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Se les culpa de todo lo que en Occidente ha salido mal

La batalla «woke» contra los hombres (I): el desprecio a la masculinidad

Manifestación feminista. Europa Press

Es imposible que un templo posea una correcta disposición si carece de simetría y de proporción, como sucede con los miembros o partes del cuerpo de un hombre bien formado. El cuerpo humano lo formó la naturaleza de tal manera que el rostro, desde la barbilla hasta la parte más alta de la frente, donde están las raíces del pelo, mida una décima parte de su altura total. La palma de la mano, desde la muñeca hasta el extremo del dedo medio, mide (…)Por tanto, si la naturaleza ha formado el cuerpo humano de modo que sus miembros guardan una exacta proporción respecto a todo el cuerpo, los antiguos fijaron también esta relación en la realización completa de sus obras, donde cada una de sus partes guarda una exacta y puntual proporción respecto a la forma total de su obra. Dejaron constancia de la proporción de las medidas en todas sus obras, pero sobre todo las tuvieron en cuenta en la construcción de los templos de los dioses, que son un claro reflejo para la posteridad de sus aciertos y logros, como también de sus descuidos y negligencias.

VITRUBIO, De Architectura, Libro Tercero, capítulo 1.

Finalizando el 2023 Patrick Dempsey fue elegido el hombre vivo más sexy en la tradicional premiación de la revista People, lo que provocó que el diario El País se preguntara ¿Qué ha sido de las alabanzas a la nueva masculinidad y a los físicos no normativos? El desconcierto del mainstream progresista tiene sentido. Luego de décadas de permanente taladrar con la deconstrucción masculina y con su consecuente demonización el hombre más deseado del mundo sigue siendo un auténtico príncipe encantado. ¿Está el wokismo perdiendo la batalla?

Los ataques a la condición masculina, la resemantización de todo lo que atañe al varón y la estigmatización cotidiana del hombre como sujeto histórico y político viene siendo una constante desde que las nuevas olas de identitarismo feminista ganaron terreno en la discusión pública. Pero este joven siglo ha sido particularmente cruel con la masculinidad como ente abstracto, atacando específicamente a instituciones e individuos que quedaron fuera del paraguas protector de la enloquecida ideología woke.

La narrativa que se asienta sobre la existencia de una arcaica ponzoña patriarcal, la famosa «masculinidad tóxica», opera sobre el axioma de que los hombres han sido socializados desde el principio de los tiempos para tomar lo que les apetezca por la fuerza sometiendo necesariamente a todo lo que no es de su misma condición. Esta narrativa se acomoda, claro, gracias a la aparición de la interseccionalidad que es un comodín que permite organizar las categorías de sometidos. Así, la masculinidad tóxica pasa a ser potestad del varón sólo si es blanco, heterosexual, nacido en países desarrollados y de tradición judeocristiana. La ideologización de la toxicidad imprime grados según la suscripción a una o más de estas variables. Este paradigma, arbitrario y confuso más no exento de un enorme poder, sostiene que las normas culturales incitan a los hombres para cometer violencias de todo calibre desde la doméstica hasta la conquista imperialista, pasando por una serie de «microagresiones» que no son más que la confirmación de su rol dominante en la sociedad.

Para «solucionar» esta problemática, que la progresía localiza particularmente en el Occidente capitalista, se han desplegado una batería de normas legales, de marketing y de acción afirmativa. Todo esto acompañado por el inestimable apoyo del espectro científico-académico-sanitario que convenientemente ha patologizado a la masculinidad hasta límites insospechados. Por cierto, la industria de la moda y del entretenimiento, verdaderos caricatos serviles de cualquier hegemón oficial, se han encargado de construir diversos aspiracionales masculinos desprovistos de la «toxicidad» de marras. Se promovió el look «indie sleaze» el desaseado, andrógino, élfico y frágil modelo que triunfó en pasarelas y series pero que es incapaz de levantar pasiones. También se buscó ridiculizar el aspecto musculoso con los «varones himbo«, esos apolíneos y apuestos caballeros con un intelecto inversamente proporcional a sus bíceps. Pero no hay caso, el constructivismo no cuela: «Aunque se hable de una nueva masculinidad, hay personas que sienten todavía resistencia a lo desconocido o lo radicalmente diferente. Por eso, hombres con esta elegancia y gusto por lo clásico suelen conquistarnos», sostiene la psicóloga Lara Ferreiro al referirse al lindo Dempsey.

