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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

En este día nacieron tres genios

El 31 de marzo debería ser una fecha celebrada en toda Europa. En este día nacieron tres de los grandes genios de la cultura europea y, por ende, occidental: Descartes, Bach y Haydn. Entre los tres, resumen buena parte del espíritu de nuestra civilización. Por desgracia, el olvido de la filosofía y la matemática va unido en nuestros días al abandono de la enseñanza musical y, en general, las humanidades.

Esto tiene una consecuencia inmediata y fatal: los jóvenes cada vez saben menos qué significa Europa en términos de civilización y visión del mundo y de la historia.

Se han hecho intentos de propiciar un mejor conocimiento de Europa. El programa Erasmus ha significado eso para más de tres millones de estudiantes en nuestro continente entre 1987 y 2013. Toma su nombre del célebre humanista Erasmo de Rotterdam (1466-1536) y, sin duda, ha servido para que los jóvenes viajen y conozcan distintos países. Algo similar ha sucedido con el Interrail, cuya experiencia iniciática de viaje mochilero llena las memorias de juventud de tantos. Creo que son dos ejemplos del camino correcto. Sin embargo, son desgraciadamente insuficientes. No basta con viajar. Es necesario conocer aquello que se ve y comprender qué ha supuesto para la historia de la humanidad. Solo así cobrará pleno sentido el movimiento europeísta que, en la actualidad, parece más preocupado por la libre circulación de los bienes y las mercancías y por regular la vida de todos los europeos y menos interesado, como sería de esperar, por fomentar el conocimiento y el aprendizaje de la tradición europea y los fundamentos de la civilización occidental. A veces, da la impresión – ¡y cuánto me gustaría equivocarme! – de que las autoridades europeas han perdido el sentido de lo que realmente es Europa.

Por eso hay que volver a la filosofía, que hoy está de gala por el nacimiento de René Descartes (La Haya, 1596-Estocolmo, 1650), un filósofo cuyo nombre debe pronunciarse en pie y con el sombrero en la mano como señal de respeto. Como todos los grandes filósofos, fue un hombre abierto el mundo y al conocimiento. Conoció la tragedia de las guerras de religión que desangraron el continente durante dos siglos. Cultivó la matemática al par que el amor por la sabiduría (eso significa “filosofía”). Se formó con los jesuitas –Colegio Henri IV de La Flèche- y eso casi siempre significa algo. Desde joven le interesó la física. Viajó por Alemania y Dinamarca. En Italia siguió los pasos de Michel de Montaigne. Se estableció en los Países Bajos en 1629. Es difícil seleccionar un libro que sirva como ejemplo de su genio porque todos ellos son brillantes. Tomemos la Meditación Metafísica Tercera (“De Dios, que existe”) o el “Discurso del método”. Sentémonos con calma a interrogarnos sobre aquello que de verdad podemos conocer y que nuestra razón puede ver de forma clara y distinta. No, Europa no siempre creyó que todo era relativo y que no hubiese verdades absolutas. Quién sabe si el relativismo absoluto que hoy impera no será sino una moda pasajera con el devenir de los siglos.

De la matemática nació la música. El genial hallazgo de los pitagóricos dio a Europa más de dos mil años de tradición musical esplendorosa. Tenemos cierta idea de cómo sonaba la música de Grecia y Roma y poseemos un tesoro maravilloso del canto llano y la polifonía de la Edad Media y el Renacimiento. Todo parecía conjurarse –si es que existe el destino- para que la Música se encarnase y naciera entre nosotros. Así ocurrió el 31 de marzo de 1685 cuando en Eisenach (Alemania) nació Johan Sebastian Bach (Eisenach, 1685-Leipzig, 1750), organista, clavecinista, compositor, violinista, violista, maestro de capilla y cantor. Si no fuera por su profundísima piedad y por una fe que impregnaba cada aspecto de su obra, uno pensaría que era el elegido de las musas. Su obra es monumental, desbordante, fabulosa. Compuso todo lo que podía elevar el espíritu hacia Dios haciendo buena la vieja afirmación de los teólogos de la música como camino hacia la divinidad. Escuchen su Pasión Según San Mateo (por ejemplo, en la versión del recientemente fallecido Harnoncourt) o sus Oratorios. Busquen en las tiendas de música –por ciento, compren música, caramba- “El clave bien temperado” o las “Corales Schübler”. Siéntense y escuchen. No hagan nada más, ¿eh? Escuchen. Distingan las voces y el sonido del clave. Contemplen la majestad del órgano, el buque insignia de los cánones y señor de todas las fugas. Admiren el legado prodigioso de este compositor que buscaba a Cristo en cada obra, en cada acorde, en cada nota. Fue padre, abuelo y bisabuelo de músicos. Como Borges y Homero, quedó ciego. Durante más de dos siglos, los Bach hicieron bueno que a los padres se los conoce por los hijos.

La sinfonía vagaba desconsolada por Europa en busca de un padre. Entonces nació el vienés Haydn (1731-1809) en un día como este pero en el año 1732. Bueno, nació en Rohrau pero está tan cerca de Viena que es inevitable imaginarlo paseando por la capital del Sacro Imperio Romano Germánico. Debió de conocer a alemanes y a húngaros. Su familia era humilde pero su padre amaba la música y tocaba algo el arpa. Deseosos de que su hijo aprendiese música y sabedores de su talento, sus padres lo mandaron a estudiar a Hainburg, a unos once kilómetros de su pueblo, a estudiar con su pariente Matthias Frank, que era director de coro. De nuevo, la Iglesia es la puerta de entrada en la música y la cultura. Pasó hambre y sufrió humillaciones por su pobreza. A todo se sobrepuso este compositor deslumbrante que asombraría a reyes y príncipes. Su talento le abrió las puertas que para casi todos estaban cerradas. Entró al servicio de la familia Esterházy. Frecuentó la amistad de Mozart. Viajó a Londres. Dejó una huella imborrable allí por donde pasó. Componía sinfonías como Lope escribí obras de teatro. Es muy desconcertante. Anticipó a los románticos con el movimiento Sturm und Drang (“tempestad e ímpetu”). Si no han escuchado las Sinfonías de Londres, se lo han perdido todo. La música del himno del Imperio Austrohúngaro, el Gott Erhalte, era composición suya. Hoy pervive en el Deustchlandlied, el himno de la República Federal Alemana.

He aquí tres natalicios en una fecha de la historia de Europa. Este es el legado que hemos recibido y que debemos preservar en todo Occidente.

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