La historia de la Colombia moderna se divide en dos: antes y después de Álvaro Uribe. La seguridad democrática juntó a los colombianos, que llevaban años azotados por la guerra más cruenta que había visto América Latina. Nietos volvieron a visitar a sus abuelos, que vivían afuera de las ciudades, y familias enteras empezaron a recorrer Colombia, para conocerla y disfrutarla. Antes de la presidencia de Uribe, era impensable.
Mano dura contra la guerrilla. Con plomo y firmeza el expresidente redujo a los enemigos de Colombia a esquirlas. Y estuvo ahí, junto a los militares, que lo andaban arriesgando todo en el monte. Hace unos meses me contaba un hombre que peleó contra las FARC: «Nosotros estábamos en tierra, empuñando las armas, y el presidente Uribe estaba sobre nosostros, en un helicóptero. Nos hablaba por radio, nos daba ánimo. Él no se acobardó en Nariño. Él enfrentó a la guerrilla en el terreno, como nosotros». Otro militar me decía, hace ya más de un año: «El presidente era ese que te daba una órden, y si dudabas, te decía: ‘Dígame si usted la hace, porque si no llamo a otro que sí tenga cojones’». Porque Uribe siempre tuvo cojones y el resultado está a la vista.
Hoy Colombia es, gracias a él, uno de los países más modernos y prósperos de América Latina. Le podrán inventar todos los cuentos para desacreditarle, armar historias ficticias de violaciones de derechos humanos y acudir a la infantil simpleza de creer que en una guerra todo es inmaculado, sin consecuencias; pero, nuevamente, el resultado está a la vista. Colombia es una antes de Uribe, y una después.
Pero le han amputado el carácter al Presidente. Como ha sido un símbolo regional de la lucha contra el comunismo, la voluntad de la izquierda internacional, auxiliada por las oenegés cómplices e inservibles, es la de acabar con él. Destruir su imagen, su reputación y su legado. Borrar sus triunfos y convertirlos en crímenes. Hacernos creer que quienes se enfrentan con garra y fiereza contra los terroristas son, en realidad, los malos. Y lo más triste es que los autores de estas malintencionadas ficciones van ganando.
Hoy gran parte de Colombia le huye al uribismo. Y a ese sentimiento le ha ayudado los dos grandes errores que ha cometido el expresidente: Juan Manuel Santos, el primero y más grave, porque ha sido el gran destructor de su legado y, en consecuencia, el gran cómplice de las FARC. El otro error, Iván Duque. Un hombre que hubiera estado a la altura en tiempos dóciles, tranquilos, pero que tuvo el infortunio de agarrar a Colombia en sus momentos más convulsos desde principios del siglo. La izquierda jamás había estado tan al acecho, robusta y envalentonada, y ese ha sido, en gran parte, su legado.
La posibilidad de perder a Colombia está a la vuelta de esquina. En pocos meses hay elecciones presidenciales y la extrema izquierda se cohesiona alrededor de Gustavo Petro, el exguerrillero comunista que quiere importar a Colombia el modelo chavista. En paralelo, el proyecto de Álvaro Uribe se ha ablandado en manos de Iván Duque, y el ciudadano colombiano anda molesto. Hoy el Gobierno es frágil, conveniente a la extrema izquierda. Son días oscuros. Por ahora, Colombia marcha, con una mano a la altura de la sien, hacia el abismo. Pero hay una alternativa. Una figura ignota, que surge, para salvar al uribismo y, con ello, a Colombia. Se llama María Fernanda Cabal.
Yo la conocí hace poco más de dos años, en Bogotá. Me impresionó lo honesta que es. La franqueza con la que habla, completamente distante de la insoportable formalidad política, acartonada y aburrida. No. Cabal habla contigo como si fueras su amigo de siempre y te dice, sin ser vulgar, que la izquierda, o los mamertos, son una mierda. Que hace falta mano dura y que, si no hacemos nada, los criminales se tomarán a Colombia.
Dice lo que nadie se atreve a decir porque, o son cobardes o demasiado señoritos. Pero ella también es señorita. Política con clase e igual habla, llana, con plena honestidad. Es, sin duda, la candidata más políticamente incorrecta del panorama. Pero no es vulgar, ni suena tosca o absurda. Cabal no tiene miedo ni pudor cuando se trata de criticar a su partido. Ha alzado la voz para disentir del Gobierno que ella apoya. No hay duda: es la senadora del Centro Democrático que más se ha distanciado de la línea de su partido y el Gobierno de Duque. Y, por ello, amasa tanto capital, considerando la frustración de los colombianos de derecha con las propuestas de Nariño. Es uribista, pero de las de verdad. De ese tipo de uribismo que reivindica la mano dura contra la extrema izquierda.
Conservadora, pero muy capitalista. Cree en el libre mercado y, claro, en Cristo. Es católica, sin profesar la mutilación de las libertades individuales. Que cada quien haga lo que le dé la gana con su vida, pero que no se lo imponga al otro. En ese sentido, es mega individualista.
María Fernada Cabal representa hoy la alternativa porque Colombia está harta de la falta de cojones y voluntad. De la cobardía, de los tibios y frágiles. Colombia está harta, en fin, de que la izquierda se esté tomando el país, poquito a poquito. Y ella, apenas entrando en esto de campañas presidenciales, representa esa nueva generación uribista que, paradójicamente, reivndica al uribismo originario. Encara la valentía de quien no teme lanzar verdades como puños, como hizo recientemente en un panel de precandidatos y habló de Venezuela como la principal amenaza para la estabilidad de Colombia. Hacía falta que alguien lo dijera y hace falta que alguien, desde Nariño, lo encare. Ella, al parecer, lo hará.
Es la alternativa porque es la renovación que necesita este Centro Democrático, desdibujado y desorientado. Es joven, lleva poco tiempo en la política, es empresaria y habla como no habla ningún otro candidato. Tiene principios y los defiende, para el pesar del resto, que con principios es que trafican. Es odiosa para los malos, y eso es bueno. La odia la extrema izquierda, y eso es bueno. Dicen que es facha y demasiado conservadora, y eso es bueno.
Las elecciones del próximo año son, y perdonen la frase corroída y fastidiosa, las más importantes de la historia de Colombia. Porque el país está a punto de perderse. No se puede ensayar sobre la marcha o intentar fórmulas rancias que otrora han demostrado que no sirven. Hace falta un candidato que tenga el potencial de transformarse en un fenómeno. Que juegue con el discurso fuerte, rotundo y sin recato. Que hable como hablan los colombianos y que diga lo que piensan los colombianos. María Fernanda Cabal es, sin duda, la alternativa para salvar a Colombia. Si ella gana, pierde Petro.