Si bien tanto la votación del Congreso como la del Senado, sabido de antemano el sí mayoritario, no tiene más interés que el morbo de la coherencia o incoherencia de algunos diputados socialistas, los discursos sí están pensados para pasar a la historia y por ello revisten un interés muy especial.
Rajoy debe abrazarse casi enfermizamente a la Constitución dado que la acepta, la aplaude y su partido no existía cuando se votó. Rubalcaba, consciente del guirigay en sus huestes, debe despolitizar el acto para no dejar al PSOE, desnudo ya de casi toda ideología, huérfano hasta de su pensar republicano. La segunda parte del discurso del líder del PSOE, probablemente su testamento parlamentario, ha consistido en asociar la nueva jefatura del Estado a un cambio constitucional, ahí su heterogeneidad de partido se siente cómoda porque cabe todo, pero es muy probable que hasta tenga razón. Rajoy y Rubalcaba han coincidido en mucho: hoy, solo toca lo que toca.