e intimidar a sus ciudadanos en Canadá. Los registros oficiales en Canadá también muestran que la organización recibió contribuciones de Empleo y Desarrollo Social de Canadá (ESDC). Las denuncias sobre la interferencia del Partido Comunista Chino (PPCH) se agravan por el hecho de que la inteligencia canadience sólo es eficiente para perseguir ideológicamente a los ciudadanos, pero es inútil a la hora de detectar verdaderos peligros.

Trudeau en sí mismo es una atracción, tal vez la más vistosa, del parque temático woke que a toda velocidad se ha impuesto en Canadá. Su comportamiento muestra el patrón de la progresía enloquecida, que se va haciendo con el control de las instituciones de las democracias liberales corrompiéndolas hasta los huesos. Es incapaz de tolerar la disidencia, divide al país, polariza y opera excluyendo y cancelando a aquellos que no siguen su relato, para luego llamarlos fascistas, racistas, peligrosos para la democracia y todo el menú de insultos progresistas.

Mientras el parque temático woke florece, el país real, el que alguna vez fue ejemplo de concordia y amabilidad, la Canadá próspera, se estanca y sufre. El país enfrenta una economía amenazada por las leyes diseñadas precisamente para provocar una paralización, con una sociedad polarizada, humillada y amedrentada. Canadá ha pasado a ser una lección y una advertencia de lo que sucede cuando se deja a los ingenieros sociales, borrachos de poder, modelar la vida de las personas según su ideología narcisista. Su historia debería servir de advertencia para Occidente, el wokismo quiebra empresas, sí, pero también quiebra naciones y corazones.

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