Más y más voces vienen denunciando la guerra contra los hombres. En el libro Men on Strike, de 2014, la autora Helen Smith advertía que la animadversión contra la condición masculina generaba que los varones estuvieran desertando en masa del matrimonio, del trabajo, de los estudios y que constituía un problema grave para la sociedad en su conjunto. Smith sigue los pasos de autores como Cristina Hoff Sommers, con su libro la Guerra Contra los Chicos, del 2001, o Warren Farrell con su libro The Myth of Male Power, de 1993. Pero estas voces no dejan de ser marginales frente a la andanada de políticas de género y de sus aparejados presupuestos y ejércitos dispuestos a imponer el desprecio a la masculinidad, predicado por el feminismo radical, a como dé lugar.

Así las cosas, el siglo XXI se ha visto saturado de una visión totalizadora que culpa a la masculinidad de todo lo que en el Occidente capitalista ha salido mal. Tal como está la situación política y académica, adentrarse en el diagnóstico de lo que esta ideología ha generado en los hombres y en su entorno demanda una valentía superlativa, cosa difícil de conseguir en una sociedad fragilizada y dependiente. La abrumadora mayoría de los estudios académicos de los departamentos de ciencias sociales están destinados a analizar todas las aristas de la victimización de las mujeres, a buscar discriminaciones, brechas y sometimientos hasta debajo de las baldosas y a alabar las bondades del feminismo tutelar como un tónico crecepelo capaz de deconstruir al señalado macho humano.

En el año 2018, Cayetana Álvarez de Toledo entrevistó a Jordan Peterson para el diario El Mundo. Allí, Peterson sostenía que «Hay una crisis de la masculinidad porque se culpa a los hombres por el mero hecho de serlo. Los chicos reciben de la sociedad moderna un mensaje devastador y paralizante. Primero, se les recrimina su agresividad, cuando es innata y esencial a su deseo de competir, de ganar, de ser activamente virtuosos. Luego se les dice que la sociedad es una tiranía falocéntrica corrupta de la que ellos, por supuesto, son culpables de origen por el mero hecho de ser hombres. El resultado es que muchos varones, sobre todo jóvenes, tienen la moral por los suelos. Están empantanados, perdidos. No tienen rumbo ni objetivos».

Las estadísticas parecen acompañar dichas afirmaciones. Por ejemplo, en 1970, el 80% de los hombres de 25-29 años estaban casados. En 2007, el 40%. En 1970 el 85% de los hombres de 30-34 años estaban casados. En 2007, sólo el 60%. El objetivo de formar una familia ha dejado de ser un aspiracional tanto para hombres como para mujeres, pero el porcentaje de hombres que considera el matrimonio como un objetivo en su vida ha bajado más que el de mujeres. En las encuestas, el porcentaje de mujeres que están interesadas en el matrimonio supera ampliamente al porcentaje de los hombres, y no son pocos los que relacionan este desinterés con la poca relación que dicha institución tiene con la realización y la felicidad personal. Dado el andamiaje legal que favorece a las mujeres, la relación costo-beneficio del matrimonio reduce los incentivos para los varones.

Por este y otros motivos el sistema legal se ha convertido en una verdadera trampa para los hombres. Aparte de la discriminación en caso de divorcio y de la custodia de los hijos, la falta de derechos de los hombres en lo que respecta a la reproducción evidencia otro desequilibrio medular. Mayoritariamente, las normas relativas al consentimiento, determinan que los varones están obligados a brindar manutención a pesar de haber sido obligados a ser padres sin su consentimiento, incluso en los casos en los que son menores. La casi unánime determinación mundial de que las mujeres puedan decidir las condiciones de su maternidad, contempladas en las leyes y en los tratados multilaterales con tratamiento constitucional, no aplican para los varones; lo que nos revela la manera de pensar de los tribunales en la inmensa mayoría de las democracias liberales.

En relación con lo anterior, este siglo ha sido prolífico en legislar en contra de la igualdad ante la ley y de la presunción de inocencia. En su libro Populismo Punitivo la autora Guadalupe Sánchez se pregunta si «estamos ante la aparición de un nuevo derecho penal de autor, en el que la clase social o la raza dejan paso al género», y la realidad parece darle la razón. En muchos ambientes como los mediáticos, los académicos o los laborales un varón puede ser denunciado por abuso o violación y ser crucificado sin pruebas, los casos abundan. En las etapas formativas de niños y adolescentes, esta amenaza latente es clave. Nuevamente Peterson se refiere al tema diciendo: «Cuando las únicas virtudes sociales son lo fofo e inofensivo, la dureza y la dominación se vuelven fascinantes. Mire el fenómeno de Cincuenta sombras de Grey. Seis meses estuve riéndome cuando se publicó. Pensé: ¡Qué apropiado! La cultura entera arde en exigencias de que el hombre envaine las armas y el libro más vendido de la historia es una fantasía sadomasoquista. Es extraordinario. Freud estaría a la vez horrorizado y exultante».

