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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El Concierto de Año Nuevo de Viena

En un tiempo de nacionalismos y demagogias populistas, el Concierto de Año Nuevo de Viena nos brinda la oportunidad de volver la mirada a la alta cultura centroeuropea que floreció durante el Imperio de los Habsburgo. Recuerdo haberlo escuchado siendo niño en casa de mis padres y, desde entonces, trato de no faltar a esta cita con la familia Strauss, Ziehrer, Waldteufel, la Orquesta Filarmónica, el ballet y la ciudad de Viena.

Algunos creen que una tradición que nació durante el III Reich no debería gozar del prestigio y la popularidad que tiene el Neujahrskonzert. Como si hubiese nacido con el estigma imborrable del nazismo, el concierto debería quedar arrinconado en el desván de la Historia. Es cierto que este evento nació en tiempos terribles. Los nazis -esos traidores a Europa- trataban de utilizar la música con fines propagandísticos. El célebre cartel con el lema “Deutschland. Das Land der Musik”, “Alemania. El país de la música”, era solo parte de un esfuerzo de persuasión colectiva que tenía en la exaltación de Wagner y su antisemitismo el ejemplo más claro. Como recuerda Alex Ross, “la aparición mensual de las Bayreuther Blätter difundió las teorías racistas de Paul de Lagarde, Arthur de Gobineau y, las más perniciosas, las de Houston Stewart Chamberlain, que se casó con Eva, la hija de Wagner, y se convirtió en el líder intelectual de Bayreuth tras la muerte de Wagner”. De todas las bellas artes, la música fue la que más sufrió el secuestro a manos de Hitler y sus seguidores. El propio Führer era un melómano reconocido y compartía su pasión con otros nazis devotos como Hans Frank, el siniestro gobernador de la Polonia ocupada.

Es imposible mirar la Historia de nuestro continente sin sentir una profunda tristeza por sus páginas más oscuras. A menudo nos acordamos de ellas para lamentarlas y hacer votos por que jamás se repitan. Con menos frecuencia evocamos sus páginas luminosas, sus episodios de grandeza y dignidad, sus momentos de infinita belleza. Europa fue, sin duda, el continente de los nazis y los comunistas -que tuvieron mayor éxito en exportar su ideología de odio y violencia al resto del planeta- pero también es la tierra de algunos de los mayores antinazis y anticomunistas del siglo pasado. Sí, hubo músicos nazis, pero también los hubo que se opusieron a ellos con uñas y dientes como Arturo Toscanini. Cuando los nazis prohibieron a los judíos tocar en las mismas orquestas que los arios, aquéllos continuaron interpretando las obras del gran siglo XIX centroeuropeo sin distinción. Mendelsohn siguió sonando entre los judíos cuando ya era un proscrito entre los “arios”.

No deberíamos olvidar esto. La alta cultura europea no pertenece a un grupo político ni a un partido. Los nazis intentaron secuestrar parte de la cultura alemana -por ejemplo, cierta música- y esconder o borrar el resto. Los comunistas intentaron apropiarse del pasado ruso, polaco o húngaro -por poner solo tres ejemplos- y seleccionar aquello que les convenía mientras sumían el resto en el olvido.

También el concierto de Año nuevo tiene su lado oscuro. En 1942, 60 de sus 123 músicos eran nazis. Dos de ellos, pertenecían a las SS. El siniestro Baldur von Schirach, gobernador de Viena y responsable de la deportación de más de diez mil judíos, fue condecorado por la orquesta. No solo eso: cuando Schirach fue liberado de la cárcel de Spandau, le dieron un duplicado de la condecoración porque la había perdido. 13 músicos judíos fueron perseguidos. Cinco de ellos -cuatro violinistas y un oboísta- nunca volvieron de los campos de concentración.

Ahora bien, el Concierto de Año Nuevo se ha distanciado del pasado nazi – ha abierto sus archivos y, por ejemplo, ha retirado las condecoraciones que dio a seis notables nazis- para convertirse en el símbolo sonoro y visual de la universalidad de esta civilización que nos ha dado a los Strauss y ese periodo deslumbrante que fue el Imperio Austrohúngaro. Tampoco ese tiempo fue perfecto, pero en él escribieron Franz Kafka, Musil, Ödön von Horváth y tantísimos otros. Fueron ellos, precisamente estos eslavos, magiares, germanos, judíos y gentiles, quienes abrazaron el “mundo de ayer” en felices palabras de Zweig, y lo defendieron hasta el final. Roth levantó el acta de su lucha y su derrota en un artículo de 1933: “Hay que reconocerlo y decirlo con toda franqueza: la Europa espiritual se rinde. Se rinde por debilidad, por desidia, por indiferencia, por irreflexión. Nosotros, los escritores alemanes de origen judío, en estos días en los que el humo de nuestros libros quemados sube hasta el cielo, hemos de reconocer sobre todo que hemos sido vencidos. Nosotros, que hemos constituido la primera oleada de soldados, que hemos luchado bajo el estandarte del espíritu europeo, hemos de cumplir con el más noble deber de los guerreros vencidos con honor: reconozcamos nuestro fracaso”.

