«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.
Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.

Y Giorgia explicó el amor

23 de mayo de 2023

Cualquiera que se de una vuelta por el youtuberío juvenil patrio, a modo de documental de La 2,  descubrirá sin esfuerzo que hay dos temas que nuestros guajes han acogido como santo y seña generacional. Parece ser que han integrado aquello de «abrir la pareja» en una modalidad de relación como otra cualquiera, basada en la comunicación y la suscripción de acuerdos mutuos. Se trata de algo así como crear unas reglas del juego de la estafa, ponerle puertas al campo del despendole, blanquear el zorreo, establecer límites a desabrochar la bragueta. Que no se diga que no hay método en la locura.

Dado que el número de chicas jóvenes que se declaran bisexuales también ha crecido exponencialmente —y nadie sospecha cómo ha sido— intuyo un quilombo curioso a la hora de crear los estatutos de los juegos del folleteo. Imagino que habrá que coger papel y lápiz y repasar antes las propiedades distributivas, conmutativas y asociativas algebraicas.

El otro asunto sobre el que están muy concernidos es el de la importancia de la salud mental. Desde sus canales y sitios de influencia desestigmatizan las citas con el psicólogo y muestran la terapia como una actividad más de su cotidianidad.

En esas sesiones trabajan la autoestima, aprenden a derribar o a pachorrear en su zona de confort — según la corriente que esté de moda—, y, usualmente, lidian con trastornos de ansiedad y frustraciones. Explicaba meridianamente David Cerdá en estas páginas cómo los jóvenes eran los más afectados por la patologización de los avatares y la zozobra propia del ser humano en construcción.

Lo inaudito es que no se unan los puntos. Se obvia, porque no conviene a la monserga emancipatoria y empoderada, la correlación entre la promoción de determinadas formas de vida y el estrés psíquico que acaba enfermando incluso físicamente.

Hace una semana se celebró en Roma el evento Estados Generales de la Natalidad con la presencia de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni. En él se analizaban las causas del invierno demográfico del país alpino y se trataba de proponer soluciones. El discurso de Meloni incidía en la infestación ideológica que sufre el tema de la maternidad. «Queremos una nación en la cual tener un hijo sea una cosa bellísima que no te quita nada, que no te impide hacer nada y que te da muchísimo. Queremos una nación en la cual no sea más escandaloso decir que cualesquiera que sean las legítimas, libres elecciones e inclinaciones de cada uno, hemos nacido todos de un hombre y de una mujer. En la que no sea un tabú decir que la maternidad no está a la venta, que los úteros no se alquilan que los hijos no son productos de mostrador que puedes elegir en el estante como si fueras al supermercado y tal vez restituir el producto si no corresponde a aquello que esperabas. Queremos volver a partir del respeto, de la dignidad y de la unicidad. De la sacralidad de cada ser humano en particular, porque cada uno de nosotros tiene un código genético único e irrepetible, y esto, guste o no, tiene algo sagrado».

Meloni sabe de lo que habla. Ella estuvo a un café y un croissant de ser abortada. Su madre decidió romper el ayuno a las puertas de la clínica el día de la cita médica, cuando se dio cuenta de que estaba siendo manipulada para que se deshiciera de su embarazo.

Sus palabras sobre la sacralidad del ser humano son bellísimas y están muy bien tiradas, sin embargo, no son sólo una certera soflama antiabortista. Giorgia Meloni transitó el barrizal de la adolescencia y forjó su carácter a pesar de su padre, una pieza defectuosa en la familia. Cuenta en su autobiografía (Yo soy Giorgia, Homo Legens) que éste se piró cuando ella era tan pequeña que ni recuerda haber vivido con él. Giorgia sangra por la herida: constante necesidad de ser aceptada, especialmente en el entorno masculino, terror a decepcionar, miedo, sentimiento de inadecuación.

Estamos rotos. Somos, como el torso arcaico de Apolo, incompletos. Vivimos a cinco minutos del derribo.

La cura no es más precariedad emocional, concurrir al mercado de saldos, dormir al lado de la incertidumbre. Los valores estratosféricos de cortisol en tu organismo abonan la cuenta de la barra libre que has acordado con tu novio. La posmodernidad ha extendido cheques que tu sacralidad no puede pagar.

Pero tenemos códigos genéticos irrepetibles y así debemos ser mirados. Descalzarse por pisar tierra sagrada al entrar en otra alma, contemplar su dignidad y disfrutar de su unicidad. Vincularse sin tener que consentir el adocenamiento por no creerse merecedor de la entrega y los cuidados del que amamos. Permitirnos la fragilidad al descansar en las manos adecuadas. Ser elegidos por la fascinante manera en que se recombinó nuestro ADN.

Una de las pintadas de Nanterre también nos ponía sobre la pista: «Lo sagrado, ahí está el enemigo». A estas alturas, podemos asumir sin temor a equivocarnos que el mayo francés funciona como oráculo inverso.

Es urgente contarle a los jóvenes que están llenos de dioses, al modo platónico. Que están habitados por el Dios de los cristianos.

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