Estados Unidos es ‘EL GIGANTE’, pero Pyongyang tiene tres puntos fuertes para ganarle el pulso de amenazas a Washington: un ‘primo de zumosol’, armas nucleares y muy poco que perder.
Mi único consejo a un país geopolíticamente insignificante en el punto de mira de Washington sería: si tienes armamento nuclear, no te deshagas de él por nada del mundo; si no lo tienes, desarróllalos. A Gadafi le dijeron que si era un buen chico y abandonaba sus sueños de potencia nuclear, todo iría bien. Sus últimos pensamientos mientras le sodomizaban con un cuchillo debieron de ser maldecir su ingenuidad.
Corea del Norte es un pigmeo, y Estados Unidos no es meramente un gigante, sino ‘EL GIGANTE’. Pero Pyongyang tiene tres puntos fuertes para ganarle el pulso de amenazas a Washington: un ‘primo de Zumosol’ que ya ha advertido que responderá automáticamente a un ataque americano contra Corea del Norte, armas nucleares y, quizá especialmente, muy poco que perder.
Corea del Norte es un país de pesadilla. Cerrado al mundo exterior, con una economía de miseria sacudida por hambrunas regulares y quizá el régimen más opresivo y represivo del mundo. Estados Unidos, por contra, es una democracia abierta y riquísima, con mucho que perder si las cosas se ponen realmente feas.
Y, naturalmente, pueden ponerse.
Las amenazas de ‘fuego y furia’ de Donald Trump contra Pyongyang están dirigidas, naturalmente, contra Beijing. Corea del Norte es, para bien o para mal, insignificante. No va a iniciar una guerra, por mucho que la propaganda presente a la dinastía Kim como un linaje de locos, y sus vecinos del sur lo saben y actúan en consecuencia.
Kim Jong-un quiere sobrevivir y mantenerse en el poder. Ha llegado a él en un régimen en el que las luchas de poder hacen que Juego de Tronos parezca un apacible picnic; es altamente improbable que inicie un ataque que sabe con certeza que significaría su aniquilación.
Por su parte, el Pentágono sabe que una guerra con Corea del Norte se parecería muy poquito a las aventuras bélicas contra ejércitos de chicha y nabo a las que Estados Unidos se ha acostumbrado últimamente. Pyiongyang no necesita que todos sus misiles den en el blanco, ni siquiera la mayoría: basta con uno en Seúl, donde vive aproximadamente la mitad de la población de Corea del Sur, para que todos tengamos razones para maldecir a los ‘halcones’ de Washington.
Eso, naturalmente, sin contar con el millón largo de soldados que China metería por su frontera con Corea del Norte ante cualquier intento americano de invadirla. Sencillamente, la perspectiva de tener tropas norteamericanas en su frontera -como así sería si Estados Unidos invade el norte- da sudores fríos al régimen chino, en plena campaña por afianzarse como hegemón de su ‘patio trasero’, el Mar de China.
Y China puede hacer daño, mucho daño a la economía mundial, empezando por la americana. China prefiere tener a Kim. Bueno, por preferir, es de suponer que preferiría un aliado más equilibrado y presentable, pero es lo que hay: cualquier intento de sustitución supone, por el momento, un riesgo demasiado alto para Beijing. Mejor malo conocido. Por eso le aguanta salidas de tono que el régimen chino deplora, creo que sinceramente.
El pigmeo norcoreano basa toda su seguridad en eso: no en que tenga la más remota posibilidad de salir con bien de un enfrentamiento con el Imperio, sino en que a ninguno de los bandos en disputa les compense buscarle las cosquillas.
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