El concierto, pues, nació en las horas más oscuras de Europa, pero celebra un pasado radiante de cultura e inteligencia. Ser europeo no es vivir sumido en los complejos de culpa que agitan unos ni en los nacionalismos etnicistas de otros. La grandeza de la civilización occidental está en la superación de esos populismos y esos nacionalismos, no en su exaltación. Ödon von Horváth describió esa visión del mundo que abrazaba las diferencias nacionales sin negarlas: «Usted me pregunta por mi patria. Le respondo: nací en Fiume, crecí en Belgrado, Budapest, Bratislava, Viena y Múnich, y tengo pasaporte húngaro, pero ¿patria? No la conozco. Soy una mezcla típica de la antigua Austria-Hungría: magiar, croata, alemán y checo; mi país es Hungría; mi lengua materna el alemán.»

El Concierto de Año Nuevo nos recuerda que Europa no es un ente abstracto de burócratas e instituciones ni una comunidad de mercaderes ni un club de comerciantes. El ritual y las tradiciones – el Danubio Azul, la Marcha Radetzky, incluso el kitsch vienés que, a veces, nos toca padecer- nos indican de dónde venimos y nos señalan hacia dónde deberíamos ir.

Después de la anexión de Austria en 1938, Thomas Mann se exilió en los Estados Unidos. Allí dijo unas palabras que rescataron la cultura en lengua alemana de las garras de los nazis: “Wo ich bin, ist Deutschland. Ich trage meine deutsche Kultur in mir. “Donde yo estoy, está Alemania. Yo llevo en mi interior mi cultura alemana”. Sí, el concierto nació con los nazis, pero hoy representa todo aquello que los nazis detestaron y que terminó derrotándolos. El público reunido en el Musikverein de la capital austriaca muestra la diversidad del ser humano y la capacidad de la música de trascender fronteras. A la Orquesta Filarmónica de Viena la han dirigido alemanes, austriacos, italianos, franceses, un indio, un japonés, un letón y un director argentino, español, palestino e israelí: Daniel Baremboim. Este año el director será el venezolano Gustavo Dudamel. Asisten a este concierto judíos, católicos, protestantes, ortodoxos, musulmanes, hindúes, budistas, ateos. Todo el planeta puede ver y escuchar la voz de una Europa bella y noble en los instrumentos de estos músicos de una orquesta que cuenta con más de 150 años de vida.

He aquí la grandeza de este concierto: es una pieza rescatada a la historia, capturada a los nazis, salvada del naufragio de Europa en un tiempo en que los nazis traicionaron todo aquello que nuestra civilización representa y que, desde Viena, se exhibe al mundo al comenzar el año. El viejo espíritu de la alta cultura, que Joseph Roth evocó en unas líneas célebres, aún no ha muerto del todo: “En esta monarquía […] nada es extraño. Si no fuera por los imbéciles de

nuestro gobierno […] estoy seguro de que sería completamente natural, incluso visto desde fuera. Quiero decir con esto que lo que se dice extraño es lo natural para Austria-Hungría, es decir, que solamente a la loca Europa de las nacionalidades y los nacionalismos le parece extraña la evidencia. Naturalmente son los eslovenos, los polacos y los rutenos de Galitizia, los judíos de Kaftán de Boryslao, los comerciantes de caballos de Bacska, los mahometanos de Sarajevo, los castañeros de Mostar, los que cantan “Dios guarde al Emperador” […]”.

Así que este año, como cada primero de enero, haré como mis padres y me dispondré desde temprano a disfrutar escuchando la música bellísima que la Europa Central -y, por ende, Occidente- ha dado al mundo. Les diría que este concierto es de los que se deben escuchar en pie con el sombrero en la mano en señal de respeto como si fuese un himno, pero no sería cierto porque esta música nació para celebrar la vida bailando junto a quien se ama.

Les espero el primer día del año en el Concierto de Año Nuevo.

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