«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Sevilla, 1972. Economista, doctor en filosofía y profesional de la gestión empresarial (dirección general, financiera y de personas), la educación, la comunicación y la ética. Estudioso del comportamiento humano, ha impartido conferencias y cursos en tres continentes, siete países y seis idiomas. Ha publicado ocho ensayos, entre ellos El buen profesional (2019), Ética para valientes. El honor en nuestros días (2022) y Filosofía andante (2023). También ha traducido unas cuarenta obras: desde clásicos como Shakespeare, Stevenson, Tocqueville, Rilke, Guardini y C. S. Lewis, a contemporáneos como MacIntyre, Deresiewicz, Deneen y Ahmari, entre otros.
Sevilla, 1972. Economista, doctor en filosofía y profesional de la gestión empresarial (dirección general, financiera y de personas), la educación, la comunicación y la ética. Estudioso del comportamiento humano, ha impartido conferencias y cursos en tres continentes, siete países y seis idiomas. Ha publicado ocho ensayos, entre ellos El buen profesional (2019), Ética para valientes. El honor en nuestros días (2022) y Filosofía andante (2023). También ha traducido unas cuarenta obras: desde clásicos como Shakespeare, Stevenson, Tocqueville, Rilke, Guardini y C. S. Lewis, a contemporáneos como MacIntyre, Deresiewicz, Deneen y Ahmari, entre otros.

Dos falacias muy tontas sobre el estado de la educación en España

30 de noviembre de 2023

El declive de la educación en España es un secreto a voces, o, lo que es lo mismo, son ya pocos los que se engañan. Los jóvenes que confían en nosotros para hacer de ellos personas críticas y libres, buenos ciudadanos y grandes profesionales del mañana, reciben algo así como un bofetón en primaria, un puñetazo al estómago en secundaria y una elaborada tortura en la educación terciaria. Disculpe el lector el giro dramático, pero ya no sé cómo decirlo sin que me llamen Casandra: hemos entrado en la UVI y con pronóstico reservado. Sabemos que empezó a fastidiarse en la LOGSE, y que las sucesivas leyes no han servido sino para empeorarla. Pero es en este siglo, y sustancialmente tras 2008 —con la decisiva entrada en escena de las redes sociales y su impacto desatencional decisivo—, cuando la cuesta definitivamente se ha empinado.

Los signos están por todas partes. La experiencia en penúltimo y último escalón, la universidad y las empresas, es palmaria, y por supuesto se va a recrudecer en los próximos años. No obstante, como los dos grandes partidos de este país son culpables directos (aunque no únicos) del desaguisado, y los padres tenemos nuestra culpa en los hogares, y los profesores también tendrán algo que ver en la vaina, y las compañías que se lucran con la atención de nuestros hijos están a ver si pueden facturar más caiga quien caiga, pues no hay interés en acumular datos, comparar niveles y hacer el resto de cosas que hay que hacer para concluir que nos estamos haciendo el harakiri. Como la realidad es la que es y quienes la niegan carecen de argumentos, se agarran como clavo ardiendo a tres o cuatro falacias. Hoy quiero hablarle, querido lector, de dos de las más persistentes y seguramente más tontas.

A la primera falacia la vamos a llamar No éramos precisamente genios.

  • La educación tiene enormes goteras, no estamos ofreciendo a los jóvenes preparación que se merecen. Muchos chavales llegan a la educación terciario sin hábitos lectores y hasta con problemas de comprensión lectora, y su capacidad crítica y ética brilla por su ausencia.
  • Claro, nosotros leíamos a Góngora en el patio y discutíamos a Kant en los bancos del parque.

Esta variante del hombre de paja es tan boba, que si no fuera grave la inacción que promueve sería hasta tierna. Sabemos todos que no venimos de ahí ni aspiramos a eso. Nos conformamos con que la gente desarrolle un carácter robusto basado en el saber, quede dispuesta a ejercer honradamente una profesión y desarrolle ciertas habilidades esenciales y cierto gusto por la verdad y el conocimiento; y nada de eso, en general, está sucediendo.

A la segunda falacia la vamos a llamar Los críticos siempre se equivocan.

  • Por más difícil que sea medir niveles entre épocas, puedes revisar bibliografía, intervenciones en vídeo y multitud de signos parciales de este declive, y hasta comparar exámenes de EvAU/Selectividad para hacerte una idea de la que está cayendo.
  • Léete esta crítica de 1981 de un profesor que hablaba de ese declive. Esta queja es de siempre, luego seguimos mejorando.

Por si cree que yéndome a 1981 me he pasado, le diré que lo que más me han invitado a leer en redes es un discurso de 1922 de Leopoldo García-Alas García-Arguelles en la Universidad de Oviedo. No es una broma. Pero eso en realidad no importa. La falacia es tan demencial que consiste en afirmar algo ilógicamente disparatado: que, puesto que alguna vez alguien, cuando la educación objetivamente mejoraba, opinó lo contrario, cada vez que alguien opina que la educación empeora significa en realidad que mejora. Se trata por tanto de un razonamiento circular: como siempre se la critica, la educación siempre mejora. Pondré otro ejemplo para que se entienda lo ridículo que es el argumento. Digamos que escribo en un artículo que, en términos musicales, el trabajo de Maluma es paupérrimo, y que por eso en veinte años (y ya es mucho decir) nadie se acordará de la criatura. Entonces alguien me saca un artículo X de 1964 en el que un plumilla aseveraba otro tanto de los Beatles: que irían a parar al basurero de la historia de la música. ¿Cómo puede alguien suponer que eso prueba que la música —es un decir— de Maluma se interpretará dentro de veinte años y se convertirá en un clásico? De un lado, se ignoran todos los articulistas que supieron ver en qué se convertirían los Beatles (probablemente, la mayoría); de otra, se obvian todos los artículos que llamaron basura a la música de la que, por ser basura, hoy no sabemos ni que existiera. Un discurso, artículo o lo que sea no significa nada. Importa la acumulación, el diagnóstico generalizado, y de más está decir que siempre se puede dar con una voz que diga exactamente lo que nos dé la gana.

La razón de ser de estas dos falacias es la misma: una mediocridad que espanta. La educación es el cimiento de la democracia; su cantera de ciudadanía, profesionalidad e individuos capaces. Una sociedad que se respete tiene que ser ambiciosa al respecto, y tratar de mejorar cada año. No es de recibo que, para justificar este dislate, haya quien nos hable de los niveles de alfabetización en los años veinte, quiénes llegaban a la universidad con Franco y ni siquiera de los niveles de abandono de los años noventa. El siglo XXI, como mínimo, está siendo aciago en nuestro país en términos educativos. No estamos haciendo autocrítica como padres y profesores, y estamos perdonando a gobierno tras gobierno que chamarileen con la sostenibilidad a medio y largo plazo de nuestro país, encadenando legislaciones breves que no son más que venganzas ideológicas. Nos duele la boca a los españoles de pedir un Pacto de Estado. Nos jugamos la competitividad y la prosperidad económica, sí, pero también las opciones de una vida buena para nuestros compatriotas —la ignorancia estropea y mata— y la capacidad para pensar y decidir que haga de ellos exigentes ciudadanos.

«Exigentes ciudadanos». Pero ¿quién entre quienes están a los mandos va a querer eso, cuando puede seguir dándole a la manivela de la máquina de fabricar súbditos?

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