De todos los empleos que está creando, según es fama, Donald Trump, los más precarios parecen ser precisamente los de la Casa Blanca. Quien durante su paso por la televisión hizo famosa la frase «¡Estás despedido!» parece haberse quedado con la copla, porque la media en esta Administración está ya en un alto cargo despedido cada 17 días. Todo un récord.
El último ha sido de peso: Rex Tillerson, secretario de Estado. Ahora, en casi cualquier país del mundo, el jefe de la diplomacia no es uno de los ministros más importantes del gabinete. No así cuando eres la primera potencia mundial y tu poder de, eh, ‘injerencia’ alcanza todo el globo. Un puesto así es solo un poco menos importante que la propia Presidencia.
Tillerson estaba en posición de salida desde hace ya tiempo, uno sospecharía que desde su nombramiento. El presidente dice que, aunque se llevaban bien personalmente, al fin la decisión más importante de los últimos días, la esperada ‘cumbre de la hamburguesa’ como Kim Jong-un, fue idea exclusivamente suya, y los asuntos importantes como las relaciones con Irán, simplemente no estaban de acuerdo.
Lo sustituye un espía, lo que tiene gracia en un presidente asediado por sus propias agencias de inteligencia. Pero se trata de uno de sus hombres, Mike Pompeo, que ha estado al frente de la CIA poco más de un año, nombrado por el propio Trump.
Es de suponer que Pompeo, encargado de poner un poco de orden en esa espinosa jaula de grillos, ha debido hacer un buen trabajo al frente de la agencia para merecer semejante ascenso.
El puesto dejado vacante por Pompeo al frente de la agencia lo cubre una mujer -otro gol a los demócratas: primera mujer en el puesto en toda su historia-, Gina Haspel, implicada en un caso de torturas en Tailandia. Esto último puede, naturalmente, convertirla en blanco fácil de la oposición, pero también, previsiblemente, en una colaboradora leal y agradecida. Eso es lo bueno de contratar a alguien con un ‘pasado’.
¿Qué significa todo este tango de despedidos y cambios por parte de Donald Trump? Lo que hemos venido diciendo desde antes incluso de su toma de posesión: Trump sabe que llega, desde fuera de la política, como novato, a una Administración que le recibe de uñas y con la que tiene que gobernar, y toda una élite -desde Hollywood hasta su propio partido, pasando por los grandes medios, las universidades, las multinacionales y Wall Street- esperando que dé el menor traspiés serio para quitárselo de en medio.
Así que, sin más, tiene que transigir. Tiene que poner en altos puestos a gente que no siempre es de su confianza, o despedir a otros que sí lo son. En este sentido, no puede decirse que lo esté haciendo mal: ha sobrevivido hasta ahora, y a medida que se siente más seguro y conoce mejor al ‘monstruo’ por dentro se va rodeando de sus leales, de gente nueva que le debe el cargo a él y solo a él.
La política exterior es básica en el ‘imperio’, y Trump, al que siempre se le ha reprochado no saber una palabra de relaciones internacionales y que ganó las elecciones como antiglobalista, empieza a cogerle el gusto a gobernar el planeta. Al final, es una actividad que participa en muchos sentidos de la que le ha hecho célebre, la negociación.
Tillerson pesaba demasiado y representaba demasiado a las claras a intereses que no siempre eran los del presidente. Y Trump quiere estar al mando, porque tiene una idea en la cabeza, buena o mala, compleja o simplista, de lo que quiere hacer.
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Trump destituye a Tillerson y nombra a Pompeo como secretario de Estado