Volviendo al diario El País, el azorado artículo le consulta a Erick Pescador Albiach, (sociólogo, sexólogo y especialista en género, igualdad, masculinidades y prevención de violencias machistas), sobre las contradicciones que se generan por los resultados de la ingeniería social antimacho y Pescador responde: «Para una gran parte de la sociedad (en especial las mujeres), si no cambian los valores que sustentan el poder y lo que es un hombre sexy, tampoco cambia el prototipo. Dicho de otro modo: si no cambiamos el valor de lo masculino, lo atractivo será lo de siempre: cara angulosa de rasgos duros representando virilidad y fuerza, a medio afeitar o poco afeitado (algo dejado para no ser demasiado femenino). Habría que reinventar al hombre sexy para que no fuera el dominador». Resulta evidente que la intervención sobre la cuestión estética del hombre no es menor ni aleatoria. La relación entre lo bello y lo bueno (y su nexo con la salud, el equilibrio y el orden) debe ser modificada si se desea atacar la condición masculina. No es frivolidad, es estrategia.

La filósofa Christina Hoff Sommers del American Enterprise Institute sostiene que patologizar la masculinidad como una fuerza malévola que debe ser extirpada, es como cargar a los varones con el pecado original y que el resultado es que estigmatizamos cualquier cosa que se entienda remotamente masculina. Esta intencionalidad es evidente en la producción de contenidos que a tal fin generan las principales ONG y fundaciones para sostener la cosmogonía woke. En marzo del 2021, Amnistía Internacional publicaba un reportaje a José Ignacio Pichardo, profesor titular del Departamento de Antropología Social y Psicología Social de la Universidad Complutense de Madrid que imparte clases sobre “antropología de género y construcción cultural de las diversidades sexogenéricas y familiares”. Pichardo decía que “La masculinidad tradicional es intrínsecamente tóxica porque es irreal y eso nos hace sentir insatisfechos. La mayoría de los varones estamos acostumbrados a que incluso el afecto entre nosotros se exprese con violencia. Esas palmadas fuertes en la espalda, esa manera de saludar «Hey, cabrón, ¿qué tal?». Solemos mostrar el afecto a través del insulto o los golpes; ya que tratar con cariño o decir palabras bonitas a otro hombre es mostrar debilidad”.

El esfuerzo de Amnistía y del profesor de la Complutense por ver violencia en todas y cada una de las manifestaciones masculinas ha rendido sus frutos en lo que se refiere a la hegemonía política y cultural, pero no consigue permear en las preferencias del público, cosa que nos vuelve a la frustrada pregunta que se hacía el diario El País sobre qué había pasado con las nuevas masculinidades y la prédica contra «lo normativo»: «Queda claro que la belleza normativa y los músculos siguen siendo más sensuales que la vulnerabilidad y las siluetas desgarbadas. En realidad, seguimos aplaudiendo a los príncipes Disney de dentadura perfecta, facciones cinceladas y músculos hercúleos».

Pero no todos los varones tienen los recursos y las dotes de Patrick Dempsey, en la vida real, la guerra contra los varones ha dejado consecuencias que apenas estamos empezando a vislumbrar. El sintagma «masculinidad tóxica», la situación agónica de la tasa de natalidad, los altísimos índices de depresión y dependencia farmacológica, la sustitución de los lazos amorosos por la asistencia impersonal del Estado, la soledad como proyecto de vida y el desencuentro creciente entre los sexos están pariendo una sociedad aislada y rendida, en la que la dimensión familiar es considera sólo un pozo de frustraciones.

En la batalla contra los hombres, el objetivo de derruir aquello que les hace atractivos, su condición viril, ha sido un flanco más. En esta multidimensional batalla los hombres tienen que ser apocados, blandos, desprovistos de autoconfianza y sobre todo de seducción e interés, puestos en una posición subordinada para que las mujeres puedan brillar. Curiosa forma de empoderar a las mujeres, sosteniendo que el rol femenino no puede ser fuerte porque la virilidad lo amenaza. Y sin embargo, todo ese retorcido planteo surgido de la más wokista ingeniería social vuelve a caer en saco roto, y las mujeres siguen prefiriendo al Príncipe Encantado.

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