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el segundo precepto busca acabar con el hambre de unos pocos

Los ODS no acabarán con el hambre: la Agenda 2030 contra la verdad (II)

Tigray, región del norte de Etiopía. Edgar Gutiérrez / Europa Press.

En el mundo hay muchos hambrientos. Esta es la premisa con la que las Naciones Unidas plantea el segundo punto de su Agenda 2030 y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible. Según la Agencia para el Desarrollo de la ONU, «si continúan las tendencias recientes, el número de personas afectadas por el hambre superará los 840 millones de personas para 2030». Este es el segundo de los 17 desafíos que la organización internacional se ha propuesto resolver. Indagar sobre ello se ha vuelto urgente, ya que en España tenemos un Ministerio de Asuntos Sociales y Agenda 2030, capitaneado por Ione Belarra.

¿Pero cómo se logra acabar con el hambre? ¿Financiando la iniciativa privada y creando riqueza? ¿Quizás aplicando el principio de subsidiaridad y dejar a la sociedad civil que actúe? ¿Acaso reconociendo la labor que la Iglesia católica y miles de sus satélites realizan en los lugares más pobres del mundo? ¿Respetando la producción local y fomentando la vuelta a una vida sencilla? ¿Promoviendo políticas que busquen el bien común en vez del interés general? ¿Quizá enfocando la acción de los Gobiernos a priorizar el bienestar de sus ciudadanos en lugar del bienestar político? ¿Destinando, por qué no, fondos de la ONU para acabar con el hambre?

No. Ninguna de las anteriores soluciones esbozadas a vuelapluma son útiles para la Agenda 2030. Una agenda que trata de adaptar sus soluciones, ya preconfiguradas, a los desafíos del mundo. Según el segundo de los ODS, «para lograr el hambre cero en 2030 es imprescindible una acción coordinada urgente y unas soluciones políticas que aborden las desigualdades arraigadas, transformen los sistemas alimentarios, inviertan en prácticas agrícolas sostenibles y reduzcan y mitiguen el impacto de los conflictos y de la pandemia en la nutrición y en la seguridad alimentaria mundiales».

Sostenibilidad, seguridad alimentaria, conflictos internacionales, desigualdades… el segundo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 apunta a la luna, pero mira al dedo. Claro que hay que acabar con el hambre en el mundo, pero jamás será a través de soflamas ideológicas o redes de sostenibilidad inventadas. Precisamente sobre «seguridad alimentaria» la ONU reconoce que «la reanudación de la actividad económica ha dado lugar a un aumento de los ingresos y a una mejora del acceso a los alimentos».

Esta utopía de acabar con el hambre en un mundo de ocho mil millones de personas, sin embargo, ha querido materializar algunas políticas públicas. Un ejemplo es el deseo de, «para 2030, duplicar la productividad agrícola y los ingresos de los productores de alimentos en pequeña escala, en particular las mujeres, los pueblos indígenas, los pastores, entre otras cosas mediante un acceso seguro y equitativo a las tierras». Esto es, acabar con el hambre fomentando el feminismo y el indigenismo y el reparto de tierras.

Un reparto que debe tener en cuenta las «prácticas agrícolas resilientes que aumenten la productividad y la producción, contribuyan al mantenimiento de los ecosistemas, fortalezcan la capacidad de adaptación al cambio climático», según explica la propia Agenda 2030 en su segundo ODS. Un objetivo que habla de resiliencia, de cambio climático y de algunos otros preceptos ideológicos que pretende acabar con el hambre, sí. Con el hambre de los suyos.

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