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Abogado. Columnista y analista político en radio y televisión.
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Nada está perdido

10 de abril de 2023

En Francia, donde el laicismo ha causado unos estragos que, felizmente, España se venía ahorrando hasta la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero a La Moncloa, la asociación SOS Calvaires se ha propuesto restaurar un Calvario al mes. La iniciativa, pues, pretende rescatar los conjuntos de cruces que en un tiempo adornaban las ciudades y los pueblos franceses. Hay, sin duda, una vocación de defensa del patrimonio histórico y artístico, pero la iniciativa supone -es evidente- una afirmación cultural e identitaria del carácter cristiano, y creo que podría decirse «católico» sin forzar las cosas, de la Dulce Francia.

Por supuesto, sufren ataques de las organizaciones laicistas, que en el país vecino son poderosas, y de los círculos progresistas, que temen un regreso de Francia a sus raíces después de décadas de eso que se llama «islamogauchisme» y que podríamos traducir como «islamoizquierdismo». Al margen del nombre, esto nos resulta familiar. Aquí conocemos bien la celeridad de Pedro Sánchez cuando se trata de felicitar el Ramadán y la reticencia ante la Natividad, la Epifanía o, sin ir más lejos, la Semana Santa y la Pascua de Resurrección. Desde Mayo del 68, el autoodio cultural que la izquierda predicó entre los europeos iba de la mano de la simpatía por todo lo demás desde el islamismo hasta la Revolución Cubana. 

En España, donde la religiosidad popular resiste formidable los ataques desde todas las instancias progresistas, la ofensiva laicista se ha servido de los más diversos pretextos -desde la Memoria Histórica y la Memoria Democrática hasta la pretendida defensa de la aconfesionalidad del Estado- para acabar con los símbolos religiosos en la vida pública. Allí donde han podido, se han derribado cruces. En los lugares en que les ha sido posible, han tratado de atacar el uso de las campanas o la utilización de la vía pública para las procesiones. En todas partes, se han burlado de los dogmas, los símbolos y las prácticas católicas. En TV3 hace unos días, sin ir más lejos, los responsables del programa Està passant encontraron gracioso burlarse de la Virgen del Rocío y, ya de paso, del acento andaluz. Huelga decir que no tendrían tantos arrestos con otras religiones.

Por eso, creo que en España podría tomarse este ejemplo de SOS Calvaires para acciones de rescate de ese patrimonio histórico que hoy está amenazado, no por el paso del tiempo, sino por una voluntad política transversal a la izquierda, la derecha y los nacionalistas que pretende expulsar a Dios de la vida pública y borrar de la memoria más de veinte siglos de cristianismo en Europa y América. En efecto, el Foro de São Paulo y el Grupo de Puebla han asumido que, más allá de la Teología de la Liberación y de un asistencialismo sin Cristo, sólo hay colonialismo e intolerancia.

Estos días de Pascua son propicios para la oración alegre y la reflexión esperanzada. Mientras esperaba la Vigilia de Pascua leía Poética del monasterio, el bellísimo libro de Armando Pego Puigbó que ha publicado Editorial Encuentro hace algunos meses. En su «Invitatorio» encontré unas líneas consoladoras que transmiten, «a contracorriente, una certeza: nada se ha perdido; todo está bajo el poder de la Redención que la palabra sigue obrando». Los jóvenes de SOS Calvaires y tantos otros, pienso en los que acuden a rezar silenciosos en las inmediaciones de las clínicas abortistas, hacen buena la respuesta de François-Athanase Charette de La Contrie, comandante del ejército de La Vendée a quien le reprochaban tanto heroísmo perdido: «Nada se pierde, señor».

Nada está perdido.

Feliz Pascua.

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